HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Sorprendente, imaginativa, esplendorosa, son algunos de los elogiables calificativos merecidos por The Jungle Book, la película dirigida por Jon Favreau. Esta recopilación de historias escritas por Rudyard Kipling (1865-1936), escritor británico de origen indio y Premio Nóbel de Literatura, ha sido objeto de numerosas versiones cinematográficas, incluyendo la de animación de 1967 que fue supervisada por Walt Disney en su trabajo póstumo; con todo, la presente es sin duda alguna la más espectacular.
En este extraordinario esfuerzo de producción juega un rol fundamental el empleo de las imágenes generadas por computadoras (CGI) que ofrece una sensación de verosimilitud impresionante, reforzado aún más con el uso de la tercera dimensión. Si a la virtuosidad visual que despliega el film se le agrega el impacto emocional que Favreau logra en su narración, todo está dado para que el espectador goce de un gran espectáculo al introducirse en la verdadera jungla donde transcurre la acción.
En la selva india del relato vive una enorme variedad de animales con la sola presencia humana de Mowgli (Neel Sethi). A través de la narración de la noble pantera Bagheera (Ben Kingsley), se sabe que este chico que se extravió de sus padres y quedó perdido en la jungla, fue rescatado y criado por los lobos Akela (Giancarlo Esposito) y Raksha (Lupita Nyong’o). No habiendo conocido otro ambiente que el de los animales con quien convive, Mowgli se siente feliz en el medio en que se encuentra y además despliega una gran energía desplazándose entre los árboles a la manera de un mono.
El ambiente descripto en el guión de Justin Marks es ciertamente idílico donde la fauna ve transcurrir su existencia armoniosamente aplicando la “ley de la selva” que consiste en el principio solidario de uno para todos y todos para uno. Sin embargo, el orden natural se quiebra cuando aparece la figura amenazadora del violento tigre de Bengala Shere Khan (Idris Elba) quien anuncia sus intenciones de apresar a Mowgli. Por esa razón Bagheera considera que el momento ha llegado para que el niño abandone a su familia adoptiva y se dirija a la aldea humana para unirse a los seres de su especie.
A partir de allí se inicia la gran aventura de nuestro héroe a través de variados encuentros. El primero de los mismos tiene lugar con la seductora serpiente Kaa (Scarlett Johansson) quien a punto de devorarlo es salvado milagrosamente por el oso Baloo (Bill Murray); por el favor realizado éste le solicita que le procure la miel necesaria durante su hibernación. Al proseguir su marcha Mowgli es arrebatado por una manada de monos y transportado a un templo antiguo dominado por la presencia del rey Louie (Christopher Walken), un enorme orangután que le exige al viajero que le revele el secreto de la flor roja capaz de producir fuego. En este viaje iniciático donde el protagonista trata de vencer los peligros para sobrevivir, indirectamente se desprenden algunas lecciones morales que le permitirán guiarlo en el futuro.
La reproducción de la selva y la de los animales que la pueblan así como la captación de sus movimientos adquieren un realismo sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que ningún animal verdadero ha sido utilizado durante la filmación. Es aquí donde los sensacionales efectos visuales cobran verdadero sentido porque están al servicio de una potente historia de dimensión humana. Eso se encuentra reforzado por el valioso apoyo de las voces de los actores y sobre todo por la actuación de Neel Sethi quien en su debut como actor se desempeña muy bien asumiendo el papel protagónico.
Como en todo film de Disney siempre hay canciones que amenizan su trama; así resulta grato escuchar los temas The Bare Necessities entonado por Bill Murray y I Wanna Be Like You por parte de Christopher Walken.
Finalmente, nobleza obliga destacar a Robert Legato y Adam Valdez responsables de los extraordinarios efectos visuales como así también la ágil dirección fotográfica de Bill Pope.
En esencia, Jon Favreau ha logrado un hermoso film que equilibrando espectacularidad con legítima emoción permite que tanto los niños como los adultos puedan disfrutarlo plenamente.
MILES AHEAD. Estados Unidos, 2015. Un film de Don Cheadle
Ubicándose por primera vez detrás de la cámara, Don Cheadle también lo protagoniza animando al mítico trompetista Miles Davis (1926-1991). La vida de este músico está íntimamente asociada a la historia del jazz del siglo pasado en donde su carrera se distinguió por su permanente innovación hacia nuevos senderos artísticos. Cheadle no ofrece aquí una convencional biografía del artista sino que acudiendo a algunos personajes y situaciones de ficción lo ubica en un determinado momento del tiempo para extraer algunos rasgos de su auténtica personalidad; en ese intento, el novel realizador infunde al relato una profunda energía y vitalidad además de otorgarle un apreciable estilo visual.
Estructurado en forma no cronológica y fracturada, al comenzar la historia el guión de Cheadle y Steven Baigelman ubica la acción en Nueva York en 1979, cinco años después de que el trompetista se alejó de la actividad musical, manteniéndose recluido por problemas de salud y su adicción a las drogas. Es allí que aparece el ficticio personaje Dave Brill (Ewan McGregor) quien se aproxima a la casa del solitario Davis (Cheadle) presentándose como periodista de Rolling Stone: su propósito es hacerle una entrevista sobre su rumoreado retorno artístico. Después de los primeros minutos de un encuentro a todas luces dificultoso, Dave logra ganarse la confianza del músico, y a partir de allí el periodista trata de ayudarlo en la recuperación de una cinta grabada por Davis que le permitirá volver al mundo del jazz; la misma se encuentra en las manos de un inescrupuloso productor (Michael Stuhlbarg) del sello Columbia Records (Michael Stuhlbarg) para quien el trompetista efectuaba sus registros discográficos.
