Viaje en el tiempo a un campo de aislamiento para japoneses
Viaje en el tiempo a un campo de aislamiento para japoneses
Setenta años después del bombardeo de Pearl Harbor y del traslado a campos de aislamiento de canadienses de origen japonés, los sobrevivientes volvieron a recorrer los lugares donde estuvieron confinados, en el oeste de Canadá, durante una guerra que no era la suya.

Campo de internamiento para japoneses en la Columbia Británica, durante la II Guerra Mundial. Foto: Library and Archives Canada
AFP. New Denver (Columbia Británica).- Tras el ataque japonés a la base de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, que marcó el ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, Washington decidió aislar a unos 110.000 japoneses y estadounidenses de origen nipón. Canadá reaccionó igual, cambiando para siempre la vida de unos 22.000 inmigrantes japoneses. Debieron esperar casi medio siglo para que el gobierno federal les pidiera disculpas y los indemnizara, en 1988.
En plena Segunda Guerra Mundial, ambos países norteamericanos acusaron, sin fundamento, a los inmigrantes japoneses de integrar una “quinta columna” (ser infiltrados), por lo que se les privó de todos sus derechos cívicos y fueron encerrados en campos de aislamiento.
En medio de los vastos bosques de coníferas de Canadá, rodeado de las nevadas cumbres de las Montañas Rocosas, el apacible poblado de New Denver, en la Columbia Británica, conserva aún un conjunto de albergues hechos de troncos de pino. Un viejo japonés lo visitó junto a un grupo de turistas.
Nobby Hayashi, de 83 años, es la memoria viviente de este campo de aislamiento, pues permaneció allí durante tres años junto con otros 1.500 detenidos.
El interior es austero: literas, una mesa con algunas sillas, y una olla en la estufa. “En cada cabaña nos amontonábamos dos familias, una en cada habitación”, explica Hayashi. “Era amplia en comparación con las tiendas donde dormimos en el invierno de 1942”, agrega.
Irene Tsuyuki, quien estuvo en Tashme, un centro de aislamiento de las Montañas Rocosas que fue destruido en 1945, recuerda cómo cambió todo para ella y su familia después del bombardeo del 7 de diciembre de 1941.
“Algunos días antes del ataque de Pearl Harbor, mi padre fue hospitalizado en Vancouver. Mi madre iba a visitarlo todos los días. Invariablemente, él le contaba hasta qué punto el equipo médico lo atendía con todo cuidado. Pero el 7 de diciembre de 1941, ella lo encontró extremadamente contrariado: súbitamente, ya nadie le dirigía la palabra”, cuenta a la mencionada agencia.
El bombardeo a Pearl Harbor atizó el desprecio de la comunidad por los japoneses. La opinión pública y la clase política presionaban a Ottawa para que neutralizara a la “quinta columna” y encerrara a los japoneses, quienes el 24 de febrero de 1942 fueron declarados amenaza para la seguridad nacional.
“El gobierno canadiense pensaba que éramos espías”, cuenta la señora Emiko, deportada con su familia a Lemon Creek, en la provincia de Alberta.
Emiko y otros 22.000 japoneses fueron encerrados o enviados a realizar trabajos forzados. Sus bienes fueron incautados y vendidos para pagar los gastos de gestión de los campos.
Uno de los turistas en New Denver le pregunta a Hayashi si alguna vez intentó huir. Tras una pausa, el hombre responde: “Desobedecer las órdenes no forma parte de la mentalidad japonesa”. Y concluye: “¿Para ir adónde? Estábamos rodeados de montañas”.
Al terminar la guerra, Ottawa puso en un dilema a los detenidos en los campos: permanecer en territorio canadiense, pero al este de las Montañas Rocosas, lejos del Pacífico, o regresar a Japón. Una difícil decisión para padres japoneses cuyos hijos eran canadienses.
Cerca de 4.000 personas, entre ellas los Tsuyuki, decidieron aceptar la compensación económica que se les ofreció por la pérdida de sus bienes y regresaron al país del sol naciente, que tras la bomba atómica quedó devastado.
Irene Tsuyuki tuvo que esperar cuatro años antes de regresar a Canadá y otros 40 para que Ottawa se disculpara. El 22 de septiembre de 1988, el gobierno federal reconoció el mal que le había hecho a los canadienses de origen japonés.
Al final de la visita, un turista pregunta: “¿Qué sienten, después de tantos años?”.
Nobby Hayashi, pudoroso, responde: “Para mí, la única manera de superar todo aquello es contar lo que nos pasó”.
