Comerciantes de brocha gorda
Comerciantes de brocha gorda
TORONTO.- Bajando por la calle Spadina, entre College St. y Dundas St. West, existe un pequeño barrio por el que han pasado judíos, chinos, portugueses y, últimamente, algunos latinoamericanos. Pero en el 107 de la calle Baldwin hay un lugar que nunca ha cambiado de sitio ni, salvo alguna que otra capa de pintura, tampoco ha cambiado de aspecto. Hablamos del Reingewirtz Paint Store, una tienda de pinturas que ha dado cobijo a tres generaciones de esta familia judía con un gran espíritu emprendedor.
“A stroke of brilliance” (un toque de brillantez). Este es el slogan que reza la pared lateral del edificio, una vieja casa decorada como si de un cuadro de Van Gogh se tratase. Los colores intensos invitan a descubrir este pequeño rincón de Toronto donde parece que el tiempo se detenga.
Al cruzar la puerta, entramos en un mundo de brochas y botes de pintura de las mejores marcas y de los más variados tamaños y colores. Allí nos atiende Lorne amigo de la familia que trabaja para la tienda tras una corta jubilación en Israel. Tanto él como Gary Zweig, el actual dueño de la tienda, lucen la tradicional kipá, la gorra ritual de los judíos. De hecho, Gary ejerce de rabino en una sinagoga cercana, aunque, como buen judío, no deja que sus convicciones religiosas perjudiquen sus negocios.
Tras atender a un chico con la el tradicional savoir-faire de los Reingewirtz, Gary manda a su buen amigo a acompañar al nuevo cliente a su casa. “Le va bien caminar” dice sobre su colega renqueante.
Gary es consciente del valor sentimental de la tienda, que bien merece una visita por su aire retro, pero insiste en que no es un negocio anclado en el pasado. Habla de los últimos materiales de pintura y se muestra ilusionado con las nuevas tecnologías. No en vano, PaintStore tiene una moderna página web (www.paintstore.ca) e incluso una página en Facebook. También habla de su conexión hispana: su mujer, Grace, es venezolana y su diseñador web, Leo, es español. Por eso invita a cualquier hispano-latino a la tienda y, de paso, les promete un buen descuento.
Gary confía en superar la competencia con unos precios razonables y el valor añadido de un comercio con 83 años de experiencia en el sector de la decoración. Admite que el negocio “no va mal” y espera los días de sol para mejorar las ventas. “En el desierto, cuando la gente tiene sed, necesita un vaso de agua. Aquí, cuando llega la primavera, necesitan pintura”, asegura con la tranquilidad que le dan los años.
La historia del Paint Store se remonta al mes de marzo de 1929, en plena depresión, cuando el abuelo de Gary decidió montar una tienda de pintura desde el salón de su casa. Entonces, el negocio era rentable y no había grandes demandas a la hora de elegir pintura. “Teníamos un camión y el precio de la pintura era barato. No habían grandes almacenes así que la gente compraba en su tienda local”, recuerda con cierta nostalgia pero sin rencor.
Algún día, espera volver a los “días de ensueño”, cuando colas de pintores se formaban delante de la tienda hasta que abría, puntual, a las 7 de la mañana. En aquellos tiempos, el bote de pintura no superaba los $30.
Los precios y las costumbres han ido cambiando pero Gary se mantiene al pie del cañón, sabedor de las ventajas de su pequeña tienda de pintura frente a las grandes superficies. “Estamos aquí desde 1929, llevamos más de 83 años”, recuerda este rabino experto en pinturas que hace buena la dicha de “If it ain’t broke, don’t fix it” (si no está roto, no lo arregles).
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