HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Una de las páginas más oscuras de la historia de Hollywood es abordada por el director Jay Roach enfocando a Dalton Trumbo (1905-1976), quien además de novelista fue uno de los guionistas más importantes del cine americano del siglo pasado.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre las dos potencias más importantes del mundo atravesaban un período de absoluta frialdad política y eso motivó a que el temor de la “amenaza roja” por parte de Estados Unidos generara una paranoia de gran magnitud donde cualquier ciudadano americano de ideología comunista era considerado un peligro público. Es dentro de ese contexto que el film de Jay Roach -basado en la adaptación realizada por John McNamara de la biografía escrita de Bruce Cook- ilustra las desventuras de Trumbo, una de las víctimas del macartismo reinante en esa época.
Desde los primeros años de la década de los años 40, Trumbo (Bryan Cranston) fue uno de los mejores libretistas pagados de Hollywood debido al reconocimiento que obtuvo por su participación en filmes importantes como lo fueron Kitty Foyle (1940) y Thirty Seconds Over Tokyo (1944).
Todo eso cambiaría cuando a partir de 1947 comienzan las actividades del House Un-American Activities Committee (Comité de Actividades Antiestadounidenses) que investigó a miles de americanos sospechosos de simpatizar con el comunismo. Especial atención fue centrada en la industria cinematográfica a fin de vigilar dicha influencia en la meca del cine. De este modo, importantes actores, productores, realizadores y guionistas fueron públicamente amonestados por su asociación con agrupaciones a quienes el Comité consideraba que eran antiamericanas. Cuando Trumbo es convocado por dicho organismo para testimoniar y probar su afiliación comunista, él se niega a responder sobre su ideología política y denuncia la actitud asumida por estas audiencias como una flagrante violación de los derechos civiles. Su desafiante conducta frente a sus interrogadores motivó a que fuera acusado de menospreciar al Congreso y por tal razón fue condenado a prisión por espacio de 11 meses.
Al recobrar la libertad tanto él como algunos de sus colegas que corrieron su misma suerte quedaron inscriptos en la “lista negra” de Hollywood, que en otras palabras significaba que ninguno de ellos era contratado por los estudios de cine. Dado que Trumbo necesitaba trabajar, unido a su condición innata de escritor, logra proseguir su tarea apelando al uso de pseudónimos. Así, sus esfuerzos fueron coronados por sus trabajos en Roman Holiday (1953) quien bajo el nombre de Ian McLellan obtiene el Oscar al mejor guión y la historia se repite con The Brave One (1956) donde gana otro Oscar por la mejor historia bajo el falso nombre de Robert Rich. Recién queda eliminado de la censura gracias al actor y productor Kirk Douglas (Dean O’Gorman) que le dio la oportunidad de figurar con su propio nombre en los créditos de Spartacus (1960) y posteriormente cuando el director Otto Preminger (Christian Berkel) lo contrata para escribir el guión de Exodus (1960).
La buena realización de Roach y el eficiente guión de McNamara permiten que el público asista a un film vibrante exponiendo la infame cacería de brujas de personas respetables que fueron dañadas emocionalmente por sus convicciones políticas.
En lo que concierne a su elenco, Cranston ofrece una sólida actuación caracterizando a Trumbo, un hombre íntegro, de firmes principios e incapaz de claudicar por defender la libertad de pensamiento y siempre capaz de luchar por una causa justa. A su lado, en papeles menores se destaca la excelente Helen Mirren encarnando a Hedda Copper, la muy conocida columnista de Los Angeles Times y gran amante de los chismes quien en nombre de un discutido patriotismo americano odiaba a muerte a todos aquéllos que eran comunistas. Otra buena actuación es la de John Goodman animando a un productor de cine con quien Trumbo mantuvo una buena relación profesional y que ofrece algunas de las situaciones hilarantes del relato; dentro del plano familiar merece destacarse las participaciones de Diane Lane como la abnegada esposa del autor y de Elle Fanning como una de las hijas del matrimonio.