Simultáneamente, a través de los recuerdos del músico el film se desplaza a los años 50 enfocando momentos felices en su romance con Frances Taylor (Emayatzi Corinealdi), una bailarina de Broadway que fue su gran amor y con quien finalmente se casa en 1958. En el transcurso de esos años de vida conyugal es cuando Davis obtiene un inusual suceso con algunos de sus memorables álbumes que lo popularizaron como el talentoso renovador del jazz moderno.
Al concentrarse más en el hombre que en el brillante músico, Cheadle decididamente no brinda una mirada complaciente del músico. Al describirlo como un ser torturado, con una visible bipolaridad, su dramático consumo de drogas y su incapacidad de ser leal a Frances quien demostró su total devoción y abandonó su carrera por él, el director impide que el espectador pueda simpatizar con su persona. Al propio tiempo, al enfocar lo que acontece detrás de la escena musical, el relato destaca la ausencia de solidaridad, lealtad, buena fe, así como el oportunismo de los llamados “amigos” tratando de aprovechar la popularidad de Davis; así, en ese reducido universo no hay quienes puedan ofrecer alguna nota de redención.
Cheadle realiza un sorprendente trabajo reviviendo la leyenda del gran artista; en un rol que le viene como anillo al dedo, resulta deleitable observar sus gestos, tono de voz, la excelente recreación que efectúa mientras está actuando y los momentos sombríos de los fantasmas que lo acosan. Corinealdi logra distinguirse como la compañera de Davis que no puede evitar sus frustraciones al tener que vivir con un genio que refleja cambios en sus estados anímicos a la vez que le es infiel. En cuanto a McGregor, aunque su personaje resulte un tanto forzado, se desempeña correctamente en las secuencias mantenidas con Davis.
A pesar de que la narración resulte a ratos confusa cuando no caótica, en líneas generales el realizador ofrece momentos vibrantes que compensan ciertos desniveles del relato. Sin llegar al nivel de excelencia logrado por Clint Eastwood en Bird (1988) enfocando la vida de Charlie Parker, los amantes del jazz se sentirán complacidos de apreciar el tributo de Cheadle a Miles Davis.
SLEEPING GIANT. Canadá, 2015. Un film de Andrew Cividino
En su primer largometraje como realizador Andrew Cividino traslada un corto que había realizado previamente. Plagado de buenas intenciones, el film es otro relato más de adolescentes que durante un verano atraviesan ciertas experiencias que podrán hacerles madurar.
La acción se desarrolla en la época actual alrededor del Lago Superior (del lado canadiense), donde tres adolescentes de aproximadamente 15 años de edad pasan sus vacaciones escolares. Uno de ellos es Adam (Jackson Martin), un muchacho que se encuentra veraneando con sus padres; los otros dos son Nate (Nick Serino) y su primo Riley (Reece Moffet) quienes aprovechan el verano para visitar a su abuela.
A través de una buena observación brindada por el realizador se aprecia que Adam pertenece a una familia de buena situación económica en tanto que Nate y Riley provienen de un medio más humilde. Mientras que Adam es introspectivo y reservado, sus dos compañeros son completamente opuestos en personalidad; en especial queda bien reflejado la naturaleza sarcástica, belicosa, provocativa y vulgar de Nate, que muchas veces intenta ridiculizar a Adam; de allí que no resulta extraño que el tímido muchacho se adapte más con Riley motivando a que su padre (David Disher) lo invite a cenar a su hogar.
Durante la mayor parte del film, no hay nada especial que pueda desprenderse del relato en términos de concitar especial atención. El trío destina su tiempo libre jugando, saltando a las aguas del lago desde un elevado acantilado, relacionándose con el vendedor local de marihuana, como así también se aprecia a Nate y Riley participando en pequeños robos de comestibles de un almacén local.
En líneas generales, las conversaciones entre los muchachos resultan anodinas sin despertar mayor interés, salvo un comentario efectuado por Riley donde Adam se entera de una indiscreción cometida por su padre. La presencia femenina se manifiesta en Taylor (Katelyn McKerrracher), una chica por quien Adam se siente atraído, aunque dicho personaje no agrega mayor relevancia al relato. Recién en los últimos 20 minutos del metraje se produce un giro dramático que conduce a un desenlace fácilmente previsible.
Cividino quiere reflejar algunos inquietudes existenciales que va dominando a este trío a medida que el relato alcanza su climax, lo cierto es que esta pintura del mundo adolescente en su transición a la adultez no llega a cobrar el suficiente dramatismo capaz de emocionar.
El director logra actuaciones naturales de los jóvenes intérpretes, sobre todo si se tiene en cuenta que Serino y Moffet no han tenido previa experiencia. Visualmente, Cividino se ha valido de la muy buena fotografía de James Klopko captando el panorama en que transcurre la acción.
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