Hablemos de Cine
Hablemos de Cine
Por Jorge Gutman
Esta comedia dramática ha logrado cosechar 5 Goyas en la última entrega de premios de España incluyendo al mejor film, realizador (Cesc Gay), actor principal (Ricardo Darín), actor de reparto (Javier Cámara) y guión original (Gay compartido con Tomas Aragay). Estas distinciones están ampliamente justificadas teniendo en cuenta que Truman realmente impacta por su historia, puesta en escena y su sobresaliente interpretación.
Abordar el tema de la ineluctable mortalidad no es sencillo cuando se trata de eludir los aspectos lúgubres con situaciones espontáneamente ocurrentes que atenúan el impacto dramático central. Precisamente allí se valoriza la presencia de un magnífico libreto donde describiendo con naturalidad a sus personajes permite crear un clima íntimo de gran calidez, reflejando valores tan importantes como el de la amistad en circunstancias especiales.
Ricardo Darín anima a Julián, un actor teatral argentino viviendo en Madrid quien enfrenta la inminencia de su muerte debido a un cáncer terminal. Resignado a su suerte, frente al médico que lo atiende rehúsa someterse a tratamientos que puedan debilitar su cuerpo, prefiriendo que lo que le queda de vida pueda disfrutarlo del mejor modo posible. Inesperadamente recibe la visita de Tomás (Cámara), un amigo español de la infancia que se desempeña como profesor universitario en Winnipeg, que habiéndose impuesto de su enfermedad llega por 4 días para reencontrarse con él.
El guión permite contrastar magníficamente las dos personalidades. Julián no admite ser objeto de piedad o compasión alguna y es así que frente a su amigo confronta su enfermedad con cierto tono irónico para disfrutar lo máximo que se pueda durante la breve estancia en que ambos estarán juntos; por su parte Tomás, que es más tranquilo en su manera de ser, trata de amoldarse a la situación impidiendo que el fantasma de la muerte constituya un obstáculo para despedir a su amigo.
Además de Tomás, Julián tiene otro gran compañero que es Truman, su entrañable, leal e incondicional perro; preocupado por saber cómo un fiel animal puede experimentar la ausencia definitiva de su dueño, su propósito es el de encontrarle un hogar que lo adopte con el mismo cariño que él le prodiga.
En otros aspectos, una de las situaciones realistas aunque incómodas del relato demuestra que nadie es irremplazable por más valioso que sea; así, el productor (José Luis Gómez) de la obra que Julián actualmente está representando con gran éxito en el teatro, le anuncia en su camarín que en pocos días más otro actor ocupará su lugar antes que el mal alcance un nivel que le imposibilite actuar. También resulta de interés, el viaje que realiza a Ámsterdam acompañado de Julián, donde se encuentra estudiando su hijo (Oriol Pla) a fin de celebrar su cumpleaños.
Con gran sencillez pero de manera efectiva, el realizador logra un film de profunda humanidad; evitando cualquier desborde sentimental, su narración alcanza legítima emoción entremezclada con un fino humor que emana de sus acertados diálogos.
Las actuaciones son maravillosas donde existe una maravillosa complicidad entre los dos personajes protagónicos. Una vez más, Darín confirma que es el mejor actor latinoamericano de su generación, brindando genuina naturalidad en la composición de un ser que enfrenta la muerte con total dignidad; por su parte, Cámara en un papel más reprimido ofrece una notable caracterización de quien cruzó el Atlántico para darle un último abrazo a su gran amigo. En un rol menor, aunque funcional a la trama del film, resulta convincente la participación de Dolores Fonzi.
En esencia, Gay ofrece un canto a la amistad en un film de notable sensibilidad que es rematado con una emotiva e inesperada escena final.
DEMOLITION. Estados Unidos, 2015. Un film de Jean Marc Vallée
Si bien el director quebequense Jean-Marc Vallée ha demostrado su dominio de realizador tanto en Canadá con C.R.A.Z.Y (05) como fuera de su país de origen con filmes de calidad, entre otros Dallas Buyers Club (2013) y Wild (2014), lo cierto es que Demolition es su película menos lograda. ¿A qué se debe la frustración que uno siente al ver este film? Podría haber variadas respuestas al respecto pero lo cierto es que gran parte del problema se debe a un guión pretencioso e irrealista.
El relato presenta a Davis (Jake Gyllenhaal), un arrogante y exitoso banquero de inversión de Wall Street que lo tiene todo a su favor hasta que un desastroso accidente automovilístico en el que viajaba con su esposa motiva que ella muera quedando él ileso. La tragedia lo paraliza emocionalmente dejándolo prácticamente en estado catatónico.
Si el punto de partida con respecto a las consecuencias que produce una pérdida familiar no es novedoso en cine, lo cierto es que el mediocre libreto de Brian Sype no contribuye a tornarlo diferente a fin de que uno pueda involucrarse en lo que sobreviene a continuación. Cuando una de las máquinas expendedoras de un hospital le impide a Davis obtener las golosinas deseadas, expresa su desencanto escribiendo una carta a la compañía encargada de explotarla las cuales llega a manos de Karen (Naomi Watts), una de sus empleadas; atraída por su contenido, la mujer comienza a responder a la misma; tras varias misivas se establece entre ambos una amistad bastante improbable, como también una estrecha comunicación entre Davis y el hijo rebelde de Karen de 12 años (Judah Lewis).