Conclusión: Un film inteligente que exaltando los valores de la libertad de expresión rinde un merecido tributo al gran guionista y hombre de sólidos principios Dalton Trumbo.
THE GOOD DINOUSAUR. Estados Unidos, 2015. Un film de Peter Sohn
Después del gran éxito obtenido por Inside Out, sin duda el mejor film de animación de 2015, los estudios Pixar retornan con The Good Dinosaur que sin alcanzar la altura del film precedente es por mérito propio una fábula de gran corazón.
Sumergiendo al espectador en una fantasía prehistórica donde los dinosaurios no quedaron extinguidos por un meteoro hace 65 millones de años como se supone, Peter Sohn en su primera incursión como realizador brinda un tierno relato donde los gigantescos animales demuestran su capacidad para convivir con seres humanos.
El guión de Meg LeFauvre presenta a una familia de apatosaurios viviendo en una granja ubicada en una región que podría asimilarse al noroeste de Estados Unidos. Allí están Poppa (voz de Jeffrey Wright), su mujer Momma (Frances McDormand) y sus hijitos Libby (Maleah Nipay-Padilla), Buck (Ryan Teeple) y Arlo (Raymond Ochoa); este último, quien es tímido a la vez que temeroso, no se atreve salir del nido familiar. Para tratar de que Arlo pueda vencer su complejo de inferioridad, Poppa lo estimula para que salga del cascarón enseñándole la importancia que tiene el valor y la audacia para poder llegar a ser alguien en la vida.
Prontamente, el destino lo pone a prueba cuando el pequeño dinosaurio pierde trágicamente a su padre y una poderosa tormenta lo transporta a un lugar desconocido y alejado de su hogar dejándolo maltrecho. Es allí donde sale al encuentro de Spot (Jack Bright) un niño salvaje que adoptando la forma de un perro prontamente llega a convertirse en su mascota. Si al principio hay buenas razones para comprender que los dos se desconfíen, a medida que los días pasan el antagonismo inicial cede paso a un sólido vínculo donde Spot contribuirá a que Arlo pueda superar sus miedos, aprenda a defenderse por sí mismo y adquiera la sabiduría necesaria para superar los eventuales obstáculos que deba enfrentar en el futuro. En esa mutua aventura que adquiere las características de un western, sus protagonistas llegarán a gozar del esplendor que la naturaleza les brinda a través de un viaje donde no faltan pintorescos personajes, entre ellos el de un cowboy tiranosaurio (Sam Elliott).
Aunque la historia de las relaciones entre seres de diferentes especies no constituya algo novedoso, la familiaridad del tema queda ampliamente compensada por la manera en que el realizador abordó su contenido. En tal sentido la buena descripción de los personajes ilustrando el proceso de maduración de Arlo, el apoyo –sin mediar palabras- brindado por Spot, la cálida amistad creada entre ambos produciendo momentos de efectiva emotividad así como la ratificación de los valores de la familia, constituyen algunos de los factores que contribuyen a que el film se distinga permitiendo que tanto la población menuda como los adultos puedan disfrutarlo.
A lo anteriormente señalado, cabría agregar que las notables imágenes logradas de manera computadorizada e intensificadas por el inteligente empleo del 3D generan un excelente efecto visual de impresionante realismo. Así, el bellísimo panorama de majestuosas montañas, los verdosos campos que asemejan a una pintura pastoral, las deslumbrantes cataratas inspiradas en algunos de los parques nacionales de Estados Unidos, son algunos de los elementos que ratifican la proeza técnica del creativo equipo que participó en el film, entre ellos el valioso aporte de los directores de fotografía Sharon Calahan (en la iluminación) y Mahyaar Abousaeedi (en la cámara).
