Unas pocas reflexiones urbanas
Unas pocas reflexiones urbanas
Me imagino que para la mayor parte de mis lectores este mes marca el fin del periodo de vacaciones, y quizás para otros los últimos días en algún lugar que puede ser otra ciudad o puede ser también algún sitio alejado “del mundanal ruido” como decía Alfonso X el Sabio.
Este dilema de campo vs. ciudad, como lugar de destino vacacional, en lo que a mí respecta siempre se ha resuelto a favor de la ciudad. Soy lo que se llama un hombre citadino y aunque los paisajes agrestes pueden inspirarme algunos momentos de emoción, al final ni las montañas, ni los ríos, ni los campos floridos o las vacas pastando a lo lejos me entusiasman tanto como los paisajes de la creatividad humana: puentes antiguos o modernos, edificios en ruinas o aun desafiando el paso del tiempo, grandes templos o simples esquinas llenas de gente, trenes modernos o viejos tranvías, eso es para mí lo más interesante. Y por cierto, aunque nunca busco hospedajes lujosos (además no los podría pagar) por lo menos me placerá una cama y un baño limpios y cerca de los lugares que quiero visitar. Eso son mis requisitos mínimos. Por cierto, como se darán cuenta, esto también descarta toda inclinación por eso que se llama el camping. Bueno, si uno tiene veinte años por ahí puede aun gustarle ese tipo de viaje. Aunque, ni aun a esa edad a mi me gustó mayormente tener que lidiar con mosquitos, subir y bajar montañas, hacer mis necesidades fisiológicas en el descampado o quedar todo mojado por la lluvia. No, definitivamente no era alguien para estar demasiado cerca de la naturaleza.
Como la ciudad es entonces lo mío, cuando voy de vacaciones también trato de buscar alguna ciudad interesante como lugar de destino. El resto del tiempo trato de disfrutar la ciudad en que vivo lo mejor que puedo. Esto significa tanto en su aspecto tangible, físico, así como en el intangible, imaginario o cultural.
Habitualmente yo soy un usuario del transporte público, y en estos días en Montreal se está haciendo una encuesta sobre si sus vehículos deberían ser equipados con aire acondicionado. Yo no sé por qué aquí se ha provocado tanto debate sobre este tema, yo he estado en Toronto y allí los buses nuevos y el metro (subway) tienen aire acondicionado. Cierto es que siendo la temporada veraniega tan breve, sólo unos tres meses, algunos pueden objetar que el costo extra en los vehículos puede no justificarse. A esta objeción sin embargo uno bien puede responder que por otro lado hay un principio importante de igualdad ciudadana: la gente que viaje en su propio automóvil lo hace con aire acondicionado ¿por qué el resto de la gente que tiene que viajar en transporte público ya sea porque no tiene alternativa o porque ha hecho la opción como su propia contribución al medio ambiente, no puede hacerlo también con el mínimo de confort que el aire acondicionado proporciona? Por cierto yo respondí muy favorablemente a la idea de tener buses con aire acondicionado, después de todo, la posibilidad de adecuar la temperatura de un lugar es una de las grandes invenciones. ¿Quién no siente placer en venir de la calle con más de 30 grados y entrar a su apartamento acomodado a una agradable temperatura con diez grados menos?
