ATALAYA
ATALAYA
19-08-2012
Mirando objetivamente lo sucedido durante el gobierno de Andrés Pastrana en Colombia (1998-2002) pienso en forma diferente a como lo hace la mayoría de los colombianos, pues para mí en el proceso de paz que se adelantó durante dicho período con las FARC-EP, sí hubo avances significativo en el conocimiento mutuo de las partes: se supo a ciencia cierta qué pensaba cada sector sobre el país y los alcances de sus propuestas de reforma; y se hizo por primera vez en la historia de aquella nación, un ejercicio colectivo sin precedentes de confrontación de ideas entre la sociedad civil, el gobierno y la guerrilla, que todo el país escuchó y vio a través de los medios de comunicación.
Lo que no se hizo por las partes en aquel proceso (que ha debido hacerse como condición “sine qua non”) fue una sincera confesión de los delitos y atropellos cometidos durante el conflicto; no se dijeron las verdades de lo ocurrido. La verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Siempre se callaron los hechos de barbarie que se cometieron en medio de la confrontación, no hubo correlación ni conformidad entre lo que se decía haber hecho y lo que realmente había ocurrido en medio del terror de la guerra; otras veces se mutaban las características de los hechos de horror sucedidos en medio de la conflagración para hacerlos aparecer menos graves o inexistentes.
Muchos países optaron, para asegurar “la verdad” en estos procesos, por la creación de “comisiones de paz”, como lo hemos venido sosteniendo en comentarios anteriores por este mismo medio, creadas por la ley y autorizadas por la Constitución, con poder coercitivo para investigar y establecer la verdad, integradas por magistrados de integérrima pulcritud; otras con participación de las víctimas.
Dije al respecto para un medio de comunicación de mi país que:
“…en esta lucha feral por la prevalencia del poder político e ideológico de uno u otro modelo -capitalista o comunista- que libraron y aún libran en cuerpo ajeno los dos grandes colosos del Siglo XX, fueron muchas las víctimas inocentes que cayeron e inmensamente lacerantes las heridas y las huellas que aún quedan en las familias y amigos de los muertos y en los propios heridos, amputados, extrañados, desplazados y sus parientes, como para pensar que sea fácil conseguir una paz permanente. El simple llamado a la paz que hagan los líderes nacionales, sin ningún compromiso serio y multilateral de las partes en conflicto de “decir toda la verdad y nada más que la verdad”, desvelando los oscuros móviles y los aviesos métodos utilizados en esta guerra sucia y cuantos y quienes fueron sus víctimas, no apaciguará los ánimos de venganza y retaliación que anida en los corazones de tantas víctimas”.
Tampoco se escuchó la expresión recíproca de la palabra “perdón” por aquellas violaciones y excesos en que se incurrió; los interlocutores no se quitaron las máscaras de la hipocresía, o sea, se fingieron sentimientos de reconciliación para encubrir verdaderas pasiones subyacentes de retaliación, represalia, desquite y revancha. Cuando no hay verdad, no hay perdón sincero de ambas partes, de victimarios y victimas, no hay paz interior y si esta no existe, mucho menos habrá paz exterior ni reconciliación colectiva.
Se pasó por encima de las masacres y asesinatos de indefensos ciudadanos ajenos al conflicto, los asaltos a mano armada contra poblaciones civiles inermes, los secuestros y desapariciones forzadas -individuales y colectivas-, la violación de toda clase de derechos humanos por los actores del conflicto, etcétera. Los familiares y amigos de los muertos no pudieron hacer el duelo completo de sus parientes o allegados, pues ante el silencio culpable de los victimarios, afloraba el resentimiento, la sed de venganza y la impotencia de las víctimas; los de los secuestrados y desaparecidos tampoco, porque la ausencia sin explicación ni justificación de sus seres queridos en medio de la zozobra que les dejaba el indolente silencio de los victimarios, los apesadumbraba y abrumaba.
