HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
“Había una vez” es la famosa frase con la que generalmente los cuentos clásicos de niños suelen comenzar y es la que precisamente utiliza el narrador de Into the Woods para introducir al espectador en un mundo mágico donde la música es el factor movilizador de lo que allí acontece. Basado en la comedia musical de Stephen Sondheim y James Lepine que se dio a conocer en Broadway en 1987 y con algunas leves modificaciones introducidas en el guión escrito por Lepine, el realizador Rob Marshall ha logrado un espectáculo de calidad superior.
La originalidad de este film es el haber considerado varios célebres cuentos infantiles como Caperucita Roja, Rapunzel, Jack y las Habichuelas Mágicas y La Cenicienta, donde sus personajes se van entremezclando a fin de ver satisfechos sus deseos. El punto de partida es la preocupación de un panadero (James Corden) y su esposa (Emily Blunt) quienes están descorazonados por no poder concebir hijos a causa de una maldición echada por la bruja local (Meryl Streep); sin embargo la hechicera les promete anular el hechizo siempre y cuando sean capaces de procurar en el período de 3 días una capa roja (la de Caperucita), una mecha de pelo rubio (como la de Rapunzel), un zapatito tan puro como oro (el de Cenicienta) y una vaca tan blanca como la leche (la que pertenece a Jack).
Dispuestos a lograr su objetivo el matrimonio se interna en un espeso bosque donde confluyen Caperucita Roja (Lilla Crawford), el lobo (Johnny Depp), Cenicienta (Anna Kendrick), su pérfida madrastra (Christine Baranski) y malévolas hijas (Tammy Blanchard y Lucy Punch), el príncipe de Cenicienta (Chris Pine), Rapunzel (MacKenzie Mauzy), el príncipe de Rapunzel (Billy Magnussen), Jack (Daniel Huttlestone) y su mamá (Tracey Ullman). Sin entrar en más detalles, se puede anticipar que la primera parte del film constituye una bella fantasía donde Sondheim y Lepine supieron combinar la música con un nuevo cuento agrupado en base a los ya mencionados, donde los personajes principales arribarán a un final feliz. Es en su segundo acto donde el relato adopta un giro dramático al ilustrar lo que acontece posteriormente con los caracteres descriptos; al así hacerlo, el público asiste a una desmitificación de los cuentos de hadas donde la supuesta felicidad eterna (“happily ever after”) está lejos de existir en la vida real, ya que todos quedamos expuestos a problemas de diferente envergadura no siempre previsibles aunque humanamente se realice todo lo posible por superarlos. El mensaje del film es ciertamente aleccionador al demostrar que a pesar de todos los tropiezos u obstáculos que surgen en el camino, nadie llega a estar solo en el mundo porque predomina el espíritu de solidaridad humana para ayudarse unos a otros.
En esta adaptación, el realizador ha cuidado de aunar el delirante relato de Lepine con la música de Sondheim tal como prevalece en la obra original. Como acontece en la mayoría de las piezas musicales del compositor, los temas no son precisamente pegadizos como para que el público pueda cantarlos o tararearlos con relativa facilidad; con todo, eso no va en detrimento de su riqueza auditiva donde varias canciones, como Agony, Moments In The Woods, Stay With Me, Last Midnight y No One Is Alone, son altamente expresivas y agradables de escuchar.
Esta producción esta realzada por un competente elenco, tanto en lo que a actuación estrictamente se refiere como en lo que atañe a la vocalización de las canciones. Entre algunos nombres para destacar figura el de Streep quien como la malévola bruja ofrece otra prueba de su extraordinario talento de actriz; también resulta valiosa la contribución de Pine animando al príncipe conquistado por Cenicienta así como las de Corden y Blunt como el matrimonio que anhela la paternidad.
Para finalizar cabe resaltar la buena fotografía de Dion Beebe y el diseño de producción de Dennis Gassner dotando al film de un magnífico esplendor visual.
Conclusión: Respetando el espíritu de la obra original Rob Marshall permite que el público disfrute de un film musical atractivamente encantador
MR. TURNER. Gran Bretaña, 2014. Un film escrito y dirigido por Mike Leigh
Un nuevo film de Mike Leigh siempre genera expectativas porque se trata de un realizador británico de gran versatilidad que abordando tragedias personales, dramas sociales o comedias ligeras, nunca ha defraudado a su público. En este caso, una vez más confirma su sapiencia de gran cineasta al haber recreado la obra de Joseph Mallord William Turner (1775-1851), un importante precursor de la pintura impresionista.
Considerado como uno de los grandes artistas de su tiempo Turner fue conocido como el “pintor de la luz” debido a la luminosidad desplegada en sus trabajos al óleo así como en sus excepcionales acuarelas enfocando especialmente la magnificencia de los paisajes marinos como uno de sus temas predilectos. Teniendo estos elementos en consideración, Leigh evita el relato biográfico para centrarse en los últimos 25 años de su existencia; sin caer en lo solemne o académico; mediante una estructura episódica con escenas muy bien construidas, permite que el espectador se compenetre de lleno en la extraña y compleja personalidad de Turner (Timothy Spall).