La ciudad también tiene ese otro aspecto intangible, su herencia o patrimonio cultural o espiritual como algunos quisieran llamarlo. Yo siempre digo que hay algo único en las ciudades. Por cierto hay esas esquinas y lugares que son irrepetibles, que sólo existen allí y en ese sentido los valoro más que lugares como las montañas que al fin de cuentas son más o menos las mismas en todas partes (si alguien se siente nostálgico de la cordillera de los Andes puede ir al oeste y recorrer las montañas Rocosas; o si echa de menos el mar chileno puede visitar las playas en la Isla Príncipe Eduardo, que tienen un agua igual de fría…)
Las ciudades tienen también ese elemento humano de tener sus lugares denominados: las calles y demás sitios tienen sus nombres. Y debo decir que en esto de nombres, hay algunos muy significativos, poéticos incluso. En Montreal por ejemplo, aparte de los numerosos nombres de santos y santas, reyes, reinas y príncipes, y unos cuántos héroes militares, artistas y escritores, hay nombres que a uno le llaman la atención por su originalidad, cerca de donde vivo por ejemplo se inicia el chemin de la Côte des Neiges, literalmente el camino de la Cuesta de las Nieves. También tenemos un camino llamado Remembrance (Remembranza) un nombre que invita a la evocación, mientras otra avenida es simple en su descripción: Avenue du Parc/Park Avenue (Avenida del Parque) un nombre tan decidor que cuando hace unos años el alcalde quiso cambiarle su nombre por Robert Bourassa (un mediocre político que fue premier de Quebec) una amplia movilización popular lo impidió.
Por cierto Montreal no es la única ciudad con nombres curiosos, en Toronto más de una vez me ha llamado la atención la calle Temperance (Templanza) como recordatorio a la gente de “Toronto the Good” de no olvidar sus virtudes. Pero si de nombres curiosos se trata me quedo con Madrid: la primera vez que la visité alojé en una pensión de la calle de las Botoneras, cerca estaba la calle de la Lechuga. La capital española también les recuerda a todos su fuerte pasado piadoso con una calle del Ave María y si de virtudes menos espirituales pero más higiénicas se trata hay todo un vecindario que se llama Lavapiés (incluso mencionado en una zarzuela, “El barberillo de Lavapiés”).
También Buenos Aires tiene su cuota de calles con nombres curiosos, como el simple Caminito en el barrio de la Boca, inmortalizado en el tango del mismo nombre. El caminito era originalmente eso, una simple vía de tierra al lado de una línea férrea, ¿quién iba a pensar entonces que se convertiría en una atracción turística? También en esa ciudad hay que mencionar el barrio de Caballito. En Lima está la famosa Colmena, aun conocida así aunque no sea su nombre oficial; o la Alameda en Santiago de Chile, donde ya no hay álamos, pero sigue siendo llamada con ese romántico nombre. Otros nombres traen a la memoria momentos de injusticia, como el barrio del Vedado en La Habana, llamado así porque estaba “vedado” a los negros.
La ciudad con sus luces y su ritmo vertiginoso, también con sus lados siniestros por cierto, es sobre todo una creación humana, ahí es donde lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor de lo que somos se congrega. Por eso me debe gustar más que cualquier otro entorno sea para vivir o para pasar unos días de vacaciones.
Y ahora, un fuerte voto de repudio
Ya aproximándose el fin del verano (¡queda más o menos un mes, disfrutémoslo!) normalmente empiezo a recoger mis notas sobre los diversos festivales de la temporada para decir algo—bueno o malo—de lo que he visto. Lamentablemente este año hay un festival que me he perdido y no por mi culpa: el Festival de Fuegos Artificiales que había cubierto desde que se iniciara en 1985, y que este año no pude ver. Cierto es que parte del verano estuve fuera de la ciudad, pero antes de viajar hice mi solicitud para ver las últimas presentaciones a Catherine Tremblay, la relacionadora pública del parque de diversiones La Ronde, donde se efectúa el espectáculo pirotécnico, quien a pesar que le envié la solicitud cuatro veces, incluyendo un artículo escrito sobre el evento, no tuvo la mínima cortesía de replicar ni mucho menos dejarme los billetes de prensa en la recepción del sitio. No sé si se ha tratado de simple incompetencia de Mme. Tremblay, o—peor aun—estoy por pensar que se trata de prejuicio hacia un periodista de origen étnico como yo, alguien cuyo nombre la señora Tremblay debe tener dificultades en pronunciar y mucho más en escribir… Prejuicio contra los étnicos, algo que de vez en cuando ocurre aquí. Lástima que La Ronde tenga una empleada incompetente—en el mejor de los casos—o lisa y llanamente prejuiciosa y discriminatoria.
Comentarios: smartinez175@hotmail.com

