HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
GLEASON. Estados Unidos, 2016. Un film de Clay Tweel.
Este intenso y conmovedor documental enfoca la vida de una persona que atraviesa una enfermedad incurable durante un período de cuatro años.
La historia analizada por el documentalista Clay Tweel está referida a Steve Gleason, un jugador de fútbol americano que participó en el equipo de los Saints de Nueva Orleans; precisamente a él le toco jugar en el partido que tuvo lugar en el Superdome de esa ciudad cuando fue reabierto en 2006 después del desastre ocasionado por el huracán Katrina. Cuando dos años después decidió retirarse, a Gleason le sonreía la suerte al gozar de una situación económica confortable y además haber logrado la felicidad con Michel Varisco, la mujer con quien se casó y que desde el primer momento fue una esposa capaz de brindarlo todo por su marido.
Nada hacía predecir que en 2011 el ex atleta de 34 años recibiese un crudo golpe del destino. Frente a ciertas molestias musculares que comenzó a experimentar, después de varios exámenes médicos fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica. Esta enfermedad neurológica degenerativa que no tiene cura y cuyo vaticinio de vida oscila entre los dos y cinco años se caracteriza en su fase inicial con los síntomas experimentados por Gleason; posteriormente impide el movimiento físico que obliga a recurrir al uso de una silla de ruedas, sucesivamente se va perdiendo la capacidad de hablar y en su fase final se produce la dificultad de respirar por la debilidad de los pulmones.
Tweel efectúa una impecable narración de todo este proceso a través de un video que Gleason desea dejar como legado a su hijito que aún no había nacido pero que comenzó a gestarse en su mujer pocas semanas después de que su mal comenzara.
La parte central del relato está conformada por el trance doloroso de la enfermedad que lo consume, así como los esfuerzos que realiza como padre para ir dejando en el video el testimonio de su ternura hacia su hijito Rivers para que cuando él ya no esté tenga la posibilidad de saber quién fue su padre y el profundo cariño que sintió por él.
Paralelamente, el film testimonia las diferencias existentes entre Gleason y su propio padre donde difieren sobre los principios acerca del bien y del mal y el criterio de la fe; si bien esa divergencia parecería separarlos, en última instancia permanecerán consustanciados. Con todo, lo que realmente causa admiración y emoción es comprobar la actitud asumida por Michel quien como si fuera una profunda roca imposible de quebrar, ofrece una devoción, resistencia y atención desmesurada hacia su querido esposo, sin descuidar la tarea de criar, alimentar y entretener al niño. A medida que la cruel enfermedad va progresando, Steve depende por completo de Michel y es así que el agotamiento que ella experimenta y que a veces su marido no logra captar en su debida dimensión va creando algunas asperezas menores en el vínculo conyugal.
Otro aspecto importante para mencionar es que cuando el ex deportista ya ha perdido la capacidad de hablar, se vale de un sintetizador de la voz para comunicarse con la gente que lo rodea, incluyendo a Rivers. Si bien el costo del aparato no era cubierto por la medicina social de Estados Unidos, la enfermedad y popularidad de Gleason motivó a que ahora lo sea para aquéllos que padecen del mismo mal.
Teniendo en cuenta que durante su vida activa este hombre se caracterizó por su notable humanismo, no resulta extraño que con el grupo de sus aliados haya conformado el “equipo Gleason” que se dedica a recaudar fondos para la investigación de esta enfermedad.
A diferencia de otros dolientes terminales que quisieran que sus vidas concluyan prontamente, Gleason intensifica su pasión para seguir estando al lado de la gente que lo quiere, sobre todo su mujer, así como el deseo de poder vivir lo máximo posible para ver a Rivers tal como aconteció en octubre de 2015 cuando asistió a la celebración de su cuarto cumpleaños.
En esencia, el realizador quien también tuvo a su cargo el montaje de este film logró un documento sobresaliente que más se asemeja a una historia de ficción que a un documental. Pero sobre todo, la lección fundamental que brinda este inspirador relato es mostrar el espíritu inquebrantable de un enfermo terminal para no dejarse vencer a pesar de su agonía así como el de su luchadora esposa que está permanentemente pendiente de él, brindándole el máximo apoyo moral. De este modo, a pesar de su extrema dureza este excepcional documental constituye un sublime canto a la vida.
INDIGNATION. Estados Unidos, 2016. Un film escrito y dirigido por James Schamus
Con un excelente currículum como guionista de importantes filmes artísticos del cine americano James Schamus debuta como realizador en Indignation, un film basado en la novela homónima de Philip Roth publicada en 2008 y que contó con una adaptación que respeta plenamente la riqueza de la obra original.
Si hubiese que resumir la esencia del film podría decirse que es la experiencia de un joven judío durante la etapa de sus estudios universitarios. Dentro de ese contexto el relato ofrece mucho más que lo anticipado. La acción transcurre a mediados de la década del 50, cuando Estados Unidos está involucrado en la guerra de Corea y numerosos soldados allí enviados ven sus vidas sacrificadas. Para evitar su reclutamiento por el ejército, Marcus Messner (Logan Lerman), un muchacho judío ateo de 19 años de edad viviendo con su familia en New Jersey, decide aceptar la beca ofrecida por una universidad de Ohio para estudiar leyes; al propio tiempo, la decisión adoptada le permite sentirse liberado de la asfixiante protección de su padre (Danny Burstein), dueño de una carnicería kosher de Newark.