La pérdida de su esposa produce en su protagonista un efecto ambivalente nada convincente; así el efecto emocional sufrido inicialmente motiva a que se dé cuenta que nada sienta por su desaparición. Es ahí, que para lograr recomponerse como persona, trata de implementar el consejo de su suegro (Chris Cooper) de que es necesario “destruir” para poder “reconstruir”. De allí en más, para eliminar su estilo de vida actual y seguir un nuevo camino, Davis adopta la desaforada actitud de arrasar todo lo que encuentra en su entorno, incluyendo su participación como voluntario en equipos que se dedican a demoler edificios abandonados.
Si bien Gyllenhaal realiza un buen trabajo actoral, la crisis existencial de su personaje nunca llega a producir una conexión emocional; eso se debe a que la rebuscada historia impide que exista la mínima empatía con el colapso mental que experimenta este hombre. Por su parte, Watts, sin duda una muy buena actriz, debe lidiar con un personaje poco elaborado. Finamente, la dirección de Vallée, combinando un drama realista con escenas humorísticas que no terminan de cuajar contribuye a que este film resulte fallido.
UNE HISTOIRE DE FOU. Francia, 2015. Un film de Robert Guédiguian
La limpieza étnica de Armenia de 1915 en la que un millón y medio de su población fue deportada y ejecutada por Turquía constituye uno de los capítulos más sombríos de la historia del siglo pasado; como es bien sabido, hasta hoy día el gobierno turco no quiere reconocer o admitir su autoría. Dentro de ese contexto, el realizador Robert Guédiguian que es de origen armenio decidió abordar el tema; al hacerlo su preocupación esencial ha sido la de ilustrar las secuelas generadas por esa encarnizada matanza medio siglo después de lo acontecido.
Aunque se trate de un relato de ficción la fuente de inspiración del realizador ha sido la novela autobiográfica “La Bomba” del periodista español José Antonio Gurriarán; en 1981 en la ciudad de Madrid, el autor sufrió un grave accidente que lo dejó semiparalizado como consecuencia de la explosión de una bomba por parte del Ejercito Secreto Armenio para la Liberación de Armenia.
En el prólogo filmado en blanco y negro, se presencia el asesinato a sangre fría de Taalat Pasha acontecido en Berlín en marzo de 1921. La víctima había sido el primer ministro turco del gobierno otomano y el principal responsable del exterminio armenio. En la reconstrucción del juicio, el acusado Soghomon Thelirian (Robinson Stevenin) se defiende del crimen cometido contando en su perturbador relato cómo su familia armenia fue asesinada por los turcos. Contrariando el consejo del presidente del tribunal, el jurado lo absuelve. De alguna manera, esa decisión implicaba que a pesar de que Thelirian admitió su culpabilidad, en todo caso no fue considerado responsable del crimen.
Inmediatamente, el guión de Guédiguian escrito con Gilles Taurand traslada la acción hacia finales de la década del 70 enfocando a la comunidad armenia que vive en Marsella. Con una filmación en colores, el relato se centra en la familia integrada por Hovannes (Simon Abkarian), su esposa Anouch (Ariane Ascaride) y su hijo Aram (Syrus Shahidi) quien se ha nutrido de las dramáticas historias narradas por su abuela (Siro Fazilian) sobre el genocidio de Armenia. Cuando miembros de la comunidad armenia son expulsados de una iglesia local, el joven Aram se traslada a París y se integra a un movimiento radical contra Turquía que detona una violenta explosión al vehículo del embajador turco en Francia; ese hecho motiva que Gilles Tessier (Grégoire Leprince-Ringuet), un ciclista que pasaba por el lugar, quede severamente herido y quede confinado a una silla de ruedas debido al movimiento minimizado de sus piernas.
Entre los aspectos más emotivos del relato se destaca el encuentro de Anouch con Tessier cuando ella, por un cargo de conciencia, viaja a París para visitarlo en el hospital, reconociendo que su hijo fue el responsable de su accidente; pidiéndole perdón, la mujer le ofrece todo el apoyo de su familia. Eso motiva a que Gilles se vuelque a la causa armenia al haberse impuesto de algo que él completamente ignoraba. Aunque lo que precede es tratado de un modo demasiado melodramático, de todos modos queda rescatado el aspecto humano del relato.
El film deja varias preguntas abiertas. En primer lugar surge el interrogante de si la lucha armada de las nuevas generaciones armenias para reivindicar el horror sufrido por sus ancestros puede constituir el medio más conveniente de concientizar a las autoridades turcas sobre lo acontecido. Si acaso a través de la vía violenta es posible perpetuar la memoria colectiva, surge el problema moral sobre el daño colateral que implica dicho procedimiento. Así, tanto Tessier (personaje de ficción) como el novelista Gurriarán (personaje real) son las víctimas inocentes de una escalada terrorista humanamente intolerante; eso conduce a la pregunta siguiente: ¿no existen otros métodos más persuasivos para que Turquía y el resto del mundo que no lo haya hecho reconozcan la culpabilidad del exterminio acaecido un siglo atrás?
Con sus dos horas y cuarto de duración, el relato se resiente en algunos momentos. De todos modos cabe reconocer que el film a pesar de no ser extraordinario deja una impresión favorable por la mesura de su tratamiento, la eficiente actuación de su elenco y por el debate moral que suscita su contenido.
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