HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
El realizador Damien Chazelle deseoso de evocar las comedias musicales de la época de oro de Hollywood, decide abordar ese género con La La Land, una liviana película impregnada de buenos sentimientos.
La escena que abre el film antes de que se pasen los créditos transcurre en una autopista de Los Ángeles donde el conglomerado tráfico impide que los autos puedan avanzar; de allí emergen sus frustrantes motoristas ofreciendo un número de danza acompañados de la música que emerge de la radio de los coches. Si bien el baile se prolonga más allá de la cuenta, técnicamente está bien resuelto y visualmente ofrece un centelleante esplendor aunque lo que luego prosigue prácticamente no tenga relación con esta presentación musical.
El relato que se desarrolla a lo largo de un año tiene como protagonistas a Emma Stone y Ryan Gosling animando a Mía y Sebastián. Ella trabaja en un bar pero su vocación de actriz la lleva a presentarse a distintas pruebas para demostrar su talento aunque fracasa en el intento. Por su parte Sebastián es un músico aficionado al jazz a quien la suerte no le acompaña mucho; así en la primera escena en que se lo contempla en un restaurante tocando en el piano canciones de Navidad, llega a ser despedido por su dueño (JK Simmons) debido al poco éxito logrado.
Después de dos intentos en que ambos jóvenes se cruzan en el camino sin lograr comunicación, un tercer encuentro permite en que lleguen a conocerse, se sientan mutuamente atraídos y que al poco tiempo lleguen a amarse.
Esa es la excusa argumental para que rememorando nostálgicamente al Hollywood de antaño, el espectador contemple a los tortolitos cantando y bailando por las calles nocturnas de Los Ángeles a la luz de la luna; en otra secuencia poética, efectúan una visita al Planetario del Observatorio Griffith donde descartando la ley de gravedad ambos danzan al conjuro del cielo estrellado.
Si bien las escenas mencionadas tienen un tono decididamente romántico, lo que se observa es absolutamente fantasioso comenzando por la gran metrópoli de las estrellas de cine donde aquí aparece como si fuese una ciudad imaginaria. Es precisamente ahí donde el film se bifurca en dos caminos diferentes: por una parte los temas musicales que no están suficientemente injertados en el libreto, brindan al film un clima de ensueño, pero cuando la música se ausenta el argumento no tiene fuerza dramática. El único conflicto del relato se produce en su última parte y radica en la elección que ambos jóvenes deberán realizar, ya sea seguir por caminos separados para consolidar sus carreras profesionales, o en cambio considerar prioritariamente el amor que los une.
Las actuaciones de Stone y Gosling son irreprochables y la excelente química existente entre ellos además de generar calidez permite que sean considerados como una auténtica pareja romántica. En cuanto a las canciones concebidas por Justin Hurwitz con letra de Benj Pasek y Justin Paul, las mismas son aceptables pero de ninguna manera memorables, con la sola excepción de “City of Stars“, una muy agradable balada que se repite frecuentemente a lo largo del relato.
Es loable el intento perseguido por Chazelle de incursionar en un género difícil y que según parece no genera demasiado entusiasmo en la juventud de la presente generación; en tal sentido es posible que esta situación se revierta atendiendo a la magnífica coreografía del film, la riqueza visual de ciertas escenas con colores exuberantes, los buenos números de jazz y sobre todo por la gran simpatía que despiertan sus protagonistas.
Sin que de modo alguno alcance el óptimo nivel de “An American in París” ((1951) de Vincent Minelli, “Singing in the rain” (1952) de Stanley Donen y Gene Kelly, o bien el de la maravillosa película cantada “Les parapluies de Cherbourg” (1964) de Jacques Demy, La La Land configura un buen entretenimiento capaz de satisfacer al gran público.
MÉDECIN DE CAMPAGNE. Francia, 2016. Un film de Thomas Lilti
Es muy raro encontrar a una persona que habiendo desarrollado su carrera profesional como médico en un momento dado se convierta en realizador cinematográfico. Ese es el caso de Thomas Lilti donde volcando su experiencia doctoral ha realizado hace dos años Hipppocrate relatando lo que acontece en el mundo hospitalario; ahora dirige su mirada a un veterano médico que dedica su vida a atender a enfermos que viven en una comunidad rural de algún lugar ubicado en la campiña francesa. Contando con un buen guión co-escrito con Baya Kasmi, el realizador ha logrado uno de los filmes más nobles y humanos que se haya visto en el transcurso de 2016.
Jean-Pierre Werner (François Cluzet) es un doctor de pueblo de mediana edad brindado íntegramente a su profesión y manteniendo con sus pacientes una relación particular en donde efectúa visitas a domicilio para aquellos enfermos que no pueden trasladarse al hospital donde trabaja. Con gran sensibilidad humana y social, Werner comprende que en la campiña en que se desenvuelve los lugareños que precisan de él para ser auscultados también encuentran a un interlocutor cálido capaz de comprender sus problemas y necesidades.
