Cayó otra dictadura medieval
Cayó otra dictadura medieval
En un ensayo de mayo de 2009 que titulé “De los autoritarismos modernos” dije lo siguiente, que cae como anillo al dedo al actual momento histórico que vive el mundo árabe:
Los regímenes de corte autoritario o autoritarismos no son un modelo político exclusivo de la izquierda o de la derecha; si los vemos con perspectiva histórica pueden ser de cualquiera de los extremos ideológicos señalados; basta mirar retrospectivamente estos gobiernos que combinaban características perversas de nacionalismo, militarismo, censura estricta de prensa, guerra declarada contra los adversarios políticos, el más riguroso control sobre vida, honra y bienes de las personas y una agresiva propaganda estatal, como lo fueron los gobiernos de Alemania bajo las banderas de extrema derecha del Partido Nacionalsocialista Alemán de Adolf Hitler; o la Unión Soviética bajo el gobierno comunista de 33 años de Iósef Stalin; o la República Popular China bajo el mandato comunista de Mao Tsé-tung; o Italia, bajo el régimen fascista de Benito Mussolini; o la España ultra derechista de Francisco Franco; o la Corea del Norte socialista de Kim Il Sung; o la Siria social-musulmana de Hafiz al-Assad o el Irak de Saddam Hussein; o el socialismo árabe de la Libia Muammar Al Gadafi ¿Y por qué no? Las dictaduras militares latinoamericanas africanas y asiáticas de finales de los años 50 a los 80, de las cuales aún subsisten algunas expresiones.
Pareciera que la primera etapa de la “neo-revolución” libia hubiese llegado a su fin y que se iniciase la segunda fase de organización de un modelo de Estado nuevo sobre la base de una sociedad más consciente de su destino y posición en el mundo actual, superada la etapa “medioeval” de la política que padeció ese sufrido pueblo bajo la yunta esclavista de un régimen despótico, hegemónico y dictatorial, ejercido por un señor feudal llamado Muammar Al Gadafi y su familia; calificativos que en lugar de ser gratuitos y oportunistas, reflejan la realidad política y social de una nación que por fin rompe las cadenas de la ignominia a las que estuvo atada durante 42 años.
Tenemos necesariamente que llamarla “neo-revolución” (para no denominarla “contra-revolución”, que daría un significado muy diferente) al movimiento social reciente que va camino de producir un cambio radical en las instituciones políticas de la nación libia, gobernada hasta la semana pasada por un modelo de “revolución” muy diferente a la que se inició en febrero de 2011.
En efecto, la revolución que llevó al poder a Gadafi el 1° de septiembre 1969 fue fruto de un golpe militar a un desgastado e insostenible régimen monárquico hereditario de los usuales en los países árabes, quién se mostró desde un principio como un gobernante autoritario de “izquierda comunista”, contagiado por el “boom ideológico marxista” del momento en la región y en el mundo, que era el único modelo que en la práctica permitía la permanencia indefinida en el poder a que estaba acostumbrada la sociedad tribal del universo árabe, con el agregado hereditario proveniente de su tradición monárquica. En cambio, la “neo-revolución” pan-árabe que estamos observando en la actualidad tuvo otro origen y naturaleza, ha tenido desarrollos diferentes y se propone objetivos distintos.
Sus raíces están hincadas en la vieja ambición de los países no productores –o de baja o insuficiente producción- de petróleo, especialmente de Norte América y Europa, en el auge preponderante de los derechos humanos, en la expansión universal del modelo de democracia occidental, en la crisis del socialismo y especialmente del comunismo marxista leninista; y, especialmente, en las profundas desigualdades sociales, económicas y políticas existentes en el interior de la sociedad, muy similares a las prevalecientes en la Europa de los siglos V a XV de la era medioeval de la cultura, la política y la economía del viejo continente.
La naturaleza de la “neo-revolución” no fue la de un golpe militar sino la de un golpe de opinión social y político; su desarrollo por consiguiente fue de un movimiento de bases populares con el apoyo de fuerzas militares coaligadas de otros países y no de un simple golpe de cuartel como ocurrió cuando Gadafi se apoderó del poder; y, finalmente, los objetivos de la “neo-revolución” son absolutamente altruistas: defender a la sociedad civil de los atropellos del gobierno, librar al país de una dictadura feudal, instaurar en Libia un Estado de Derecho e instituir un régimen de ejercicio pleno de libertades públicas y protección de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos por igual, radicalmente contrarios a los existentes en la sociedad feudal del señor Gadafi.
