Papel, papelillos y papelones
Papel, papelillos y papelones
Montreal.– No sé cuantos de los que leen esta nota lo harán en la edición en papel del periódico o cuantos lo hacen a través de nuestro sitio web. Sea como fuere, y si he de parafrasear un viejo texto tendré que decir que en un comienzo fue el papel o algún elemento físico parecido.
Por cierto pasaron varios milenios antes que la palabra escrita quedara grabada en papel, antes se usaron tablillas de greda (los sumerios en la antigua Mesopotamia, hará ya unos 6 mi años), piedra (así dejaron sus escritos los antiguos egipcios y en las Américas los antiguos mayas), pieles de animales (el pergamino de los antiguos griegos), plantas como el papiro (de nuevo los egipcios) hasta que los chinos inventan el papel.
Con el advenimiento de la era computacional se decía—por allá por los años 80—que en poco tiempo más, viviríamos en una sociedad sin papel. Mejor dicho una sociedad en que muchas de las cosas para las cuales entonces usábamos el papel, serían manejadas y archivadas electrónicamente, por lo tanto haciendo innecesario el papel, al menos para esos usos. Considerando que el papel es una de esas cosas que ciertamente ocupa montón de espacio, además de requerir el corte de árboles para producirlo, la perspectiva de una sociedad sin papel entusiasmaba a muchos.
Como todos sabemos, sin embargo, esa supuesta sociedad sin papel no ha llegado a concretarse. Incluso más, la comunicación a través de computadoras en muchos casos incrementó el uso del papel, pues la gente empezó a hacer copias de los textos o materiales electrónicos. Aun hoy, en la mente de mucha gente, un documento parece no tener una existencia real si no se es capaz de tocarlo, de tenerlo en la mano.
Por cierto si hay una actividad donde el uso del papel ha disminuido ha sido el de las publicaciones periodísticas. Desde la introducción del Internet y la presencia de diarios, revistas e incluso libros “on line” la circulación de los medios escritos se ha visto afectada y hay varios casos de diarios—especialmente en Estados Unidos—que simplemente han devenido publicaciones virtuales, sin presencia en papel. Algunos periodistas de la vieja guardia pueden sentir un tanto de nostalgia por la ausencia del “olor a tinta” que se sentía en los talleres de los grandes diarios.
Los diarios son junto a la burocracia y la escuela, uno de los más importantes consumidores de papel. Incluso hay un tipo especial de papel (“papel de imprenta” o “papel de diario”, “newsprint” en inglés) que se fabrica con el específico propósito de vehicular las noticias del día. Se trata de un papel más barato, más liviano, fabricado de pulpa creada por molienda mecánica de las astillas o fibras, en lugar de provenir de una refinación química. En años recientes en varias partes (especialmente en Estados Unidos, donde algunos estados incluso lo han legislado) el papel de imprenta es fabricado a partir del reciclado de papeles (en su mayor parte, ya que de todos modos debe haber una porción de pulpa fresca para darle consistencia, el llamado “grano” del papel).
El papel de imprenta así como otros papeles relativamente baratos fabricados a partir de la celulosa es un papel ácido, esto significa que con el tiempo se deteriora, se torna amarillento (eso lo ve si Ud. acumula diarios viejos por ejemplo) o en otros casos se resquebraja y si se trata de un papel muy viejo incluso se desintegra. Es lo que ocurre con algunos antiguos volúmenes que requieren especial cuidado en bibliotecas.
Curiosamente no todos los libros viejos sufren ese deterioro, al menos debido a su acidez (que a su vez reacciona con la atmósfera), esto ocurre más bien con el papel producido industrialmente más o menos en el último siglo y medio. Sin embargo hay libros producidos con anterioridad a ese tiempo que resisten lo más bien por no tener papel ácido. Esto porque el papel industrial se fabrica a partir de celulosa, un derivado de la madera que por su composición química es ácida, pero en siglos anteriores se fabricaba papel artesanalmente a partir de telas o fibras de algodón. Sorprendentemente uno puede constatar que libros confeccionados con ese tipo de papel mantienen bien su color e integridad.
En la moderna industria del papel se lo puede fabricar también libre de ácido a partir de celulosa alcalina, para lo cual eso sí, se debe efectuar un complejo proceso químico. Libros de alta calidad generalmente son hechos con este tipo de papel. Igual papel se utiliza para documentos importantes que se espera duren mucho tiempo. El papel moneda es también hecho en un papel alcalino, pero por otras razones, principalmente para facilitar la detección de dinero falsificado (pocos falsificadores se tomarán la molestia de adquirir el tipo de papel de alta calidad requerido).
El papel sin embargo tiene una presencia en muchos otros aspectos de nuestra vida aparte del de ser un medio para vehicular la escritura. Se lo usará como envoltorio en infinidad de productos, aunque comparte ese rol con el papel celofán y el papel de aluminio, en estricto sentido ninguno de ellos es realmente “papel” excepto en la semejanza utilitaria, como envoltorios (el celofán es en verdad un producto sintético químico, el papel de aluminio es hecho a partir de láminas de ese metal, con un recubrimiento que evita su quiebre).
Además el término mismo “papel”, asume de vez en cuando otros significados. Uno de ellos al asociarse como objeto sobre el cual se lee algo, con el individuo que efectúa tal acción (leer lo que dice el guión, o más precisamente memorizarse lo que dice el guión escrito en una hoja de papel), así decimos que “el papel del abogado engañado por su esposa (en el film The Descendants”) lo hizo George Clooney”.
En otro significado o derivado del término, encontramos el fenómeno de identificar el contenedor con el contenido. Recuerdo una antigua publicidad radial de un remedio que aliviaba el dolor de las úlceras estomacales si es que uno “tomaba un papelillo en la mañana y otro en la noche”. No he escuchado mucho este término en ese contexto últimamente, cuando hoy algunos hablan de papelillos más bien se refieren a los pequeños envoltorios (también de papel) conteniendo cocaína.
Por último, otro derivado de papel nos lleva al “papelón”, el producto de alguna “metida de pata” o salida inesperada, alguna de esas cosas que decimos y que no debimos decir o hacer y que a uno lo dejan en vergüenza, lo hacen “hacer un papelón”. Pienso en el presidente chileno Sebastián Piñera cuando en un discurso dio por muerto al poeta Nicanor Parra (cierto, Parra está bastante viejo, pero no es de muy buen gusto andar anunciando su prematuro deceso) o cuando firmando un libro de honor en Alemania reprodujo una parte del himno nacional de ese país que en la época actual ya no se canta, por sus connotaciones nazis. George W. Bush hacía papelones a cada rato, pero parecía ni siquiera darse por enterado. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Chile en un encuentro con jóvenes empezó a preguntar algo como: “¿Rechazan la tentación de la violencia?” A lo que la juventud respondía con un rotundo “¡Si!”, luego algo como “¿Rechazan la tentación del odio” y la respuesta: “¡Sí!”, y ya para remachar: “¿Rechazan la tentación del sexo?” La respuesta también muy categórica: “¡No!” Juan Pablo II sería muy papa, pero allí los jóvenes le hicieron hacer su pequeño papelón.
Bueno, no es cosa de ponerse muy pesado en esto de los papelones. Todos nos hemos visto envueltos en alguna situación embarazosa. Claro está, algunas más serias que otras. Todas ellas resultado de un derivado de la palabra “papel” con un significado diferente del de la hoja que sostiene este comentario (si es que me lee en el periódico virtual claro está, el cual tiene además la ventaja de reciclarse).
Comentarios: smartinez175@hotmail.com
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