Guerra asimétrica pero legítima en Libia
Guerra asimétrica pero legítima en Libia
Un hombre sostiene la bandera rebelde libia, durante una manifestación cerca del Palacio de Ciragan, en la cuarta reunión del Grupo de Contacto Internacional sobre Libia, en Estambul, Turquía, el pasado 15 de julio. Foto: Berk Zkan / Efe
Volvemos sobre la guerra OTAN- Gadafi porque en este momento continúa siendo noticia mundial después de más de tres meses de asedio de la coalición de casi cuarenta países, -incluida la gran mayoría de naciones de la Unión Europea, la Liga Árabe y los Estados Unidos de América- contra las posesiones territoriales en la cuales aún mantiene control militar el líder de la Revolución Libia, Muammar al Gadafi.
Es esta una guerra asimétrica con un trasfondo económico, surgida de las apetencias de control de la producción petrolera de este rico país norteafricano por parte de los países euro-norteamericanos que no tienen autosuficiencia petrolera, bajo el disfraz de otra realidad muy diferente: la confrontación intestina del pueblo libio por sus libertades y derechos civiles, conculcados indiscutiblemente por el régimen de un déspota de más de sesenta años de hegemonía política hereditaria.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue creada como resultado de las negociaciones entre los signatarios del Tratado de Bruselas de 1948 (Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y el Reino Unido), Estados Unidos y Canadá, así como otros cinco países de Europa Occidental invitados a participar (Dinamarca, Italia, Islandia, Noruega y Portugal), con el objetivo de defender política y militarmente a Europa del expansionismo soviético después de la Segunda Guerra Mundial, habiendo instituido como sede político administrativa a Bruselas y su comando militar actual en Mons, ambos en Bélgica. Estuvo conformada hasta el 2009 por 28 países, a saber: Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Grecia, Turquía, Alemania, España, Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Croacia y Albania.
Otra razón adicional que movió a los países promotores a buscar la integración de un frente común político-militar noroccidental fue la evidente debilidad de la naciente Organización de Naciones Unidas (ONU) inepta estructuralmente –en ese momento- para preservar la paz en el mundo y sujeta a los vetos de la Unión Soviética en el seno de los organismos decisorios de la entidad.
En medio de esta evidente impotencia se impusieron los gobiernos títeres de Moscú en Europa Oriental, se eliminaron derechos humanos y libertades públicas en toda la órbita soviética y se evidenció el asedio de las tropas comunistas sobre los países euro-occidentales, aprovechando el retiro del viejo continente de las tropas norteamericanas y canadienses entre 1947 y 1949; prueba de ello lo constituyeron las amenazas a las soberanías de Noruega, Grecia, Turquía y a las de Checoeslovaquia y Alemania Oriental de ese entonces, que concluyó con la “toma de Praga” y el “bloqueo de Berlín”, interpretados por occidente como “arteros golpes” a la democracia occidental.
Cada vez era más imperativa la necesidad de la coalición de los países, básicamente de aquellos que habían estado involucrados directamente en la segunda guerra mundial o habían sido víctimas inmediatas de los horrores de la agresión nazi: Francia, el Reino Unido, Bélgica, Holanda y Luxemburgo tomaron la iniciativa en marzo de 1948 al firmar el Tratado de Bruselas, constituyendo de esta manera la Alianza Atlántica, que luego fue engrosada por los demás países mencionados, Estados Unidos, Canadá, Noruega, Portugal, Italia, Islandia y Dinamarca, que aparecen suscribiendo el Acta de Constitución de la Organización el 4 de abril de 1949; los demás países lo hicieron entre 1952 y 2009.
La idea inicial era la creación de una alianza militar que tuviese fundamento jurídico en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas que reglamenta “la legítima defensa de los pueblos”, en el contexto del Capítulo VII del mismo instrumento que consagra la acción de esta entidad “en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión” a un Estado o a la población civil (como lo ha interpretado la ONU); así lo hicieron y firmaron, como ya se dijo, el 4 de abril de 1949, el Tratado de Washington, en el cual establecieron las bases de la constitución de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
La OTAN, sin embargo, ha reformulado sus objetivos, ampliándolos hasta llegar a la cobertura o protección militar del hemisferio norte, no solo en los casos de atentados a la soberanía de los Estados sino para la defensa de los derechos humanos y libertades públicas de los pueblos, habiendo hecho con esta orientación: i. intervención en Yugoslavia en 1999 dirigida a detener el ataque interno de limpieza étnica en Kosovo contra la población de origen musulmán; ii. participación en Afganistán para defender a la población civil del terrorismo talibán; iii. intervención en Irak para entrenar a la policía local en la práctica de métodos civilizados de protección de los derechos humanos y las libertades públicas; y, iv. acción militar ofensiva en Libia para reprimir los abusos, tropelías y excesos de sus propias autoridades ilegítimas, en trasgresión flagrante de derechos civiles y políticos de su población.
La OTAN, como hija menor de la ONU, nacida, aquerenciada y fortalecida en su seno y con su patrocinio, ha actuado siempre en coordinación con el alto organismo y en armonía con sus principios y filosofía; de ahí por qué, a raíz de algunas experiencias desafortunadas de la OTAN en Kosovo y tras la invasión de Afganistán por parte de EEUU, la ONU encargó a aquella entidad la misión denominada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), limitando su accionar a entrenar a las fuerzas de seguridad de Irak. Las negativas de algunos países europeos a que la OTAN actuara en esta nación, encabezados por Alemania, disuadió a éste organismo de involucrarse directamente en una guerra iniciada por EE UU y el Reino Unido.
Las acciones contra Libia fueron igualmente solicitadas por Naciones Unidas a la OTAN, como igualmente le pidió a la Corte Penal Internacional el enjuiciamiento de Gadafi y su corte más próxima de familiares y amigos, debido a las muy claras y precisas violaciones de los derechos fundamentales de la población civil; no fueron operaciones aisladas de agresión injustificada de Estados Unidos o Francia a aquella nación, ni mucho menos de la organización regional del atlántico norte.
Asimétrica si, la confrontación, por la enorme diferencia geopolítica y armamentística entre los dos bloques en conflicto; de pronto hasta inexplicable por sus características inhumanas dada la oleada de muertes, discapacitados, desplazados y refugiados que quedan como secuela cruel de la guerra; incluso hasta de guerra injusta podría tildarse si termina el petróleo libio en manos de los invasores; pero de todos modos legitimada por la necesidad de eliminar de en medio de los pueblos el cáncer de los gobiernos dictatoriales que también matan, invalidad, desplazan y extrañan de sus países a sus conciudadanos, en forma sistemática, permanente y miserable.
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