Las Malvinas y los peligros del chauvinismo
Las Malvinas y los peligros del chauvinismo

La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, habla durante un acto en la Casa Rosada, en Buenos Aires, con un mapa de las Malvinas con la bandera argentina de fondo. Foto: Efe
En los últimos meses el gobierno argentino ha montado una exitosa ofensiva diplomática poniendo presión sobre Gran Bretaña para negociar la devolución de las Islas Malvinas (Falkland Islands en inglés) de cuyo dominio los británicos se hicieron en 1833, en tiempos cuando el control de los principales pasos marítimos era de gran importancia estratégica. Tener presencia naval cerca de esos pasos fue una prioridad para Londres que años antes había tomado control del Peñón de Gibraltar (el pasaje del Atlántico al Mediterráneo) y que tiempo más tarde tomaría Chipre (cerca del paso del Mediterráneo al Mar Negro) y Hong Kong (de importancia estratégica en China).
Como es sabido, se va a cumplir 30 años desde la desastrosa invasión que la dictadura militar argentina lanzara para recuperar las islas por la fuerza. Un garrafal error de cálculo, ya que la primera ministra británica Margaret Thatcher, en ese momento con gran baja en su popularidad, aprovechó la ocasión que los militares argentinos le ofrecían en bandeja para en poco más de dos meses desalojar a los invasores y así recuperar el favor popular, aumentado por el fervor patriótico, que en casos así sirve de mucho. Nada puede ser más manipulador, en especial tratándose de los sectores más atrasados culturalmente en una sociedad cualquiera, que envolverse en la bandera patria.
El infortunado dictador argentino de ese momento, irónicamente llamado Fortunato Galtieri en cambio, se encontró al otro extremo del aprecio ciudadano luego de la humillante derrota militar: apenas se salvó del pelotón de fusilamiento. La que no se salvó fue la dictadura, que al año siguiente tuvo que dar lugar al retorno democrático. Los uniformados volvieron a los cuarteles en medio del repudio del pueblo. Y bien merecido que se lo tenían: los milicos argentinos habían estado muy “valientes” cuando se trataba de secuestrar y matar a gente inocente (unas 30 mil personas fueron asesinadas o hechas desaparecer durante la dictadura), violando a muchachas y robándole los bebés a las prisioneras que parían en cautiverio. Pero cuando tuvieron que combatir de verdad, con otro ejército, corrieron a rendirse…
Casi treinta años más tarde he aquí que el tema Malvinas ha resurgido, y la verdad es que cuesta imaginarse por qué. En realidad es un tema que no cuadra en la agenda del presente gobierno.
Lo que me lleva a decir de inmediato que soy un gran admirador de lo que Cristina Fernández y antes su difunto marido Néstor Kirchner, hicieron en materia de derechos humanos: llevar a la justicia y hacer que esta encarcelara a los principales delincuentes de uniforme que torturaron y asesinaron. No he dejado tampoco de admirar sus iniciativas tendientes a revertir el modelo neoliberal impuesto en el país, en especial en materia de pensiones, energía y la tributación a las grandes extensiones agrícolas. Uno bien podía decir que tanto ella como su esposo volvieron a darle al peronismo un cariz popular y progresista, cuando uno ya casi había perdido las esperanzas que ello pudiera suceder, en especial después de que Carlos Menem—en el nombre del peronismo—terminara de profundizar aun más las medidas neoliberales en el país.
Por los antecedentes que señalo, me parece incomprensible que súbitamente el gobierno de Cristina Fernández se lance en esta campaña que introduce un elemento de irracionalidad en el debate político. Más incomprensible aun si uno piensa que en términos estratégicos, su gobierno intenta efectuar cambios de fondo, lo que a su vez deberá mantener el apoyo popular a su proyecto progresista. Si uno observa las cifras de estos últimos años efectivamente ve un gran repunte en materia de recuperación económica, lo que a su vez ha beneficiado al pueblo argentino. Todo bien hasta aquí, hasta cuando se introduce este elemento ajeno, el tema Malvinas.
