Mi mamá pingüino
Mi mamá pingüino
Eran las cuatro y veinte de la tarde de un caluroso día de junio en el corazón de Toronto. Hombres y mujeres caminaban rápido, muchos de ellos con audífonos colgados de las orejas. Pero, alguien que se movía a otro ritmo captó mi atención: era una mujer, una mujer que caminaba y se balanceaba como un pingüino; avanzaba solo 5 centímetros por paso y un pesado abrigo negro la cubría.
En Toronto todo se puede ver, oír y oler sin que llame mucho la atención, pero esta mujer pingüino, una anciana de pelo blanco que transitaba por un andén de Yonge Street, virtualmente me hechizó. Era una mujer de mirada fría que llevaba colgando de sus brazos un par de pesadas bolsas blancas con dibujitos infantiles .Supuse que era de origen balcánico o ruso.
Lo primero que pensé fue ir a ayudarle, pero me di cuenta que a nadie le importaba y tal vez a ella misma tampoco. A pesar de su edad, creo mas de 80 anos, daba la impresión de ser muy ágil especialmente por los rapidísimos movimientos de sus piernas al caminar, aunque sus pies escasamente se levantaban del piso y avanzaban no mas de cinco centímetros por paso. Me impresionó su tremendo balanceo o movimiento oscilante hacia los lados .Era un pingüino, encarnado en un ser humano.
Yo Iba muy de prisa en sentido contrario hacia una entrevista de trabajo muy importante para mi, y para tal efecto y a pesar del calor, yo iba vestido con traje completo azul oscuro, camisa blanca y corbata azul de rayitas, que de hecho no era usual para mi.
A pesar de tener mucha prisa, no pude evitar devolverme y seguir de cerca a la señora y así observarla un poco. Ella, con su pesada carga y su impecable abrigo de piel aun en medio del calor del fin de primavera, llegó a la esquina para cruzar la calle. Esto si me llenó de angustia, porque éste cruce de las avenidas Yonge y Bloor, era demasiado largo para ella especialmente si además decidía cruzarlo en forma diagonal para llegar a la esquina norte. En las grandes intercepciones de esta ciudad es permitido cruzar diagonalmente en vez de hacer una escuadra. Eran cosas de la movilidad y de la lucha diaria contra el reloj.
Y lo que temía, a la luz verde ella se abalanzó a cruzar en forma diagonal, lo que le tomaría varios minutos y formaría un enorme y largo trancón. Mecánicamente y sin pensarlo, corrí y le arrebate las pesadas bolsas, mientras que con la cara trataba de explicarle que le estaba tratando de ayudar, porque no pude o no me atreví a pronunciar palabra, pensando que ella no me entendería o que no oiría bien. Por unos segundos eternos me miró fijamente con sus ojos color gris acerado, y llegué a pensar que se iba a enojar.
“No están muy pesadas, pero gracias señor”, me dijo en un Ingles claro que hasta yo lo entendí en ese ruidoso lugar. En ese momento, la luz verde peatonal estaba cambiando y no habíamos recorrido ni un metro, sin embargo ella reinicío la marcha y yo la seguí sin protestar e intente ir mas rápido, pero a los 2 metros me tuve que devolver y entonces lo vi todo: ella con su mismo caminar oscilante y lento de plumífero me miraba con lastima como queriendo decirme “no corras hijo, no sirve de nada”. Levante la cara, mire alrededor y me vi en medio de millones de miradas de los transeúntes, e incluso que algunos se atrevían a tomarnos fotos con sus celulares, y claro, los automóviles esperando pacientemente, sin un sólo pito.
Fue un momento de confusión con un sentimiento que nunca había tenido, me sentí el más estúpido del mundo pero a la vez el más valiente por atreverme a ayudar y acompañar a “mi mama pingüino”. Fue un sentimiento que me cayó como del cielo.
No tuve mas remedio que esperarla e irme a su paso y cargando esas bolsas empecé a caminar a su lado y poco a poco fuí tomando su mismo balanceo, a la misma velocidad.
Éramos dos pingüinos uno de traje azul oscuro y su mamá de abrigo oscuro a su lado, cruzando hombro a hombro sobre Yonge Street, en el corazón de la ciudad más poblada de Canadá. Era como un castigo por haberme fijado en ella, precisamente cuando yo tenía una entrevista de trabajo tan importante. No dejaba de pensar, que hacia un latino con corbata llevándole unas pesadas bolsas a una anciana rusa por una avenida canadiense, en medio del calor.
Los semáforos cambiaron varias veces de verde a rojo, así que esa parte de la ciudad se paralizó por unos minutos. Yo también pasé del amarillo al morado varias veces no solo por sentirme centro de miradas y comentarios burlones, sino por el enorme peso de las bolsas. Estuve a punto de tirarlas y salir corriendo, pero al ver a mi madre pingüino al lado que caminaba con energía, no tuve mas remedio que seguir, ya por orgullo o por vergüenza, porque no tendría nombre que un hombre fuerte no fuera capaz de sostener por unos segundos, lo que una anciana cargaba por muchos minutos.
Y a ese paso y con esos pensamientos en mi cabeza tuve tiempo para observar lo que llevaban las bolsas. No eran víveres o ropa como supuse, eran libros muchos libros y varias películas en DVD, lo cual fue para mí una sorpresa. Seguramente los había acabado de tomar prestados de una biblioteca pública.
A la par con nosotros pasaron en un sentido y otro cientos de personas que aprovecharon para cruzar. Sentí algunas palmaditas en mi espalda y el infaltable “ very good”. Ya no sabía si eran felicitaciones o burlas.
Por fin llegamos a la otra acera, y hasta que no pisamos la zona peatonal, un policía no dio la orden para que los carros se movieran. Al soltar mi pesada carga, sentí que los brazos se me caían como gelatinas. Ella, mi madre pingüino me miró con parsimonia y con un brillo de madre orgullosa de su hijo, y antes de irse tomó mis manos, las apretó ligeramente y algo me dijo en ruso. Vi como ella se alejó dejándome huérfano y sentí deseos de abrazarla y llevarle las bolsas a su casa, pero no pude, no solo por mis brazos sino porque mis piernas me empezaron a doler de una manera insoportable y caí al suelo sin fuerzas. Al poco tiempo los paramédicos me auxiliaron. Diagnóstico: debilidad general por exceso de ejercicio.
Ya estoy bien, y aun continúo buscando a mi mamá pingüino.
- Luis Ricardo Vargas es un periodista y trabajador social colombiano radicado en Canadá desde hace algunos anos.
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