HABLAMOS DE CINE
HABLAMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Basado en la novela homónima de Joice Maynard publicada en 2009, en su quinta película el realizador Jason Reitman vuelve a ofrecer con Labor Day una historia sensible y emotiva que tiene como destinatario principal al público femenino. Aunque la premisa inicial resulte un poco difícil de admitir, el relato atrae por la forma en que los personajes están descriptos y la relación dinámica establecida entre los mismos.
El film se centra en Henry (Tobey Maguire), quien como persona adulta no puede olvidar un acontecimiento importante ocurrido años atrás que habiendo gravitado en su vida familiar quedó grabado en su memoria; a través de su relato (voz en off) la acción se desarrolla en Massachusetts durante el último fin de semana largo del verano de 1987, que coincide con el día de trabajo de Estados Unidos. Allí, como un adolescente de 13 años, Henry (Gattlin Griffith) vive con su madre divorciada Adele (Kate Winslet); el lazo que une a ambos es sólido donde su progenitora, una mujer deprimente y recluida, encuentra en su hijo la razón de vivir en tanto que Henry siente por ella un gran cariño filial existiendo un vínculo afectivo que atenúa las inseguridades propias de su edad. La vida rutinaria se altera cuando Frank (Josh Brolin), un convicto escapado de la cárcel que cumplía una pena de 18 años por haber asesinado a su mujer, en estado ensangrentado pide ayuda a Adele y Henry para curar sus heridas; un poco perturbados a la vez que intimidados, madre e hijo lo llevan a su hogar y ahí se sienten atrapados como rehenes del prófugo. Lo que comienza como un secuestro, con el transcurso de las horas y los cuatro días que le siguen servirá para demostrar que Frank no es precisamente un lobo feroz.
Lo que contribuye a realzar este film es la habilidad de Reitman para equilibrar con justedad la tensión natural creada con la presencia de un individuo buscado intensamente por la policía, y el vínculo romántico que se va gestando entre Adele y el prófugo en tan improbables circunstancias. Así, y aunque resulte un poco difícil de aceptar la transformación que se produce en Frank, la convicción que Brolin brinda a su personaje permite ver en él de qué modo puede granjearse la simpatía y afecto de sus forzados anfitriones al reflejar su rostro humano; eso se manifiesta al demostrar que es un excelente cocinero, hábil reparador del coche familiar, buen adiestrador del muchacho en béisbol, además de colaborar en las tareas de lavado y limpieza de la casa como si fuese un integrante más del hogar. No menos importante es la notable caracterización que efectúa Winslet de la mujer que fuertemente afectada emocionalmente por un episodio del pasado que condujo a la ruptura de su matrimonio dejándola sumamente frágil, vuelve a sentirse mujer frente a la atracción despertada por Frank. Pero la verdadera revelación es Griffith quien transmite gran extraordinaria sensibilidad en la ambivalencia que experimenta su personaje como el hijo que sintiendo un vínculo amistoso hacia el visitante, al propio tiempo no puede evitar el temor de que su madre pudiera reemplazarlo por Frank.
Es mérito del realizador que con un material que fácilmente podría prestarse a la cursilería plagada de distorsionado sentimentalismo, logra en cambio un film refinado y sutil reafirmando los valores familiares a través del genuino amor existente entre los personajes de esta historia.
Conclusión: Una historia sencilla y humana muy bien realizada donde el público puede fácilmente identificarse.
THE GREAT BEAUTY (La Grande Bellezza). Italia, 2013. Un film de Paulo Sorrentino
Sin duda provocativo y audaz en su intento de emular al genial Federico Fellini de “La Dolce Vita” y “Roma”, el realizador italiano Paolo Sorrentino enfoca a un periodista de edad madura que reflexionando sobre su vida va deambulando por Roma en forma errática al propio tiempo que nos enseña un poco sobre la fauna humana que alterna en las desbordantes fiestas que acostumbra ofrecer ciertos estratos de la alta sociedad romana.
Así como Fellini consideró a Marcelo Mastroianni su alter ego en su valiosa filmografía, algo parecido ocurre con Sorrentino utilizando a Toni Servillo como su portavoz para ilustrar lo que se propone. Este actor anima a Jep Bambardella, un individuo que a los 65 años de edad se siente desengañado reflejando su crisis existencial debido a una existencia permanentemente a la deriva que se revela insustancial y desaprovechada. Como autor de un único libro escrito durante su juventud, nunca volvió a concebir otro, admitiendo de hecho su condición de fracasado novelista; tampoco pudo trascender en su trabajo profesional de periodista y en cuanto a su vida íntima personal lamenta no haber constituido un hogar con hijos. Cínicamente desencantado, él no está seguro si acaso podría atribuir parte de su fracaso a la ciudad donde vive al no haberle ofrecido la oportunidad que creyó haberse merecido y/o al marco social que lo rodea; al sumergirse noche tras noche en decadentes fiestas realizadas en suntuosos palacios romanos, lo único que consigue es un entretenimiento engañoso con música estridente y conversaciones huecas que a la postre le dejan una sensación de vacío y aburrimiento emergente de la frivolidad y caos moral imperante.