Hay dos objeciones tácticas importantes a esta movida: primero, crea un clima de nacionalismo, más aun de chauvinismo (el patrioterismo originado en las historias del soldado Nicolas Chauvin, un aparentemente ficticio personaje utilizado por Napoleón como arquetipo del patriota sin límites), un clima que es esencialmente irracional y que por lo mismo en cualquier sociedad siempre ha sido mejor articulado por los sectores de derecha. El nacionalismo es por esencia reaccionario, se basa en la idea de que “mi nación (mi raza, mi tribu) es mejor que la tuya”. Tan simple como eso.
Al embarcarse en esta campaña, el gobierno argentino tiene que hablar otro lenguaje el cual otros articulan mejor, por lo que corre el riesgo de perder el control del discurso. Me explico, aunque el gobierno ha insistido en que buscará la recuperación de las islas por medios pacíficos y diplomáticos, es evidente que en el inconsciente de mucha gente se dará la pregunta ¿y si eso no funciona? ¿se recurrirá a una salida armada? Y naturalmente esto último lleva a reconsiderar el rol de los militares. Por de pronto, ya deben andar por ahí algunos reclamando más recursos para las fuerzas armadas. Peor aun, desde la derecha, donde por cierto este discurso nacionalista y patriotero siempre se maneja mejor, no faltarán los que empiecen a tratar de reivindicar la invasión de 1982, y con ello el rol de los militares mismos.
Pero no sólo están estos dos errores de táctica y estrategia política en haberse embarcado en esta ofensiva que no sabemos adonde va a conducir. Están también los temas de fondo, de principio, que gracias a un documento emitido por 17 intelectuales—la mayor parte gente progresista, incluyendo al periodista Jorge Lanata quien fuera fundador del diario Página 12—son puestos en el tapete: “En honor de los tratados de derechos humanos incorporados a la Constitución de nuestro país en 1994, los habitantes de Malvinas deben ser reconocidos como sujeto de derecho. Respetar su modo de vida, como expresa su primera cláusula transitoria, implica abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean.” (Documento titulado “Malvinas: una visión alternativa”). Por cierto hay quienes inmediatamente objetan la idea de darle reconocimiento a los habitantes de las islas (llamados “Kelpers”) sobre la base que se trataría de una población “trasplantada”. La verdad es que no lo son ya que ellos han vivido allí toda su vida. Descendientes de una población trasplantada (conquistadora) eso sí. Pero entonces ¿qué es lo que somos todos quienes descendemos de los criollos (los españoles que a partir del siglo 16 ocuparon estos territorios que ahora son los países latinoamericanos)? El mismo argumento podría ser usado para decir que en verdad lo que nuestros países son no es otra cosa que producto del trasplante de población, la colonización española, que siguió a la conquista, en los hechos un acto de usurpación de tierras que entonces pertenecían a los pueblos indígenas. Con la misma lógica que algunos usan para denegar derechos a la población malvinense actual se podría decir que hay que enviar a todos los descendientes de europeos de vuelta al Viejo Mundo y devolver los territorios americanos a quienes serían sus legítimos dueños: los indígenas. Claro está, tal cosa es impracticable, en cambio hay quienes que sí creen que tal cosa se puede hacer con una pequeña población de poco más de 2 mil personas. Pero un momento. ¿No es eso el desplazamiento forzado de gente como lo hizo Hitler buscando “espacio vital” para el pueblo alemán? ¿Y no es eso lo que ahora se llama “limpieza étnica” y que ensayó de modo brutal el ex dictador fascistoide Slobodan Milosevic en Bosnia-Herzegovina y luego en Kosovo, en la ex Yugoslavia?
Hay que tener mucho cuidado. Los arranques de patrioterismo crean un clima de conformismo al cual todos se quieren sumar—no sea cosa que los acusen de antipatriotas o de partidarios del colonialismo inglés—sólo unos pocos se atreven a desafiarlo y advertir de sus peligros. Afortunadamente esos intelectuales argentinos han roto esa unanimidad de patota que a veces se crea en torno a ciertos temas haciéndolos poco menos que sagrados. Lo cierto es que nada es sagrado, menos si se lo fundamenta con slogans que no por más que se los repita pasan a ser más verdaderos.
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