HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Un episodio poco conocido de la historia danesa es lo que considera el director Nikolaj Arcel en A Royal Affair. Este drama de época muy bien realizado además de hacer conocer al espectador interesantes detalles que acontecieron durante la monarquía de Christian VII en la segunda mitad del siglo 18, también ofrece en forma más que satisfactoria un affaire amoroso entre la esposa del rey y su médico personal.
El relato de Arcel, escrito con Rasmus Heisterberg, se inicia en 1766, cuando la princesa Caroline Mathilde (Alicia Vikander), de 15 años de edad y hermana del rey de Gran Bretaña George III, viaja a Dinamarca para contraer enlace en un matrimonio arreglado con Christian VII (Mikkel Boe Følsgaard). El desafortunado encuentro tiene lugar entre dos personalidades completamente opuestas; en tanto que Caroline es una chica sensible, de educación refinada y culta, su novio es un perturbado mental, completamente infantil en sus actitudes y poco atractivo románticamente. La cena oficial de presentación se presta para que la nueva reina se sienta profundamente desilusionada ante la humillación de que es objeto por parte del rey frente a sus invitados, conducta que se verá agravada en la primera relación sexual donde el monarca trata a Caroline con una completa falta de sutileza y bastante brutalidad para consumar el vínculo matrimonial.
Cuando dos años después el rey decide efectuar un viaje europeo por el que estará ausente durante un tiempo prolongado dejando a su esposa –a quien la ignora sexualmente- con su hijo recién nacido, sus asesores contratan al Dr. Friederich Struensee (Mads Mikkelsen), un prestigioso médico alemán que se dedica a atender a la gente humilde de Altona (lugar que en ese entonces estaba bajo el control de Dinamarca), para que asista al monarca en caso de necesidad; el facultativo es además una persona impregnada de las ideas del iluminismo europeo, un movimiento cultural e intelectual que impulsaba, entre otros propósitos, las ideas de la libertad del hombre para pensar y expresarse abiertamente. Al regresar a Dinamarca, Christian VII decide retener los servicios del médico que había ganado su confianza y con quien logró simpatizar. Rápidamente, Friederich se convierte en su asesor más cercano y quien habitualmente lo acompaña en sus juergas aunque cuidándose de no juzgarlo; además y habiendo observado que el monarca es manejado por un consejo de estado corrupto, influye en él para actuar como reformador social; así, se van adoptando medidas tendientes a mejorar la condición de los estratos menos favorecidos de la sociedad, actitud que obviamente no condice con la visión oscurantista de la elitista clase aristocrática.
Los acontecimientos descriptos alcanzan un álgido nudo dramático, cuando la reina encuentra en Friederich una persona igualmente idealista como ella con quien experimenta placer conversando, intercambiando ideas culturales y compartiendo un sentimiento común en la admiración hacia los grandes hombres del pensamiento ilustrado como lo fueron, entre otros, Voltaire, Montesquieu, Locke y Rousseau. Frente a un marido completamente desaprensivo, no resulta extraño que el grado de amistad que Caroline siente por su amigo ceda lugar a un apasionado amor clandestino; los hechos van agravándose cuando la reina espera un hijo de su amante y los rumores de palacio prontamente comienzan a cundir.
Por espacio de poco más de dos horas, el espectador se solaza con una página de la historia de Dinamarca que aunque de ficción, tanto los nombres de los principales protagonistas como los hechos acontecidos se ajustan a lo que puede desprenderse de los textos en la materia. Relatado de manera convencional pero efectiva, el film logra mantener un permanente interés debido a que el relato no solamente se limita a una mera descripción de acontecimientos, sino también a reseñar el surgimiento de nuevas formas políticas que tendrían gran repercusión en Europa, como la revolución francesa de 1789; al propio tiempo, el affaire amoroso entre la reina y el médico también adquiere gravitación, en gran parte debido a la expresividad y melancolía que Vikander imprime a su personaje, así como a la inteligente labor de Mikkelsen, sin desdeñar la participación de Følsgaard quien logra transmitir simultáneamente el desprecio, lástima y condición de víctima como desequilibrado mental.
Conclusión: Con superlativos valores de producción –reconstrucción de época, vestuarios, fotografía, música- este sobrio drama abordando acontecimientos históricos no muy bien conocidos está muy bien narrado y es capaz de conformar a una audiencia selectiva.
BROKEN CITY. Estados Unidos, 2013. Un film de Allen Hughes
Buena ambientación, moderado suspenso, atractivo reparto y correctas actuaciones conforman un film que no ofrece algo diferente de lo que ya se ha visto en innumerables ocasiones, donde proliferan las ambiciones desmedidas, la corrupción de altos funcionarios, negociados infames y otras yerbas afines son sus ingredientes naturales.
Teniendo como escenario la ciudad de Nueva York, Mark Wahlerg anima a Billy Taggart quien en el prólogo del film aparece como un oficial de policía que se vio envuelto en un grave incidente; gracias a su superior, Nicholas Hostetler (Russell Crowe) logra salir absuelto del proceso judicial. La acción comienza de lleno algunos años después cuando Taggart convertido en detective privado es llamado por Hostetler, quien es ahora el alcalde de la ciudad, para asignarle un trabajo delicado. Se trata de vigilar a su hermosa mujer (Catherine Zeta-Jones), de quien sospecha que le es infiel; su tarea consistirá en tratar de confirmar la duda y determinar quién es su amante. A todo eso, cabe agregar que Hostetler está involucrado en algunos negocios personales y en medio de una campaña electoral donde intenta ser reelecto. A partir de allí el detective, muy a su pesar, se encontrará envuelto con escándalos políticos, crímenes y otras acciones en donde todo pareciera estar podrido en una ciudad derruida moralmente.
