Las tumbas con nombre, un cierre de la guerra de Malvinas 36 años después
Las tumbas con nombre, un cierre de la guerra de Malvinas 36 años después

Familiares visitan en el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas, las tumbas de los soldados argentinos identificados por la Cruz Roja.
Esperaron 36 años para saber cuál era la tumba de su hijo, su hermano, su novio. Por eso algunos familiares se agarraban desesperados y entre llantos a la cruz bajo la cual yacen sus seres queridos, en el sobrecogedor paisaje gélido de las Islas Malvinas. “Te esperé todo este tiempo, ¿por qué te lo llevaste?”, gritaba una madre. Hasta hace poco estaban enterrados como “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. Ahora, gracias al ADN y un complejo acuerdo entre Argentina y el Reino Unido, 90 tumbas del cementerio de Darwin tienen nuevo nombre. “Me encontré con mi hijo, pude hablar con él, fue un encuentro con mucho amor y mucha paz”, contaba la emocionada madre de Daniel Massad, uno de los soldados reconocidos en los últimos meses.

Esta historia ha cambiado la vida de 90 familias, que ahora tienen una tumba para sus caídos en las Malvinas, pero tiene también tres protagonistas que no son víctimas. Uno es Geoffrey Cardozo, el militar británico que se encargó de enterrar a los soldados en 1982. Hizo un detallado informe que ahora ha facilitado la identificación con ADN. Para muchos de ellos es como de la familia. “Yo les cojo de la mano y les digo ‘yo soy el último que cuide a tu hijo, yo lo enterré’. Y eso es muy profundo. Siento una alivio enorme. Las familias entraron con el corazón pesado a este cementerio y se van tranquilos. Una vez fueron mis chicos, ahora ya están con sus padres, en su corazón”, clamaba Cardozo. Muchos familiares llorosos se acercaron a agradecerle su trabajo.
El otro gran protagonista es Julio Aro, un superviviente que localizó a Cardozo he hizo todo lo que pudo para permitir este día. “Yo combatí en Malvinas y sobreviví de milagro. Hoy podría ser uno de ellos, se los debía. Hoy es un gran día”, sentencia. Y el último es la periodista Gabriela Cociffi, que fue la que se encargó de mover contactos al máximo nivel y lograr incluso que el cantante Roger Waters se interesara, al punto de que fue él quien habló con Cristina Fernández de Kirchner para poner en marca un proyecto que ha costado casi 10 años llevar a la realidad. “Yo sólo quería acabar con el dolor de estas madres que sólo pedían una tumba donde recordar a sus hijos”, asegura.

Esas madres están empezando a construir algo que parecía imposible hace poco. La paz definitiva que debería abrir paso, por ejemplo, a los vuelos entre el territorio continental argentino y las Islas Malvinas, algo ahora mismo inviable que obliga a viajar desde Chile. “Le pedí a Dios que me dejara ver este día. Me pusieron dos stents hace dos meses, pero he llegado. Aquí se va a quedar, sacarlo sería traicionarlo. Es el cierre de un círculo”, se emociona Sonia Cárcamo.
En la isla también hay muchos que quieren cerrar de una vez la etapa de la tensión, aunque aún no apoyan que haya vuelos desde Buenos Aires, que para los isleños son un símbolo del lugar donde se decidió el intento por recuperar estas tierras inhóspitas para Argentina. Por la carretera vacía apenas se ven algunas ovejas, sólo viven 2.400 personas en las islas. “Los isleños vemos esto como algo humanitario, todos tenemos padres o hijos. Pero tendremos que esperar generaciones para ver el final de esta guerra. Fue todo demasiado duro”, cuenta John Fowler, un periodista local que ejerce como traductor de la comitiva. No será fácil coser las heridas que dejaron los 649 muertos argentinos, 255 británicos y tres isleños. Pero esta inédita ceremonia parece abrir un camino nuevo.
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