Al llegar a destino, Marcus comprueba que es uno de los pocos estudiantes judíos del lugar y es así que es asignado a compartir una habitación con otros dos estudiantes de igual ascendencia. Además de ser una persona lúcida, dueño de una gran inteligencia y cultura personal, este joven de naturaleza tímida tiene la firma determinación de dedicar su tiempo al estudio aunque sin imaginar que deberá enfrentar diferentes situaciones no posibles de controlar que lo habrán de afectar emocionalmente. Así, inexperto por completo en las lides del amor y sexualmente reprimido, se siente atraído por Olivia (Sarah Gordon), una bella estudiante de historia de espíritu liberal, quien lo induce a su primera experiencia de sexo oral. Esa actitud crea en el muchacho sentimientos ambivalentes hacia ella, con repercusiones posteriores teniendo en cuenta que en su doloroso pasado Olivia había intentado suicidarse.
Debido a que por razones de desavenencia con quienes comparten su dormitorio, el joven solicita que lo trasladen a otra pieza, ese hecho motiva a que Caudvell (Tracy Letts), el decano de la institución, lo cite a su despacho. Eso origina una antológica escena de aproximadamente 15 minutos que sorprende admirablemente por la forma en que el novel cineasta la concibió. A través de la misma se asiste al inquisitorio interrogatorio efectuado por el decano, originándose un intenso diálogo dialéctico que sin llegar a la completa confrontación hará que el muchacho de muestras de una sapiencia excepcional; en esa conversación no faltan tópicos vinculados con la religión, el cuestionamiento del escaso nivel de intercambio social mantenido por Marcus, valoraciones ideológicas y hasta consideraciones filosóficas que involucran al premio Nobel Bertrand Russell donde el joven defiende fervorosamente la tendencia agnóstica del gran matemático británico; ese encuentro alcanza su máxima tensión cuando Marcus se opone drásticamente a que Caudwell se entrometa en su vida privada.
Otro de los momentos claves del relato se produce con la visita que realiza la madre de Marcus (Linda Emond) al hospital donde él se encuentra convaleciente después de haber superado una apendectomía. En ese reencuentro ella le anuncia su intención de divorciarse de su abusivo marido; en la medida que la noticia causa enorme pena al sensible muchacho, su madre está dispuesta a anular su decisión a cambio de un favor especial que le solicita, lo que implica para él otro motivo de perturbación emocional.
Filmado con máxima mesura, los diferentes acontecimientos que se van sucediendo hasta culminar en su dramático desenlace, permiten que el espectador aprecie acabadamente un film de gran calidad que ilustra la relación de un hijo con sus padres, la implicación de ser ateo dentro del judaísmo, la incomprensión de la cual puede ser objeto quien es superior a sus pares por su remarcable madurez y sobre todo el fuerte impacto que produce una anómala relación sentimental.
A nivel actoral, el film no tiene desperdicios. Lerman ofrece absoluta naturalidad en el rol protagónico constituyendo una extraordinaria revelación, así como Letts deslumbra en el inusual combate oral que su personaje mantiene con Marcus. En un rol complejo por su ambivalencia Gadon se luce transmitiendo los sentimientos de una joven de endeble equilibrio psicológico y palabras de elogio también merecen los veteranos intérpretes Emond y Burstein como los padres de Marcus.
Paralelamente a su notable contenido intrínseco, deben destacarse los valores formales del film con la maravillosa reproducción de época lograda en los diseños de producción de Inbal Weinberg, los vestuarios de Amy Roth y la fotografía de Christopher Blauvelt.
Dicho lo que precede, Indignation es un remarcable film provocativo, capaz de subvertir las expectativas del público y que apasiona por su atractivo contenido temático, dirección y nivel interpretativo.
BLOOD FATHER. Francia, 2016. Un film de Jean-François Richet
Después de algunos años ausentes del cine, retorna el sexagenario Mel Gibson como protagonista de un film de acción donde es capaz de demostrar que aún conserva la energía necesaria para caracterizar a personajes dentro de este tipo de género. Aunque él sea la atracción más importante que depara Blood Father la historia relatada por el director francés
Jean-François Richet no alcanza a trascender lo meramente rutinario.
El actor anima a John Link, un ex convicto, tratando de recuperarse definitivamente de su adicción alcohólica. Teniendo como vivienda una caravana ubicada en el desierto californiano, después de 9 años de haber estado en prisión, ahora intenta redimirse llevando una vida tranquila y dedicándose a efectuar tatuajes como profesión. Su tranquilidad se interrumpe cuando después de muchos años de ausencia aparece Lydia (Erin Moriarty), su hija adolescente alejada de él durante mucho tiempo; ella le pide que la proteja de peligrosos narcotraficantes que la persiguen por haber matado accidentalmente a su novio (Diego Luna) que había sido el líder criminal de la organización. Esa es la excusa para que a partir de ese momento, padre e hija se lancen a la carretera huyendo de los miembros del cartel con intención de matarlos como así también de la policía.
Gibson transmite muy bien la preocupación de un padre que hará lo imposible para salvar a Lydia, que a su vez constituirá otro motivo de redimirse al lado de su ser más querido. A pesar de su inobjetable actuación, él no puede compensar la falta de vitalidad necesaria del realizador inyectada al relato; así, la clásica persecución ya vista en múltiples otros filmes de semejante naturaleza y un encadenamiento de escenas no bien resueltas, conducen a una trama poco imaginativa. Unido a ello, la ausencia de una lógica narrativa motiva a que el film carezca de fuerza dramática y resulte poco convincente.
Los seguidores de Gibson que puedan abstraerse de los inconvenientes señalados y quieran sumergirse en algunas secuencias de violenta acción, podrán disfrutar de este pedestre thriller; en cambio hay serias dudas que el resto del público pueda apreciarlo.
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