Con una buena premisa inicial, el guión de Brian Tucker trata de despistar al espectador demostrando que las cosas no son como aparentan y que sus personajes ocultan aspectos que modifican la percepción que se pueda tener de los mismos. Todo estaría bien si las vueltas de giro no abundaran tanto y si en su narración se hubieran evitado algunas situaciones irrealistas y ciertos hilos sueltos que no terminan de convencer.
Lo que queda es un thriller que se deja ver pero sin innovar en el género dejando el mensaje de que todo está pervertido y que resulta difícil creer en la autoridad pública. A decir verdad, hay historias similares y de mayor interés que acontecen realmente: basta con seguir los acontecimientos que tienen lugar actualmente en la provincia de Quebec donde la Comisión Charbonneau -que investiga el manejo de los contratos públicos en la industria de la construcción- va demostrando la corrupción existente por parte de importantes funcionarios públicos, dejando de este modo un sabor mucho más amargo que lo que Broken City ilustra.
MAMA. España-Canadá, 2013. Un film de Andy Muschietti
Aunque el nombre de Guillermo del Toro aparezca como productor ejecutivo de Mama cabe consignar que esta ópera prima de Andy Muschietti recoge del inteligente director mexicano su elegancia y en parte su estilo, pero eso de ningún modo compensa la mediocridad de este film. Como cine de horror de naturaleza fantástica deja mucho que desear debido a las situaciones absurdas que contiene el guión del director escrito con la colaboración de Neil Cross y Barbara Muschietti.
El film está basado en un corto del realizador (2008) sobre dos jóvenes chicas atrapadas en su casa tratando escapar de un espectro llamado “Mama”. Al ser ampliado a un largometraje el material adicional le quita sustento llegando al punto de frustrar al espectador.
En un escueto resumen de su historia, aquí se describe el caso de un hombre en estado de gran perturbación porque previamente mató a su esposa, recogiendo a Victoria y Lilly, sus dos hijas pequeñas, de la casa en que habitan para emprender un recorrido que los lleva a una desolada cabaña ubicada a una apartada región boscosa. El lugar parece estar embrujado y cuando el padre acongojado está a punto de matar a Victoria, una figura monstruosa surge inesperadamente asesinándolo. Cinco años después del incidente y sin que hasta ese momento se supiera nada de ellas, Victoria (Megan Charpentier) y su hermanita menor Lilly (Isabelle Nélisse) son descubiertas viviendo en la misma cabaña; cuando su tío Lucas (Nikolaj Coster-Waldau) se entera de que sus sobrinas están vivas, resuelve junto con su novia Annabel (Jessica Chastain) hacerse cargo de las mismas.
El trauma vivido por estas dos criaturas durante los años pasados en soledad –sin que nunca se aclare cómo sobrevivieron-, la dificultad de adaptación a la nueva vida y la aparición fantasmagórica de una madre que surge del más allá y quiere apoderarse de las niñas, son los elementos de los que se vale el relato para tratar de crear un clima de alucinante terror. Lástima que lo que se expone resulte poco consistente por más que uno quiera dejarse llevar por fenómenos supernaturales; además, la historia se vuelve repetitiva y claustrofóbica hasta llegar a un desenlace ridículo y risible que malogra por completo el relativo interés que había logrado crear.
Las actuaciones son buenas, en especial las de las pequeñas Nélisse y Charpentier, en tanto que la actuación de Chastain es correcta aunque esta excelente actriz merece mejores proyectos que el de este film.
Conclusión: Un film de terror que no emociona ni asusta a nadie.
TO ROME WITH LOVE. Italia-Estados Unidos, 2012. Dirección y guión de Woody Allen. Distribución: Sony Pictures Home Entertainment (2013)
Esta nueva comedia de Woody Allen no se encuentra entre las más destacadas de su filmografía pero de todos modos se defiende por la ingeniosidad de sus diálogos y por un relato que aunque no del todo parejo llega a entretener lo suficientemente como para no decepcionar al público adicto a sus filmes.
Sin disimular el carácter de tarjeta postal que dedica a la ciudad eterna donde no faltan las típicas vistas de Piazza Spagna, la Fontana di Trevi, Trastevere, el Coliseo así como otras atracciones que embellecen a Roma, Allen estructuró su film en torno a 4 breves historias que allí tienen lugar. Las mismas no están vinculadas entre sí ni tampoco transcurren en igual período de tiempo, pero sirven como excusa para ilustrar algunas de las preocupaciones y obsesiones que le son caras a Allen.
En forma global, los cuatro episodios se prestan para que el realizador recurra a temas que ya consideró en otras oportunidades pero con el talento y la chispa que lo caracteriza. De este modo salen a relucir sus frustraciones con el psicoanálisis, el adulterio, los sentimientos de culpa, la vacuidad de la celebridad y otros temas afines, todos ellos tratados en forma liviana y sonriente. El film no está exento de algunos clichés pero los mismos están compensados por sus brillantes diálogos, las referencias intelectuales que como de costumbre el realizador suele deslizar en sus filmes y la inclusión de algunos extractos de ópera (arias de I Pagliacci de Leoncavallo y Turandot de Puccini), confirmando la pasión que siente el director por el género lírico.
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