Al comenzar el relato vemos que Jean-Pierre recibe el diagnóstico de uno de los colegas del hospital donde se impone que padece de un tumor cerebral que puede ser mortal y que por esa razón se le recomienda que disminuya su carga de trabajo. Sin embargo, esa noticia no le impide proseguir su rutina diaria como si nada hubiese pasado; evitando que alguien se entere del mal que le aflige, lo importante para él es seguir estando al servicio de sus pacientes.
La situación se complica un poco, cuando el hospital decide que Nathalie Delezia (Marianne Denicourt), una médica recién recibida y que anteriormente se había desempeñado como enfermera, coopere con Werner. Creyendo que es irreemplazable y que puede bastarse por sí mismo, Werner se siente molesto de tener que aceptar a alguien que lo secunde y es por ello que no es muy amable con ella; con todo Nathalie es comprensiva y está dispuesta a tolerarlo.
Lilti ofrece un documento realista a la vez que social sobre una actividad profesional donde los cuidados a domicilio en las campiñas cada vez son menos frecuentes. Pero más allá de cierto compromiso político que pudo haber inspirado al realizador hay al propio tiempo una auténtica compenetración de qué es lo más conveniente en determinados casos para solucionar la gravedad de un enfermo; así, entra a considerar acerca del derecho que le asiste a una persona anciana que agoniza de querer morir en su hogar en lugar de que ocurra en un centro hospitalario.
A través de un excelente movimiento de cámara quedan reflejados en gestos y miradas las actitudes asumidas por los personajes de esta historia. Sin caer en falsos dramatismos, este film se caracteriza por su gran nobleza abordando profundmente la psicología de sus personajes. En tal sentido Cluzet es un actor que supo captar muy bien a un hombre que despliega una gran bondad y generosidad al que poco le importa arriesgar su grave estado de salud cuando se trata de suministrar asistencia a sus pacientes. Por su parte Denicourt también sobresale como la eficiente colaboradora con quien Werner llegará finalmente a complementarse profesionalmente.
En esencia, con este film sencillo, delicado, de gran emotividad y salpicado con ciertas notas de buen humor, Lilti rinde tributo a los abnegados médicos rurales de Francia.
NERUDA. Chile-Argentina-Francia-España-Estados Unidos, 2016. Un film de Pablo Larraín
Éste es sin duda el año del director Pablo Larraín. Antes de haber incursionado en Jackie, su primer film rodado en inglés que actualmente se encuentra en cartel, dirigió Neruda que también acaba de darse a conocer en Canadá después de la cálida recepción crítica recibida en oportunidad de su estreno mundial en el último festival de Cannes.
Una vez más, Larraín confirma su gran madurez como realizador narrando algunos episodios de Pablo Neruda, aunque poco tienen que ver con la realidad. En tal sentido, el film debe ser considerado como una mera fantasía sin ningún propósito histórico en donde la personalidad del eminente poeta queda desmitificada.
Ubicando la acción en Chile hacia el final de la década de los años 40, en su comienzo se contempla al eminente poeta (Luis Gnecco) ocupando el cargo de senador en el Congreso; como acérrimo comunista fustiga la corrupción política del gobierno de Gabriel González Videla (Alfredo Castro) acusándolo además de haberse alineado ideológicamente con Estados Unidos. De este modo, sus agrios comentarios críticos lo convierten en enemigo del Estado y es así que a partir de allí el cineasta con el apoyo del dramaturgo y libretista chileno Guillermo Calderón convierten al relato en una suerte de agradabilísimo film negro.
Por temor a ser encarcelado como traidor a la patria, Neruda junto con su abnegada mujer Delia del Carril (Mercedes Morán) resuelven escapar. Consecuentemente, el gobierno encomienda a Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un torpe policía inspector, para que capture al fugitivo. De este modo casi todo el metraje se caracteriza por la persecución del implacable perseguidor tratando de ubicar al fugitivo.
Este juego del gato y el ratón entre el perseguidor y su presa es lo que otorga ritmo, humor y pasión al relato. Eso no impide que a través de esta fantasiosa historia queden resaltadas algunas facetas del escritor quien como un buen hedonista no puede dejar de lado algunos placeres burgueses que contradicen sus principios ideológicos enfocando, por ejemplo, su inclinación hacia el champagne y su proclividad hacia las prostitutas; claro está que eso no excluye su voluntad de convertirse en un paladín de la libertad.
Tanto la interpretación de Gnecco en el rol titular, como la de Morán animando a su paciente mujer y la de García Bernal como el pintoresco y obsesivo detective policial valorizan a esta producción.
Bien articulado e inobjetablemente narrado, Larraín ofrece un film que a pesar de su naturaleza juguetona no está exento de cierta virulencia al propio tiempo que despliega una original inventiva que sin dudas deleitaría al Premio Nobel de Literatura si hubiese tenido la posibilidad de contemplarlo.
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