Neón
Neón

La lámpara de neón fue inventada en Francia por el ingeniero Georges Claude. Hizo la primera demostración pública en 1910
Ya he indicado en anteriores columnas que me defino como un hombre citadino, esto es, alguien que siempre ha vivido en un ambiente urbano y que por lo tanto ha hecho de la ciudad—cualquiera que esta sea—su entorno natural. La ciudad es pues el ambiente en el cual crecí y son las imágenes de su paisaje las que siempre están presentes en mi mente. De ellas se alimenta también mi memoria en sus múltiples recuerdos.
Menciono esto porque sin duda uno de los elementos más típicos del paisaje urbano son sus letreros de neón. Ya en mi niñez, cuando me tocaba acompañar a mis padres en alguno de sus muchos viajes al centro de la ciudad, el colorido y la casi mágica sucesión de cambios de imágenes de los letreros publicitarios callejeros, acaparaban mi atención. Recuerdo por ejemplo, que en Santiago de Chile, en la Alameda, la principal avenida de esa ciudad, al llegar a la Plaza Italia, otro sitio emblemático del lugar, había un gigantesco letrero de neón publicitando a la Orange Crush el que mostraba a un negrito (“Crushito” se llamaba el personaje en español) llevando una botella del refresco en una bandeja. El letrero estuvo allí hasta que en los años 60, posiblemente por órdenes del cuartel general de la compañía en Estados Unidos, no se siguió considerando la imagen en cuestión como “políticamente correcta” y el letrero fue cambiado a un simple rectángulo con el nombre de la bebida alternando entre un fondo color naranja y azul.
Otra imagen muy presente en mi memoria la capté en mi primer viaje a Buenos Aires, siendo ya adolescente, y deteniéndome por largo rato frente al multicolor despliegue de anuncios de neón en la intersección de la calle Corrientes y la avenida 9 de Julio. “Aceite Ybarra” me acuerdo anunciaba uno de los más coloridos letreros, pero había muchos más, publicitando refrescos, relojes, aerolíneas. Esa esquina porteña, por cierto una de las más concurridas y transitadas de la capital argentina continúa siendo uno de los más interesantes sitios para contemplar el casi orgiástico despliegue de colores y formas que presentan los letreros de neón.
En posteriores viajes que he podido hacer he disfrutado las muestras de colores en lugares emblemáticos del neón, como Times Square en Nueva York o Picadilly Circus en Londres. Nunca he estado en Las Vegas (y como no me interesa el juego, es un sitio que no tengo intenciones de visitar) aunque por lo que he visto en fotos o películas, allí parece darse el más sensacional (aunque quizás abrumador) despliegue de luces de neón.
Curiosamente y a pesar que mucha gente lo asociará con el consumismo de la sociedad norteamericana, el letrero de neón fue en realidad inventado en Francia por Georges Claude, un ingeniero, químico e inventor quien hizo la primera demostración pública de una lámpara de neón en 1910. Claude había estado trabajando en tal proyecto desde 1902 cuando por primera vez había logrado lanzar una carga eléctrica en un tubo sellado conteniendo gas neón. Este gas había sido descubierto en 1898 por William Ramsey y M. W. Travers en Londres, quienes le dieron ese nombre proveniente del griego “neos” que simplemente significa nuevo, en este caso el nuevo gas.
Claude patentó su invento y creó una compañía, Claude Neon la que en 1923 vendió un par de letreros con la palabra “Packard” a un negocio vendedor de esos automóviles. Desde ese momento el neón—que en ese tiempo los norteamericanos llamaron “fuego líquido”—pasó rápidamente a ser un elemento distintivo de las ciudades, con sus múltiples colores, sus posibilidades de dar la ilusión de movimiento y el brillo de sus luces, hay que recordar que entonces el alumbrado público de las calles era mucho más débil, a base de lámparas incandescentes. Las luces fluorescentes y de mercurio vendrían más tarde.
