El síndrome del poder absoluto
El síndrome del poder absoluto
Entendido el “síndrome” no simplemente como el “conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada” sino más bien como el “conjunto de síntomas característicos de una enfermedad”; y el “poder absoluto” como esa enfermedad psicológica que consiste en la “atrofia pasional de apego demencial al poder político absoluto, que se presenta de ordinario en personas que han ejercido o están ejerciendo posiciones de autoridad o mando”. Y entendiendo lo “demencial” como lo relativo al “deterioro progresivo e irreversible de las facultades mentales que causa graves trastornos de conducta”, estaríamos entonces hablando de muchísimos personajes de la historia de la humanidad de todas las épocas, militantes de todas las tendencias ideológicas, de todos los continentes y sistemas políticos, de todos los matices religiosos, sociales y raciales.
De moda hoy, ayer y siempre, las diferentes formas de dictaduras, autoritarismos y regencias de este estilo que se han instalado en las distintas naciones han dejado baños de sangre, secuelas de odio, retaliación y venganza, destrucción material y deterioro moral y espiritual en los pueblos. La infinita mayoría de ellos han padecido en algún momento de su historia del “síndrome del poder absoluto” de un demente “líder” que por muy variados métodos –generalmente no ortodoxos- ha logrado incrustarse o mantenerse en el poder político; metodologías y procesos que han ido de un extremo inicuo como el uso indiscriminado de las armas, la práctica del asesinato aleve y la matanza colectiva, pasando por la extorsión y el chantaje político, hasta el otro extremo, supuestamente más benigno, de los “absolutismos seudo-democráticos” o “dictaduras constitucionales” de que hemos hablado en comentarios anteriores, que no obstante permitirles llegar al poder político por la vía constitucional, lo utilizan para acomodar luego las reglas a su particular interés de “eternizarse” en el mismo.
Allí, en esas luchas ferales por el poder político, por impedir el acceso injusto de los meramente ambiciosos y guerreristas o por desposeer del mismo a quienes injustamente pretenden permanecen en él, es donde se incuban las revoluciones justas y plausibles, así hayan sido o sean costosas en vidas humanas, tiempo y bienes materiales.
Tomados todos estos elementos en su exacta y comprensible dimensión es más fácil interpretar lo que está ocurriendo en este momento en Siria, que unos llaman “la reactivación de la guerra fría”, debido al enfrentamiento producido en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –con veto doble de por medio (China y Rusia)- de las potencias nucleares orientales y occidentales; otros lo denominan “indebida intervención en los asuntos internos de los pueblos”, por la resolución de condena moral a Siria que acaba de emitir Naciones Unidas con la aprobación de la gran mayoría de naciones occidentales y de la Liga Árabe y la oposición del pequeño círculo de naciones liderado por Rusia, China e Irán, entre las cuales se han inscrito los cinco miembros del Alba orientadas por Hugo Chávez; otros le dicen “flagrante trasgresión de los derechos humanos” por la forma masiva e inhumana como son sacrificados a diario civiles pertenecientes a la oposición del presidente sirio, Bashar Al Assad.
Al Assad, líder del gobierno autoritario de Siria, cuya dinastía familiar ha estado en el poder por más de 30 años, ha gobernado la Nación con mano dura y prorrogado su mandato de siete años -votado en el 2000- mediante la manipulación de elecciones plebiscitarias en el 2007, con un falso respaldo del 97% del electorado, destapó finalmente todas sus intenciones políticas de quedarse en el poder indefinidamente, a punta de bala y bombas contra la creciente movilización civil que reclama derechos civiles y libertades públicas conculcadas y democratización del régimen.
Más de seis mil muertos y la destrucción de varias ciudades en acciones ejecutadas por el ejército del Gobierno para reprimir la expresión popular, inicialmente pacífica, es la prueba plena de la existencia de un régimen impopular y hegemónico que pretende quedarse así, bajo la batuta de un dictador, o sea, de un “gobernante que asume todos los poderes del Estado y que no se somete a ningún control constitucional ni legislativo”, como lo analizamos en un comentario anterior por este mismo medio (Atalaya: “Siria, en la Picota Pública”).
