Vida de Brian
Vida de Brian
No, no se trata precisamente de recordar la película de Monty Python; el Brian de esta historia tiene otras resonancias, no las más divertidas, debo decir de inmediato.
Para empezar, debo remontarme exactamente veinte años, 1991: en la ciudad de Halifax se lleva a cabo el congreso o convención del Nuevo Partido Democrático (NPD, o más conocido por sus siglas inglesas, NDP). En mis largos años de salida de mi país de origen siempre he mantenido una posición política de izquierda, estuviera donde estuviera, mis simpatías iban a estar del lado del corazón. Lo hice en mi estada de dos años en Buenos Aires (compartiendo los peligros con mis compañeros argentinos, cuando las cosas se pusieron malas) y cuando arribé en Canadá consideré que tenía que hacer lo mismo. Por cierto las coincidencias programáticas y los objetivos de largo alcance podían no ser muy completas con los que personalmente tenía en mente, pero a falta de un referente político más exacto, el NDP era lo mejor que podía encontrar en el panorama político canadiense. Y que conste que mis simpatías con ese partido eran de mucho antes que el NDP alcanzara su exitosa votación que lo ha puesto como oposición oficial en Ottawa.
Posiblemente aun con mucho entusiasmo de mis experiencia política latinoamericana, me incorporé de lleno al trabajo en ese partido al punto que ese año, habiendo sido designado delegado de mi asociación local y estando ya en el congreso, decidí postular a un cargo en el consejo federal del partido. Presenté mi candidatura, para lo cual tenía que reunir un cierto número de firmas entre los demás delegados, lo que no me costó mucho trabajo, yo había intervenido varias veces en las sesiones por lo que me había hecho conocido.
Hubo sin embargo un problema, los dirigentes de la sección provincial tenían a otra persona en mente para ese cargo, alguien que no había tenido mayor participación en las sesiones y que por lo tanto lo más seguro es que en una elección abierta no resultaría elegida. Fue en ese momento que ocurrieron dos cosas: Brian Topp, entonces uno de los dirigentes de la sección de Quebec, se me aproximó y me propuso que retirara mi candidatura para que la otra persona fuera elegida sin oposición y de paso dar una impresión de unidad de nuestra sección en el congreso, a cambio cuando en la reunión del consejo provincial se tuviera que elegir a un par de representantes provinciales al mismo puesto que yo estaba postulando ahora, yo sería uno de ellos. Esa reunión estaba fechada para el último trimestre de ese año.
La verdad es que tuve ciertas dudas, especialmente porque en ese tiempo quien tenía una desproporcionada influencia en todo el teje y maneje de la sección quebequense del NDP era el único diputado que entonces tenía en la provincia, un personaje llamado Phil Edmonston, cuya presencia en el partido produjo gran daño. En mi opinión—la que por cierto tengo todo el derecho a expresar públicamente tratándose de un individuo que tuvo una vida pública en el período que comento—Edmonston fue una suerte de aventurero que no tenía mayor conciencia política de izquierda, su profesión era el mundo de los negocios, como editor de la serie de libros sobre automóviles llamada LemonAid y que en su breve período como diputado federal entre 1990 y 1993, se caracterizó por un gran oportunismo en torno al tema del separatismo quebequense: típicamente se mostraba como federalista cuando era entrevistado en inglés, y muy cercano al nacionalismo y al separatismo quebequense cuando hablaba en francés. Aparentemente él confiaba en que no había mucha gente bilingüe en el resto de Canadá para así mantener ese doble juego. Con él, el NDP llegó a ser prácticamente infiltrado por un montón de gente separatista, especialmente en el condado de Chambly donde Edmonston había sido elegido. Al mismo tiempo, muchos que provenían de la vieja guardia del NDP incluso de antes que se llamara así, como otra gente que pertenecía a comunidades étnicas o eran anglófonos, terminaron alejándose del partido en esos años, contribuyendo a su declinación en Quebec la que duró hasta la última elección.
