En una sala oscura, apostando a ganadores
En una sala oscura, apostando a ganadores
De todos los festivales que abundan en esta ciudad en el verano (y también en otras ciudades de este país) es el Festival de Filmes del Mundo (FFM) el que más entusiasmo me produce. Cierto, el Festival de Jazz lo induce a uno a un ambiente de goce, el de Fuegos Artificiales lo envuelve de un modo más sensorial: luces, ruido y el olor atractivo de la pólvora; pero el FFM a uno lo sumerge como individuo en una sala oscura y ahí lo deja, sujeto a sus propias impresiones y reflexiones de lo que la pantalla le presenta. De algún modo están presentes la creatividad del director que puso ciertas escenas en la pantalla para contar una historia, y la creatividad del espectador que espera que la trama se desenvuelva de una cierta manera, o que al final, cree que el film pudo haber terminado de otro modo. Aunque parezca paradojal, porque el cine es al fin de cuentas la exhibición de imágenes registradas tiempo atrás, por otro lado es un arte muy interactivo, aunque no necesariamente de un modo manifiesto, sino de una manera que es por un lado sutil: no tiene repercusiones inmediatas, pero al mismo tiempo muy explícita: la gente puede aplaudir un film al final de su exhibición, aunque no haya nadie que vaya a responder esos gestos de aprobación, o puede también pifiar, aunque tampoco los responsables van a sentir de modo directo esa desaprobación.
Digo todo esto porque allí me hallo, en la oscuridad de la sala, como individuo presto a ser el receptor de una historia que se me va a contar—generalmente una invención—y por mi parte dispuesto a jugar de acuerdo a las reglas que el creador de la historia me propone. Para ello, por supuesto tengo que estar dispuesto a dispensar lo que se llama las licencias artísticas que el realizador se va a tomar, las que—como todas las cosas—tienen que mantenerse dentro de un cierto nivel de moderación, de lo contrario se pierde credibilidad o la historia simplemente deviene implausible.
En este sentido debo decir que hasta ahora, de lo visto en esta 35ª edición del FFM (y yo soy uno de los decanos en la cobertura periodística de este evento, ya que he estado allí desde 1980, el año en que llegué a Montreal) el film que me ha impresionado más positivamente dentro de la competencia, ha sido el belga “Hasta la vista” del director Geoffrey Enthoven. El tema es muy interesante y original, e invita a reflexión. Tres jóvenes discapacitados, un cuadraplégico, otro paralítico de sus piernas y confinado a una silla de ruedas, y un tercero ciego, planean un viaje a España, no sólo como una excursión turística, sino, lo más importante, como una oportunidad de visitar un prostíbulo que se especializa en atender a clientes discapacitados, ya que los tres jóvenes nunca han tenido relaciones sexuales. Las vicisitudes del viaje, los conflictos y malentendidos con sus propios familiares, y sobre todo, el desarrollo de las relaciones entre ellos y con la persona que los transporta, constituye la rica condimentación de este film que al final a todo el mundo hace reflexionar.
Después de todo la idea de la discapacidad, sea congénita, resultado de enfermedad o de accidente, es uno de esos enormes temores que acompaña a todo el mundo. Hay que recordar al respecto lo que Aristóteles escribía en su “Poética” a propósito de la tragedia: como el espectador se sentía a la vez atraído por los pormenores (la anécdota o trama) de la historia que veía desplegarse en la escena ante sus ojos, pero como al mismo tiempo sentía el temor de que aquello que sufría el protagonista no le fuera a ocurrir a él, y como en ese instante invocaba a los dioses para que fuera a impedirle semejante desgracia.
No hay duda que desde la perspectiva de las personas discapacitadas hay todo un bagaje que se arrastra y que al final las personas que las rodean, permanente o temporalmente a veces sufren los embates de sus frustraciones o rabias, como muy bien se muestra en el film, pero al mismo tiempo, esas mismas personas son capaces de desplegar su solidaridad, su calidez y también su genuino amor. Por este solo hecho, sin contar que el film está excelentemente actuado y la historia fluye muy nítidamente, en lo personal sería la favorita para que ganara el galardón máximo en el FFM. Pero para esto habrá que esperar hasta el domingo.