Conclusión: Un gratísimo film de animación que confirma una vez más la maestría de los estudios Pixar
CREED. Estados Unidos, 2015. Un film de Ryan Coogler
Después de haber ofrecido un remarcable drama en su ópera prima Fruitvale Station (2013), el realizador Ryan Coogler se ubica por segunda vez detrás de la cámara para enfocar esta vez un film de boxeo, teniendo nuevamente como protagonista a Michael B. Jordan. Muy bien realizado y con el apoyo importante del carismático actor, esta segunda película de Coogler, aunque decididamente convencional y sin agregar nada nuevo a los relatos del género, apelará a los amantes del pugilismo y a quienes estén familiarizados con la franquicia de Rocky, el personaje creado y popularizado por Sylvester Stallone.
El relato del realizador escrito con Aaron Covington se centra en Adonis Creed (Jordan), el hijo ilegítimo de Apollo Creed, un renombrado boxeador a quien nunca llegó a conocer por haber muerto antes de su nacimiento. Adoptado a los 10 años por Mary Ann Creed (Phylicia Rashad), la viuda de Apollo, y criado en un ambiente de excelente confort económico de Los Ángeles, el adulto Adonis prefiere dejar de lado una promisoria carrera en el campo de las finanzas, para dar rienda suelta a su vocación de boxeador y llegar a triunfar como tal. Es así que dejando a su compungida madre adoptiva de lado por haber adoptado esa decisión, decide viajar a Filadelfia donde vive Rocky Gamboa (Sylvester Stallone), el otrora gran pugilista ya retirado que fue rival y posteriormente gran amigo de su padre; el propósito es que Rocky se convierta en su entrenador para que pueda modelarlo y llegar a ser un gran boxeador. Aunque al principio reluctante, el ex pugilista que hace bastante tiempo está apartado de la celebridad que gozó en otros tiempos y de lo que en la actualidad involucran los tejes y manejes de este deporte, acepta finalmente ayudar a Creed Jr. y convertirse en su mentor.
Lo que sigue es simplemente repetición de otros filmes de boxeo donde el relato pasa revista entre otros aspectos a las sesiones de adiestramiento del maestro hacia su alumno así como la relación amorosa establecida entre Adonis y su vecina (Tessa Thompson) quien es una joven música con problemas de audición. Como se presta en este tipo de filmes, el relato alcanza su climax en un gran combate final donde Creed Jr. debe enfrentar a Ricky Conlan (interpretado por el boxeador profesional Anthony Bellew), un arrogante invicto campeón; siguiendo el dictado de la típica fórmula es innecesario adelantar cuál será el resultado de dicha contienda deportiva que en sus 15 minutos de duración y de exacerbada violencia a través de más de una decena de rounds, ofrece la emoción propia de escenas realísticamente filmadas.
Tal como lo hiciera en Rocky Balboa (2006), Stallone anima con completa convicción a su personaje; en una irreprochable actuación infunde muy bien el patetismo de un hombre que después de haber perdido a su amada esposa, con su hijo alejado de él y su gran amigo y cuñado ya desaparecido, vive ahora la etapa de enfrentar su propia mortalidad frente al diagnóstico de cáncer que le han hecho. De allí que para combatir su estado anímico, además de atender sus tareas como encargado del restaurante que posee, el avejentado hombre encuentra motivos para atenuar su soledad al dedicarse con devoción en el entrenamiento de su discípulo. No menos importante es la sólida caracterización que Jordan efectúa de Creed Jr., sobre todo en la pasión volcada en las escenas pugilísticas.
Conclusión: Después de innumerables relatos fílmicos sobre boxeo, Creed no ofrece variaciones en la materia; con todo, el film de Coogler se destaca en sus momentos más íntimos, permitiendo reflexionar una vez más sobre lo efímero de la fama, la soledad, la vejez y obviamente lo que entraña enfrentar la mortalidad del ser humano en el crepúsculo de la vida.
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