Sobre la base de lo que precede, el film constituye una visión satírica sobre la época en que vivimos aunque concentrado en escenas vertidas en forma no lineal e independientes donde no existe ilación entre las mismas. A través de ellas van apareciendo numerosos personajes, entre otros, la editora de Jep (Giovanna Vignola), su mejor amigo (Carlo Verdone) que es un dramaturgo, una colega de exaltante ego (Galatea Ranzi), una rubia con quien mantiene un ocasional vínculo sexual, y una hermosa stripper (Sabrina Ferilli) de quien está enamorado y con quien comparte algunos paseos románticos. En algunos episodios, el film se nutre de escenas fantásticas en donde la jirafa de un mago y un conjunto de flamencos otorgan el toque de magia circense fellinesca que deslumbra a su protagonista.
Es evidente la intención de Sorrentino de abordar ciertos temas de filosóficas connotaciones. Así, por ejemplo Jep trata, aunque sin logarlo, de encontrar respuestas a algunas de sus inquietudes teológicas en su encuentro con un cardenal (Roberto Herlitzka); el significado de la vida y su trascendencia está presente a través de una religiosa de 104 años (Giusi Merli), una suerte de Madre Teresa que dedicó su vida entera a asistir a los niños pobres de África; cuando ella le pregunta a Jep la razón por la que desperdició su vocación de escritor, él no atina a hallar una respuesta, aunque ella influirá para que reoriente su camino incierto.
Dada la estructura del film, las diferentes viñetas sin cohesión no permiten que el drama tenga protagonismo así como tampoco la emoción necesaria para sacudir al espectador, salvo la escena en que Jep asiste al funeral de la mujer que aunque casada con otro hombre lo amó en toda su vida y fue la musa inspiradora de su única novela.
Si bien el realizador ha tratado de ofrecer una visión personal sobre los vicios que aquejan a la sociedad italiana de hoy, ese objetivo no siempre es alcanzado: con todo, lo que otorga valor a este melancólico film, además de la notable interpretación de Servillo quien se posesiona magníficamente de su personaje, son sus esplendorosas imágenes que dan sentido al título del film. En efecto, su gran belleza visual está permanentemente presente y en tal sentido, aunque la película resulte demasiado larga y desigual en su exposición, constituye una experiencia sensorial única que justifica su visión.
WHITEWASH. Canadá, 2013. Un film de Emanuel Hoss-Desmarais
En su ópera prima como realizador Emanuel Hoss-Desmarais encara una historia de soledad, culpabilidad, remordimiento y redención que aunque bien intencionada no resulta completamente efectiva como para llegar a convencer.
Con escasos diálogos, el relato del realizador y Marc Tulin se concentra en Bruce (Thomas Haden Church), un personaje de quien al principio poco sabemos. Sin preámbulo alguno, el film comienza enfocando una región boscosa del norte de Quebec azotada por una fuerte tormenta de nieve y en donde se ve transitar a un hombre por un apartado sendero; en esa misma ruta se desplaza Bruce con una máquina quitanieves y que debido a su estado de ebriedad no alcanza a percibir al transeúnte errante, lo que ocasiona su muerte inmediata. En lugar de comunicar a las autoridades pertinentes sobre el accidente, el involuntario victimario resuelve envolver el cuerpo inerte de la víctima en una toalla para posteriormente enterrarlo en una montaña cubierta de nieve a un costado del camino.
De allí en más, se percibe en Bruce un aire de extravío y desorientación, sin saber qué actitud futura adoptar. Totalmente a la deriva, con hambre y frío y encontrándose desprovisto de provisiones, el rostro del hombre va trasluciendo un sentimiento de culpa que con el correr de los días va conduciéndolo a una desestabilización emocional que lo hace desvariar.
A través de un relato no lineal y a través de recuerdos, el espectador se va imponiendo de que la víctima no era desconocida para Bruce; el hombre a quien mató se llamaba Paul (Marc Labrèche) a quien había salvado de un intento de suicidio y que habiendo trabado posteriormente una relación amistosa, éste trató de aprovecharse de la nobleza de Bruce llegando en un momento dado a traicionarlo. Simultáneamente, también se llega a saber que el estado de abandono de Bruce se debe a que recientemente perdió a su esposa aquejada de cáncer lo que unido a la soledad que experimenta hace que encuentre en el alcohol una forma de atenuar la angustia que lo aqueja.
Esta historia minimalista intenta ofrecer un retrato de una persona que trata de sobrevivir a su suerte y en donde el accidente causado representa el elemento que llega a alterar su estabilidad mental. Pero a pesar del muy buen trabajo de Haden Church y algunos toques de comedia negra que el guión ofrece, el film no alcanza el cariz dramático deseado debido a su ritmo demasiado lánguido. De este modo, la decadencia anímica de Bruce, la esperanza de que algo trascienda en su vida, la alienación que lo aísla de la realidad que lo circunda, así como su propósito de lograr la redención frente al accidente producido, nunca alcanza la dimensión de estar asistiendo a un drama psicológico convincente; hay una falta de aliento que impide que el relato cobre el vuelo necesario como para que uno realmente se preocupe por la suerte corrida por este personaje.
Además de la destacada actuación de Haden Church quien es prácticamente el único personaje que domina el relato, Labrèche cubre un pequeño aunque satisfactorio rol como una persona que siendo afable y agradable en un comienzo, sutilmente se convierte en un hábil manipulador que ve en Bruce una presa fácil de atrapar. En los renglones de producción, la fotografía de André Turpin capta con intensidad el rigor invernal de Quebec enfocando pasajes desolados que se asocian con la soledad que atraviesa su protagonista.
Conclusión: Un relato demasiado endeble y poco convincente
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