Aunque el término “luces de neón” es el que todavía se usa, lo cierto es que en los tubos sellados se utilizan también otros gases para obtener variados colores ya que el neón produce el color rojo, así se usa el helio para obtener el tono amarillo fuerte, el mercurio para el azul, el anhídrido carbónico para el blanco y otros colores que se obtienen mediante el tratamiento del interior de los tubos con fósforo.
Los letreros de neón tienen la ventaja que pueden durar décadas, mientras los tubos se mantengan sellados por cierto. Su problema es que por tratarse de tubos de vidrio, ellos son también frágiles y pueden sufrir daño cuando hay vientos muy fuertes, lo que hace que requieran de un mantenimiento relativamente constante. Sin embargo su vida puede ser muy larga: en su novela “Cansado ya del sol” la escritora chilena Alejandra Costamagna menciona un letrero luminoso también de los alrededores de la Plaza Italia, uno anunciando la “champagne Valdivieso” que curiosamente existe desde los años 60, es decir el letrero es mayor que la autora de la novela, nacida en 1970. Un letrero de neón anunciando la harina “Five Roses” y que saluda a los viajeros que llegan por carretera a Montreal ha sido declarado patrimonio urbano. Interesantes testimonios de la longevidad del letrero de neón.
Lamentablemente la durabilidad del material no ha logrado salvar al letrero de neón que hoy tiende a ser desplazado por otros elementos, uno—más barato, pero también ordinario y vulgar—el letrero de plástico. El otro, una tecnología más moderna y aun más luminosa, el LED (Light-Emission Diode) que provee una imagen similar a la que ofrece una pantalla de televisión.
En cuanto al primer sustituto, ya lo digo, es más barato y requiere menos mantenimiento, pero si se lo pone al lado del letrero de neón es como comparar las insípidas hamburguesas del McDonald’s con la comida en un restaurante de primera categoría: los letreros plásticos son estáticos, no pueden dar la idea de movimiento como los de neón, tienen poca durabilidad, se tienden a desteñir por efecto del sol, y bueno, son simplemente burdos, ordinarios, poco originales, por lo mismo más bien feos y ciertamente arrastran consigo toda esa carencia de nobleza asociada al plástico.
Distinto es el caso de los letreros en base a LED, que me imagino eventualmente llegarán a reemplazar a las luces de neón. Por ahora, eso sí, son mucho más caros, pero tienen todas las ventajas del neón (ilusión de movimiento, colorido, cambio de imágenes, durabilidad de la fuente luminosa) más la posibilidad de dar la ilusión de realidad ya que semejan pantallas gigantes de televisión e incluso una mayor luminosidad. En Nueva York la Times Square presenta ya un despliegue muy abundante de anuncios LED, por lo menos la última vez que estuve allí casi en igual número o quizás ya superando al neón.
Para algunos los anuncios luminosos presentarán desventajas, veía hace unos días un reportaje de Televisión Chilena en el que unos vecinos (también en la ya mencionada e icónica Plaza Italia) se quejaban y amenazaban acciones legales por un gigantesco letrero luminoso, justamente de ese tipo LED, que según ellos no los dejaba dormir en la noche porque iluminaba sus apartamentos. Lo que me recordó aquel episodio de Seinfeld en el cual él también se quejaba porque un letrero de neón iluminaba su dormitorio de radiante color rojo toda la noche…
Sea como fuere, los letreros de neón, en ocasiones con algunas letras perdidas por daño a algunos de sus tubos o con un chirrido monótono por culpa de una mala conexión, constituyen una de las imágenes más representativas de la ciudad como ente vivo, la que a veces—como los tubos de neón de algún letrero—también sufre desperfectos. La ciudad que en sus luminosos letreros de neón y ahora en sus sustitutos en aun más brillante LED tiene, cuando cae la noche, una parte central de su encanto.
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