Inútiles esfuerzos se hicieron en Colombia durante toda su historia por poner la justicia ordinaria penal al servicio de los diferentes procesos de paz dado que las características y naturaleza del conflicto colombiano y de todos los conflictos internos, por regla general, son excepcionales y por tanto exigen una estructura de derecho punitivo también especial o de transición. La sola justicia ordinaria no tiene las herramientas suficientes para contribuir a la solución de este tipo de conflictos, por lo que deben establecerse instituciones judiciales paralelas que por sus características “sui generis” hagan este oficio, como lo acaba de aprobar Colombia constitucionalmente en el Acto Legislativo denominado “marco para la paz”.
No hubo justicia transicional en aquella época, o sea, no se previó el conjunto de medidas legislativas excepcionales de carácter judicial y político emitidas por el Estado para solucionar conflictos internos y violaciones masivas de derechos humanos, que comprendiera acciones y exoneraciones penales aplicables a las partes, integración y fijación de competencias de comisiones de la verdad; creación de metodologías, montos y cargos para la reparación de víctimas; y establecimiento de permisiones y restricciones para el ejercicio de derechos políticos.
Y finalmente, tampoco se habló en los procesos de paz de Colombia, ni siquiera se barruntó en el que se dio durante el Gobierno Pastrana, de una política clara y transparente de “reparación de víctimas”, ni a cargo del Estado, ni mucho menos a cargo de los victimarios, como se prevé en la reciente legislación colombiana, fruto de las experiencias de otras naciones.
En síntesis, solo una política integral, armónica y concatenada de perdón, verdad, justicia transicional y reparación de las víctimas, podrá abrir el camino a una solución pacífica del conflicto interno colombiano, lo cual debe estar complementado, como lo señalan los Profesores Kristian Herbolzheimer, asesor en procesos de paz, director de los Programas Colombia y Filipinas Conciliation Resources, máster en construcción internacional de paz, director del programa de Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona y asesor en los procesos de paz en Filipinas, Sahara Occidental y el País Vasco; y, Bruno Moro, Coordinador residente y humanitario del Sistema de las Naciones Unidas y representante residente del PNUD en Colombia, secretario general para los Acuerdos de Paz en El Salvador, donde apoyó su implementación, el fortalecimiento de las nuevas instituciones y los programas de reinserción de excombatientes; complementado simultáneamente, repito, con las siguientes fortalezas señaladas por los mencionados profesores:
1ª : Construir instituciones estatales fuertes son la única garantía de una paz estable. Construir instituciones que respeten y promuevan los derechos humanos debe ser el elemento central de todos los esfuerzos que se hagan en este campo.
2ª : Ir a las raíces del problema o al origen o causa matriz del conflicto. Mirar superficiariamente el problema conduce a una paz también inestable.
3ª : La verdad, el perdón, la justicia y la reparación no son excluyentes entre sí, por el contrario, están eslabonadas. Eslabonadas y dependientes una de otra como única garantía del éxito final de la paz.
4ª : La participación en el proceso de víctimas, victimarios y sociedad civil es esencial. Es esencial contar con capacidades civiles fuertes para construir una paz duradera. Para edificar la paz en Colombia sería apropiado incluir las iniciativas territoriales y de las redes sociales que representan a las poblaciones más afectadas (víctimas, campesinos, jóvenes, pueblos indígenas y afrocolombianos).
5ª : La paz es una responsabilidad colectiva. La paz no la va a traer ni un presidente, ni una mesa de negociación, ni un acuerdo. La paz se va tejiendo día a día en una sociedad que aprende a respetar y valorar a quien piensa de forma diferente; una sociedad que pone el interés común por encima de las prioridades particulares; una sociedad que identifica y condene las prácticas mafiosas y excluyentes.
6ª : Las mujeres deben ser protagonistas de la paz y la reconciliación. Porque saben nadar a contracorriente. Porque sus ideas y sus anhelos son tan diversos como el país. Porque las une la lucha por hacer respetar los valores de la familia. Porque son más honestas para decir la verdad, más dúctiles para perdonar, más equilibradas para hacer la justicia y más proporcionadas para ejecutar las reparaciones.
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