La aves no son aburridas
La aves no son aburridas
Muchas personas creen que tener un ave, fuera de sentirla cantar y disfrutar de su plumaje, no aporta nada más a quien la posee. De hecho, he comprobado que muchos la consideran una mascota aburrida. Creo que se equivocan porque con ellas se puede lograr una interacción muy gratificante, que resulta entretenida, y no sólo con las palomas o loros se consigue, sino que con cualesquiera. Sólo es necesario proponerselo.
Ningún ser del Reino Animal se puede comunicar hablando el mismo idioma con nosotros, pese a esta realidad, hay montones de forma de comunicarse con un animal, se pueden mandar muchos mensajes. Cuando se consigue interactuar con tu mascota el resultado obtenido es fantástico, aunque sé por experiencia que no es nada de fácil y debemos apelar a la calma y la paciencia para conseguirlo.
Hay que repetir muchas veces el mismo ejercicio, sin que al parecer nos entiendan en un principio, es la tónica, pero como si fuera magia. De la noche a la mañana consigues lo que quieres y tu amigo o amiga obedece a lo que le pides. Resulta algo increíble y pocas satisfacciones son tan enriquecedoras como ésa.
Bueno, volviendo a las aves, es sabido que fuera de sus jaulas son seres libres que utilizando sus alas nos pueden dejar atrás cuando lo deseen, aunque nosotros no queramos, pero con ellas también podemos interactuar y transmitirles la suficiente confianza, para que libres de ataduras puedan volar una y mil veces y regresar a tus brazos posándose sobre ti. Para ello, deben sentirse seguras.
Mi padre, cuando yo era niño, empezó con un canario que se le obsequiaron. Al poco tiempo de tenerlo creyó que éste se sentía solo, y adquirió una pareja. Con esta acción comenzó un proceso reproductivo bárbaro: casi sin darnos cuenta teníamos una familia de más de 100 ejemplares. Tal prole significaba una gran tarea diariamente, pero por otra parte despertar y sentirlos cantar todos los días resultaba ser muy lindo.
Limpiar una jaula donde solo habían dos es bastante fácil, pero hacerlo en diferentes jaulas donde vivían estos 100 o más era un proceso agotador que demandaba muchas horas. Fue entonces cuando mi padre decidió construirles una casa grande donde pudiesen estar todos juntos y vivir más cómodamente, siendo, según él decía, más fácil proporcionarles el alimento y limpiar.
Limpiar todos los días esa gran jaula requería de un gran trabajo y el beneficio del trabajo no era tal, aunque tratara con sus argumentos de convencerme. Lo que sí consiguió este nuevo espacio fue hacer que los canarios estuviesen más cómodos y felices. Disfrutaban mucho de sus vuelos.
Sin embargo, para mí la experiencia fue día a día mas enriquecedora. En un principio, cuando vi entrar por primera vez a mi padre con esa gran jaula, creí que todos los canarios se alborotarían nerviosos y sería complicado limpiar su hogar. Pero no, me asombró darme cuenta que casi no se inmutaron e inclusive algunos se posaron sobre los hombros de mi padre sin más. Al preguntar porque actuaban así con él, éste me respondió: “hijo ellos me conocen y saben que soy yo quien limpiaba sus otras jaula, les daba de comer y por eso no sentían ningún miedo”.
Lo mismo no sucedía conmigo. Yo entraba a la jaula y eso era un caos, se alborotaban y ninguno hizo alguna vez ademán de posarse sobre mí. Era tal mi frustración que un día le pregunté a mi padre si podría alguna vez lograr que ellos actuaran de igual manera conmigo a como lo hacían con él. Creía que no me querían y les molestaba mi presencia. Mi padre me respondió con mucha sabiduría: “Hijo, ellos tienen que confiar en ti, te han visto siempre mirándolos desde fuera, como un niño que aún eres. Realizas movimientos muy bruscos con tus manos que les causa miedo, la única forma de lograr que estos amigos se sientan seguros con tu presencia es manteniendo la calma en su entorno, no quieras tomarlos aunque desees acariciarlos sin más, deja que ellos vengan a ti y con el correr del tiempo notarán que tú no representas ningún peligro y se posarán sobre ti sin problema”.
Sabias palabras, creo que fue la primera clase de comportamiento animal que tuve en mi vida, de ahí en adelante todos los días ingresaba a esa gran casa donde ellos vivían y me sentaba en el suelo a observarlos, realizando movimientos muy pausados para no asustarlos y con el correr del tiempo muchos amigos se posaron en mis hombros y no se alborotaban a verme llegar igual como lo hacían con mi padre, lo había conseguido y eso me llenaba de felicidad.
No les puedo describir lo gratificante que fue esta experiencia. Esa primera comunicación con un ser que no habla tu idioma es fantástica, más aún, ya que con el correr del tiempo nuestra relación se cimentó mucho más. Muchos me dejaron acariciarlos o comían en mi mano sin el menor temor. Con algunos el contacto fue más allá y salieron de sus jaulas acompañándome a mi dormitorio cuando hacia mis deberes del cole sin problemas. Logré además enseñarles a practicar ciertos trucos, pero eso es parte de otra historia que les contare más adelante.
Somos nosotros los que debemos buscar la fórmula de poder comunicarnos con nuestras mascotas, con paciencia lo lograremos pero eso si deberemos dedicar bastante tiempo para observarlos y aprender de su lenguaje, ejecutar hasta que nos conozcan movimientos pausados que no los alteren, piensen que ellos conocen y se comunican por medio de un lenguaje gesticulado, movimientos rutinarios son los que realizan para transmitir sus mensajes y ese desconocido lenguaje para nosotros es el que debemos entender para relacionarnos con los de su especie.