Volviendo a mi desgraciada experiencia con Topp, en un gesto que al poco tiempo pude ver que había sido completamente ingenuo, efectivamente retiré mi postulación en el congreso a fin de dar esa impresión de unidad que Topp me había solicitado. En cosa de meses podría postular al mismo cargo en la reunión provincial, con el apoyo que me había prometido.
Llegado el día de la reunión provincial, unos meses después y cuando le recordé a Topp el compromiso adquirido él simplemente lo ignoró. Eficaz en “armar máquinas” él y su grupo aseguraron la elección de otra persona, alguien obediente a sus propias instrucciones.
Posiblemente más de algún lector o lectora a esta altura me dirá “¿Pero cómo se le ocurrió confiar en una político profesional?” Ya lo digo, fue una ingenuidad, en la creencia que en el NDP las cosas se hacían con más transparencia. La mala experiencia sin embargo no iba a afectar mi adhesión a una causa que considero justa, uno siempre tiene que ser capaz de ver más allá de su propia persona en esto. Y por cierto el hecho de representar una causa progresista no hace al NDP menos susceptible de atraer hijos de p… a sus filas. Ya lo decía el viejo Perón, “si sólo contamos con los buenos no vamos a llegar muy lejos…”. Entonces un partido como el NDP tiene también su dosis de sujetos como Topp, los maniobreros de trastienda, los que buscan acuerdos y arreglos en los pasillos, sujetos que probablemente no tienen mucha idea de la teoría política pero que ciertamente saben manejarse bien en amarrar apoyos para esto o aquello a cambio de algún otro arreglo aquí o allá, en armar maquinarias que puedan elegir a alguien o hacer votar una resolución que les interese a un determinado sector. Digamos que, aplicando en esto lo escrito por el fundador de la ciencia política moderna, Nicolo Machiavelli, no tendría problema en aceptar que sujetos como esos desempeñen un papel en la política. El problema en este caso es cuál papel, porque una cosa es armar máquinas en una asamblea—y para eso sujetos como Topp hasta pueden ser, si no útiles, al menos vistos como un “mal necesario”—y otra cosa es que sujetos así tomen una prominencia mayor. Y precisamente ese es el problema que enfrenta el NDP en este mismo instante que escribo esta nota, porque Topp, hasta hace poco presidente del partido (en los sistemas parlamentarios el presidente del partido tiene básicamente un rol burocrático, el manejo político recae en el líder) ha anunciado que se presentará como candidato al liderazgo del partido. Audaz movida de parte de alguien que nunca ha ocupado un cargo de elección popular y que creo que tendrá problema para hacerse elegir, ya que no es un sujeto carismático, en general los políticos que se dedican a componendas de pasillo rara vez tienen esa cualidad, son buenos para lograr acuerdos con otros como ellos, pero no se manejan bien delante de las masas, la gente como que “huele” cuando alguien así “les quiere vender la pomada” como se dice en América Latina. Y nunca hay que desestimar la sabiduría popular a este respecto, ciertamente a mí me faltó ese día que confié en Topp, y por cierto nunca más lo haría y por eso quiero hacer pública esa experiencia. Además sería casi una traición al legado de Jack Layton, el líder recientemente muerto y ampliamente respetado precisamente por su llegada a la gente y por la sinceridad y transparencia que emanaba de su discurso, que su sucesor fuera un hombre que, aunque más joven, practica la política de viejo estilo, de espaldas a la gente, en los pasillos de las salas donde se efectúan los congresos y convenciones políticas, o si llega a ser diputado, lo hará en los recovecos del viejo e imponente edificio del parlamento en Ottawa.
Normalmente no tengo una actitud negativa, pero en este caso me esmeraré porque cuando se elija al sucesor del apreciado líder no se elija a alguien que no tiene la decencia de respetar su propia palabra empeñada. El no cumplir sus promesas es impropio de un hombre de elevado espíritu nos decía Aristóteles en su Ética Nicomaquea, el cumplir con lo prometido es un deber perfecto (ineludible) decía Kant. No sé cuantos de mis lectores puedan identificarse con el NDP, pero si usted es uno de los que votará para elegir líder por ahora mi consigna es: cualquiera, menos Brian Topp.