Por otro lado, si he de ser crítico en extremo, allí desde la oscuridad de la sala pude sentir que el film inaugural, el canadiense “Couteau rouge” no merece ningún premio, a no ser que el jurado crea que tiene que darle algo al país anfitrión. André Forcier, un realizador ampliamente reconocido en la provincia de Quebec, de quien admiré su “Une histoire inventée” en esta oportunidad sin embargo nos ha entregado una película de corte muy convencional, con personajes caricaturescos y una trama sin mayor plausibilidad.
Por el lado latinoamericano la verdad de la cosas es que no me he sentido mayormente impresionado, al menos hasta el momento de escribir esta nota. “El chico que miente” una co-producción de Venezuela y Perú dirigida por la peruana Marité Ugás, presenta una trama interesante: un chico, damnificado de un aluvión, aparentemente huérfano, que cuenta su desventura de manera diferente a los diversos personajes que encuentra, mentiras que en todo caso todas ellas contienen algo de la verdad; sin embargo el film se malogra por su lentitud, su excesiva e innecesaria disgregación y en última instancia la carencia de un foco argumental. El film argentino “El agua del fin del mundo” de la directora Paula Siero, también adolece de un problema similar al de los anteriores: un tema potencialmente interesante, malogrado por una narrativa mal hilvanada en que al final se pierde lo esencial: el egoísmo de Adriana, una mujer enferma de cáncer y pronta a morir y la explotación que de esas circunstancias ella hace para aprovecharse de su hermana menor.
Los cortometrajes son generalmente los “parientes pobres” del FFM, aunque se los premia también de manera especial, ellos, por su propia naturaleza son confinados a ser el agregado en las funciones de los filmes en competencia. Por otro lado tengo un gran respeto por los realizadores de cortometrajes: ellos deben, en 20 minutos o menos decir una historia, y vaya que eso es un desafío. Un desafío que al menos algunas de las películas de este género no han estado a la altura. “Dans le cadre” (“En el cuadro”) corto francés de Philippe Lasry, intenta ser una parodia de una toma cinematográfica, pero no tiene ninguna gracia. “En aguas quietas” de la mexicana Astrid Rondero, muestra precisamente las limitaciones del género, o mejor dicho, las limitaciones de la directora para lidiar con una historia que por lo demás es tediosa. Tediosa es también la problemática de una relación lesbiana (el mismo tema del corto mexicano) en el film chileno “La ducha”de María José San Martín, que no logra sobrepasar las limitaciones en contar una historia en el breve tiempo requerido, reduciéndose al mero registro de una conversación en el baño de una casa.
De cualquier modo, aun queda poco más de cuatro días para el fin de este festival, unas cuantas horas más en la oscuridad de la sala de cine. Un lugar ideal para la observación de las escenas iluminadas enfrente de uno, y también para reflexionar sobre ellas.
Mis palabras de pesar
Apenas lo conocí, mientras hacía campaña para el liderazgo del Nuevo Partido Democrático (NPD / NDP) en lo que en ese tiempo era la reducida militancia de ese partido en Montreal, por finales de 2002, para la elección interna que tuvo lugar en enero del año siguiente y que lo consagró como jefe. Me acuerdo haberle advertido sobre el hecho de que Phil Edmondston, un tipo desacreditado, lo estuviera apoyando. Creo que no fui el único que le advirtió de ese peligro y en su campaña más bien lo ignoró. Bien por él. Jack Layton, muerto este pasado lunes, deja un importante legado y ciertamente plantea un importante desafío a las fuerzas progresistas de este país: como llenar el vacío que Layton, líder del NPD y de la Oposición Oficial en Ottawa va a dejar. Mi pesar por su muerte, acaecida por un cáncer cuando hacía poco había cumplido 61 años.
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