Anticipábamos en este mismo artículo las dificultades existentes para encontrar una salida diplomática al conflicto por la prepotencia armamentista que venía demostrando el gobierno sirio, que le permitía ostentar de su capacidad de reducir en poco tiempo el “terrorismo” de la oposición, como oficialmente se le llamaba a las inermes fuerzas cívicas que inicialmente se le enfrentaban.
Pero hoy, que hemos confirmado la existencia de base militar rusa en el “mar mediterráneo sirio” y las significativas inversiones de aquel país y de China en su territorio, entendemos -no justificamos- las motivaciones de estas dos naciones para respaldar al gobierno y al régimen sirio; y se nos hace más comprensible la búsqueda de una salida política al conflicto, pues una acción militar como la que se emprendió en Libia, podría involucrar a Rusia y a la China en defensa de sus intereses, como tantas veces lo han hecho Estados Unidos y las demás potencias occidentales en situaciones similares.
De alguna manera, la reciente presencia de seis navíos rusos de guerra, de última generación, en aguas mediterráneas sirias y el suministro de misiles anti-buque Yajont a este país no solo tiene como objetivo la defensa de la base naval que Rusia mantiene en el puerto sirio de Tartus, en el Mediterráneo, sino el de dotar de suficientes medios defensivos a este país, aptos para disuadir a occidente de cualquier ataque a dicha nación.
Los misiles supersónicos auto-guiados Yajont tienen trayectoria adaptable y alcance de hasta 300 Km. Ninguno de los buques de guerra disponibles hoy en Estados Unidos, Francia o Inglaterra, incluidos los modernos navíos estadounidenses, son capaces de repeler su ataque, ni siquiera podrían interceptarlos.
De todos modos, el caso sirio continúa siendo de mucha atención, está en cuidados intensivos, cualquier descuido o mal manejo puede conducir a una confrontación de mayores dimensiones y extenderse a países y continentes muy distantes del epicentro del litigio actual. La crispación con que los israelitas –armados igualmente con misiles y bombas nucleares hasta los dientes y aliados naturales de occidente- están observando los acontecimientos sirios y de sus asociados iraníes a pocos kilómetros de distancia y apuntando hacia sus sitios estratégicos; a cambio, el complejo de superioridad y prevención de Irán contra Israel y las potencias occidentales, mantiene a su líder en permanente actitud verbal agresiva y amenazando con acciones bélicas de gran calibre, incluido el uso de armamento nuclear.
Ya las cartas están destapadas y sobre la mesa en Naciones Unidas; el Consejo de Seguridad, único que puede imponer sanciones efectivas a un país miembro, no lo pudo ni lo puede hacer contra Siria mientras exista el veto de China y Rusia; pero en cambio, en la Asamblea General, 137 naciones votaron favorablemente una resolución con varias sanciones morales a Siria, con el voto negativo de 12 y la abstención de 17, el resto fueron las naciones ausentes. De todos modos, digamos que hay un empate técnico que va a ser muy difícil resolver.
Lo que parece innegable en todo este barullo es que, dadas las circunstancias actuales en que la mayoría de los países árabes vinculados a la Liga Árabe redactaron y apoyaron la resolución aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en que se afirma la “sistemáticas y amplias violaciones de los derechos humanos y las libertades fundamentales por parte de las autoridades sirias” y se exige “una transición a un sistema democrático y pluri-partidario”, todo debe conducir a una solución política, que incluso la propia China le ha pedido a las partes contendientes en reciente visita realizado por el Vicecanciller de este país a Damasco; en la cual necesariamente Bashar Al Assad debe dar un paso al costado, pues ha sido su “adicción al poder” su “síndrome de poder absoluto” lo que ha llevado a extremos caóticos a su país.
Comentarios:
- jotalos@diarioelpopular.com (al periódico)
- jotalos@gmail.com (al columnista)
Comments (0)