Ansiedades climáticas
Ansiedades climáticas
Como parecía que terminar la conferencia sobre cambio climático en Durban sin acuerdo alguno hubiera sido admitir un rotundo fracaso, al último minuto se logró un acuerdo que básicamente extiende el llamado Protocolo de Kioto hasta 2015 mientras se sientan las bases para un acuerdo definitivo y obligatorio para 2020. El acuerdo logrado sin embargo no ha dejado muy satisfecho ni a los gobiernos representados en la cita, ni a los grupos y organizaciones que se preocupan por el estado del medio ambiente.
Por de pronto, Canadá anunció esta semana su retiro del Protocolo de Kioto porque simplemente el gobierno considera que no puede cumplir con las metas impuestas por el documento original (reducir las emisiones carbónicas a los índices previos a 1990). El retiro canadiense causó reacciones muy negativas, no tanto por su impacto real, ya que efectivamente por la baja población de este país el impacto en términos de contaminación atmosférica es minúsculo: un mero 2% de las emisiones del mundo proviene de los vehículos e instalaciones industriales canadienses; sino por su significado simbólico: uno de los principales países industrializados decidió restarse a un esfuerzo que requiere del concurso de todos, no importa cuán pequeña pudiera haber sido su real contribución a la contaminación atmosférica global.
Siendo así nuestro porcentaje de contaminación atmosférica más bien pequeño, “Who cares!” parece haber sido la reacción de Peter Kent, el Ministro de Medio Ambiente en el gobierno de Stephen Harper. Los conservadores además aprovecharon de echarle la culpa de todo este desaguisado a los liberales, bajo cuyo gobierno Canadá se comprometió a alcanzar las metas del Protocolo de Kioto.
Cabe plantearse ahora cuál va a ser el costo político para el gobernante Partido Conservador en esta medida que coloca a Canadá una vez más junto a Estados Unidos (que nunca adhirió a Kioto) en una actitud de franco desdén por las preocupaciones e incluso las ansiedades que el cambio climático produce en otras latitudes.
La verdad de las cosas es que dentro del actual gobierno parece haber un importante grupo que ni siquiera cree que ese cambio climático esté ocurriendo. Algo que no sería de sorprender por lo demás. Aparentemente el ala más derechista de los conservadores principalmente con su base de apoyo en las provincias productoras de petróleo en el oeste—Alberta la más importante y también la que cuenta con el mayor apoyo para el partido gobernante—se encuentra actuando en unísono con un grupo creciente, aunque minoritario en lo que hace a número de científicos, que niega la correlación que existiría entre la acción humana y el cambio climático. Este grupo alega que cambios climáticos, incluso de carácter drástico, han ocurrido en el pasado, como se registra en diversos documentos históricos, sin que en ese entonces hubiera existido la actividad industrial.
Tal argumento sin embargo puede ser contrarrestado con la evidencia científica que indica que efectivamente la emisión de gases causa alteraciones en la conducta del clima mundial, como se ha podido reproducir en ensayos experimentales. La mayor parte de la evidencia científica en verdad respalda el hecho que hay una correlación entre acción humana, en este caso concreto emisión de gases carbónicos en la atmósfera, y alteraciones climáticas. Como toda correlación sin embargo, ella lo único que determina es que hay un influencia de esa intervención humana en los fenómenos climáticos, no necesariamente que sea una absoluta relación de causa-efecto, lo que deja margen a otros factores no humanos, que ciertamente puedan influir también en el problema del cambio climático. El problema es que evidentemente esos otros factores naturales que causaron los cambios climáticos en épocas pasadas, por definición están fuera de control humano, mientras que el factor de las emisiones de gases en la atmósfera debido a nuestra acción sí que lo está. Es entonces razonable que habiéndose determinado que esa intervención humana es un factor en el cambio climático (y más aun, un factor importante por lo que dice la mayoría de los científicos) tiene mucho sentido que los seres humanos se dieran a la tarea de reducir el impacto de esa intervención.
Aquí es por supuesto donde surge el gran problema: ¿quién tiene que hacerlo primero? Cuando Estados Unidos se negó a adherir al Protocolo de Kioto lo hizo basado en el hecho que ese acuerdo eximía a los países llamados en vías de desarrollo, de someterse a sus directivas, lo que dejó las manos libres para que China, hoy el segundo mayor contaminador industrial en el mundo después de Estados Unidos, e India, en el tercer puesto, a su vez se convirtieran también en potencias productoras, las que se llaman ahora las economías emergentes, entre las cuales también hay que incluir a Brasil y Corea del Sur (también crecientes contaminadores).
En principio uno bien puede decir que fue injusto que Kioto hiciera esa excepción para esos países, especialmente para China que desde hace unos años invade al mundo con sus baratijas industriales, por lo demás de muy dudosa calidad, y de paso tiene convertida a su propia capital en una de las más contaminadas ciudades del planeta.
Sin embargo también había un argumento de reparación histórica en haber eximido a los subdesarrollados de las obligaciones de Kioto: por más de dos siglos los países desarrollados de Europa occidental, América del Norte y el Japón, habían desarrollado su potencia industrial y por ende contribuido fuertemente a la contaminación atmosférica—por cierto en todo ese tiempo había poca o nula conciencia sobre el tema—parecía justo entonces que ahora las restricciones apuntaran a los países que habían sido los “contaminadores históricos” mientras se diera cierta laxitud a los que ahora buscaban también su propio desarrollo industrial. Por lo demás en gran medida los países más desarrollados como el caso del propio Canadá, iban dejando atrás su fase industrial, por lo menos la manufacturera, para centrarse en otro tipo de producción menos contaminante, en los hechos, en el caso de la América del Norte, hoy día la mayor fuente de contaminación atmosférica no proviene de sus industrias sino de sus automóviles y demás vehículos que queman combustible.
Hay sin embargo cosas que aun quedan en el aire y que contribuyen a esta ansiedad climática: el ministro Kent anunció el retiro de Canadá de sus compromisos con Kioto (de paso ahorrándole al país el pago de unos 14 mil millones en posibles multas por incumplimientos en las reducciones de emisiones de gases, quizás—si uno lo ve cínicamente—lo único bueno de toda esta movida), pero entonces va mi pregunta, ¿acaso a alguien le importa? Al azar comentaba este tema y le preguntaba a mis estudiantes en conversaciones informales, la verdad es que la mayor parte ni siquiera tenía idea del retiro canadiense, mucho menos de lo que era el Protocolo de Kioto. Quizás al hablarse de “calentamiento global”, algo difícil de creer en el frío de este país, en lugar de “cambio climático”, un término más ajustado a la realidad, se cometió un error comunicacional desde cuando el tema se puso sobre la mesa por primera vez.
Como sea, por ahora las ansiedades climáticas han sido simplemente, como algo molesto de ver, ocultadas bajo la alfombra, la alfombra de la indiferencia esto es.