Entre varios de los tópicos abordados por el guión se encuentra la tierna relación que el artista mantuvo con su anciano padre William (Paul Jesson) con quien compartió su hogar durante muchos años y que prácticamente fue su único amigo, de allí que en oportunidad de su muerte exprese un sentido dolor. Pero con la excepción de su progenitor, es poco la afinidad de Turner con los miembros de su familia donde en una escena queda evidenciado su completo desinterés hacia la mujer (Ruth Sheen) que ha sido la madre de sus dos hijas así como la distancia mantenida con ellas y con su nietita de pocos meses. Otros detalles que trascienden del film es la dificultad del pintor en relacionarse con el sexo femenino, lo que se manifiesta en la forma torpe y brusca de utilizar sexualmente a su abnegada y sumisa empleada doméstica Hannah Danby (Dorothy Atkinson) que siente afecto por él, o bien en oportunidad de abordar a una pupila de un prostíbulo; un vínculo más placentero y humano es el que finalmente establece con Sophia Caroline Booth, la bondadosa propietaria (Marion Bailey) de un pequeño departamento que alquila en Margate al borde del mar, quien se convierte en la compañera con quien encontrará el gran solaz de su vida.
Los detalles que anteceden no excluyen escenas donde quedan expuestas la labor del pintor concretada en algunas de sus obras maestras del período reseñado como lo son The Fighting Temeraire (1839) y Rain, Steam and Sped (1844) No menos interesante resulta sus encuentros, entre otros, con el pintor Benjamin Robert Haydon (Martin Savage), el influyente e impulsivo crítico de arte John Ruskin (Joshua McGuire) y la matemática astrónoma Mary Somerville (Lesley Manville) que se une al gran maestro para un trabajo de refracción luminaria.
La riqueza de este film es debida en gran parte a la estupenda caracterización que Spall realiza de Turner. Este actor, que merecidamente obtuvo el premio a la mejor actuación masculina en el Festival de Cannes de este año, se sumerge de lleno en la piel de un hombre enigmático, extravagante, huraño y cascarrabias, que parece gruñir cuando habla y que solamente puede expresarse maravillosamente en sus trabajos de gran contenido espiritual; es así que uno no puede menos que admirar la prestación de este intérprete al haber sido capaz de lograr el justo equilibrio de un hombre profundamente desagradable y disociado de la realidad con el del artista capaz de haber creado obras pictóricas de sublime belleza.
Los diseños de producción de Suzie Davies con una lograda ambientación de Gran Bretaña en la primera mitad del siglo 19 y la excepcional labor fotográfica de Dick Pope reproduciendo la magnificencia de los cuadros del gran maestro valorizan la calidad artística de esta producción.
Conclusión: Un film de sublime belleza resaltando la obra de uno de los más grandes pintores británicos a través de la excepcional interpretación de Timothy Spall
THE GAMBLER. Estados Unidos, 2014. Un film de Rupert Wyatt
Este film de Rupert Wyatt es una nueva versión del realizado en 1974 por Karl Reisz e interpretado por James Caan donde el relato se centra en un individuo adicto al juego que es completamente indiferente a las consecuencias que puede sufrir a causa de su vicio.
El personaje central es Jim Bennett (Mark Wahlberg), un profesor de literatura y frustrado novelista viviendo en Los Ángeles que de día enseña y de noche destina sus horas como jugador en un casino ilegal. A diferencia de otras personas de su misma condición, no es una pasión irresistible que lo envuelve sino una actitud inconsciente de dejarse arrastrar por el juego sin percatarse sobre la forma en que se está endeudando a medida que va perdiendo sus apuestas. Habiendo tomado prestado 50 mil dólares de un gángster local (Michael Kenneth Williams) los pierde de inmediato jugando blackjack y ruleta lo que conlleva a que sea conminado por el gerente del casino (Alvin Ing) a que en el plazo de una semana cancele una deuda que alcanza a 240 mil dólares. Recurriendo a la ayuda de su acaudalada madre (Jessica Lange) con quien mantiene una tensa relación, ésta accede con gran reluctancia y por última vez a socorrerlo financieramente; el esfuerzo resulta inútil porque en lugar de pagar el dinero adeudado, el empedernido jugador vuelve a perderlo en el casino.
Lo que antecede se mezcla con algunas escenas enfocando al catedrático Bennett que en sus clases reprocha a sus alumnos por no llegar a entender a genios literarios como Shakespeare o Camus, con la sola excepción de Amy (Brie Larson), una estudiante que él destaca y con quien llega a intimar.
En la medida que Jim admite que su vida es un fracaso y que nada hace para remediarlo, es poca la simpatía que pueda generar y por lo tanto no hay margen para que uno pueda compadecerse con su actitud complaciente buscando deliberadamente su destrucción. La actuación inexpresiva de Wahlberg en el rol central no ayuda mucho para poder adentrarse psicológicamente en la patológica personalidad del jugador; quizá una interpretación más vital habría permitido captar la angustia existencial del protagonista y comprender mejor la motivación que lo induce a actuar en forma fatalista. Entre los personajes secundarios, el único que se distingue y que ofrece leves momentos de entretenimiento es el que protagoniza John Goodman animando a un tiburón financiero al que recurre Jim para que le preste dinero y que adopta una actitud paternal con él.
A pesar de que el realizador crea cierta atmósfera intrigante, la misma no alcanza a disimular las falencias del guión de William Monahan dando como resultado un film aburrido y repetitivo, emocionalmente vacuo y coronado con un desenlace nada convincente.
Conclusión: Un remake innecesario y completamente intrascendente
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