Todo indica que estos países cuyas “neo-revoluciones” están imponiendo condiciones políticas diferentes a las existentes, van a desembocar necesariamente en “democracias demoliberales” y no en “democracias populares o populistas”, porque de allá vienen con amargas y desafortunadas experiencias; probablemente tendrán características formales disímiles a las democracias de países de rancia tradición en occidente, imponiendo convenciones y procedimientos propios de su entorno social y religioso y de su talante cultural, pero conservando la esencia y filosofía de aquellas.
Así lo harán seguramente las demás naciones que entraron recientemente en crisis parecidas a las de Libia, no obstante las dudas que se tienen por la confusión que ha generado la presencia de infiltrados en las huestes “neo-revolucionarias”, que no alcanzan a perturbar el incontenible girar de la rueca de la historia con su diáspora de cambio, expandiéndose por todo el norte africano y el medio oriente, al altísimo costo de destrucción y muerte; porque bien elevado ha sido el precio que han pagado estos pueblos por sus libertades y derechos, tanto en vidas humanas como en destrozo de infraestructura, en contaminación ambiental y en afectación psicológica.
Independientemente de que capturen vivo o muerto a Gadafi, ahora o en años, lo cierto de todo esto es que el establecimiento feudal que dirigía en Libia ha caído y que lo que viene es tan difícil como lo sucedido hasta ahora porque es casi más complejo construir sobre las ruinas que destruir el ominoso enclave. Recordemos que la “neo-revolución” libia no comenzó el 16 de febrero del 2001, fueron muchos años atrás de auto concientización popular y varios intentos internos y externos de diferente naturaleza los que se emplearon para derruirlo; así como también ha sido inmenso el daño material y espiritual causado a la infraestructura y al pueblo, que imponen una metódica, paciente y lenta labor de planificación y reconstrucción física, ética, anímica y especialmente institucional, con acompañamiento internacional, es cierto, pero con un inmenso respeto por su cultura, con amparo de los derechos humanos de su pueblo y con sujeción y obediencia a su autonomía para re-direccionar su destino.
Esto implica necesariamente la intangibilidad de sus recursos naturales y financieros por manos extrañas. Afortunadamente para la nación libia, cuenta con una industria y reservas petrolíferas suficientes que le permiten repotenciar su economía a corto plazo, además de una ubicación geopolítica privilegiada y puertos y oleoductos aptos para exportarlo hacía mercados próximos ávidos de este vital elemento; de otra parte, sus reservas internacionales en moneda dura siempre fueron de las mejores del mundo, con cero endeudamiento externo, congeladas oportunamente en los bancos depositarios por los respectivos gobiernos, a pedido de Naciones Unidas.
Esta riqueza debe ser protegida exclusivamente en beneficio del pueblo libio, coadyuvando desde los diferentes organismos que se encargarán de planificar y reconstruir el país para que se apliquen rigorosamente en estos fines, con manejo exclusivo de dirigentes libios, así se implemente una supervisión o auditoría de naciones unidas, en ningún caso de países individuales.
Las dudas se cifran en la incapacidad institucional -a corto plazo- del Consejo Nacional de Transición que gobernará a Libia mientras se convoca a elecciones, para manejar la reconstrucción que se requiere en forma inmediata, ante la inexistencia absoluta de órganos gubernamentales nacionales especializados en estas áreas, siendo precisamente en tales espacios donde la ONU debe entrar a actuar con asesoría especializada, capacitando simultáneamente a personal nacional, tanto en lo institucional como en lo técnico, de tal manera que se pueda realizar una pronta restitución al pueblo libio de todas sus competencias.
Si se obra de esta manera, estará este agobiado país a salvo de la injerencia indebida en sus asuntos internos de países interesados en apoderarse del manejo de sus recursos petrolíferos y financieros y salvaguardada igualmente la ética con que supuestamente se actuó por la comunidad internacional durante el conflicto. De lo contrario, todos ellos –gobiernos y organismos- serán enviados al “averno” de la condena pública por la conciencia universal.
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