HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Después de haber incursionado en la animación con Fantastic Mr. Fox (2009), Wes Anderson retorna al mismo género con Isle of Dogs utilizando la técnica stop motion. Una vez más Anderson confirma ser un director que se aparta de las normas convencionales narrativas para transmitir una obra artística de notable imaginación que sin duda deleitará a los amantes del buen cine.
El guión del realizador escrito con Jason Schwartzman, Kunichi Nomura y Roman Coppola, ubica la acción en un futuro no muy lejano en la ficticia ciudad japonesa de Megasaki. Allí el corrupto alcalde Kobayashi (Nomura) que detesta a los perros que la habitan, decide desembarazarse de ellos aprovechando que atraviesan una enfermedad que les genera cierto nivel de violencia; en consecuencia, los animales son confinados en la Isla Basura, un lugar convertido en un enorme basural como consecuencia de erupciones volcánicas y otros accidentes geológicos. De este modo la población canina está expuesta a una segura muerte, a menos que acontezca un milagro.
Dicho lo que precede, Atari (Koyu Rankin), el hijo adoptivo del alcalde de 12 años de edad, viendo que su querido perro guardián Spots (Liev Schreiber) ha sido igualmente repatriado decide rescatarlo de dicho antro lanzándose en una azarosa aventura; al llegar a destino saldrá al encuentro de una peculiar bandada canina sin dueño liderada por Rex (Edward Norton).
A pesar de su sencillez, la historia involucra ciertas complicaciones y giros inesperados que agradablemente la amenizan. Por cierto, no es difícil imaginar que la expulsión de los perros de Megasaki puede asemejarse a la triste limpieza étnica ejercida en la actualidad en ciertas regiones del mundo, pero en todo caso Anderson no ha decidido profundizar lo suficientemente en este urticante tópico.
La visión de esta fantástica fábula permite apreciar cómo el realizador la nutre con preciosos detalles; eso se valora tanto en su magnífico colorido, el esmero de los encuadres, así como la lograda precisión de las exquisitas miniaturas con rasgos visuales característicos del valioso cine de animación japonés que producen genuina admiración. Otro aspecto destacable es la manera en que Anderson apela al uso de diferentes idiomas donde los perros se expresan en inglés en tanto que los humanos se comunican en japonés; en tal sentido la situación se resuelve con el empleo de subtítulos en algunos casos y en otras secuencias no traducidas es Frances Mc Dormand quien se luce prestando su voz como la avezada intérprete. Además del aporte vocal de Rankin, Nomura, Norton y McDormand es igualmente valiosa la contribución de las voces de Jeff Goldblum, Bill Murray, Bob Balaban, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, Tilda Swinton F. Murray Abraham a los diferentes personajes caninos y muy especialmente Bryan Cranston caracterizando a un perro callejero mordiscón.
El creativo ingenio de Anderson unido a los excepcionales diseños de producción de Adam Stockhausen y Paul Harrod fotografiados por Tristan Oliver así como la música de Alexandre Desplat permiten que esta Isla de Perros resulte digna de ser visitada nuevamente.
TEHRAN TABOO. Alemania-Austria, 2017. Un film escrito y dirigido por Ali Soozandeh
Un valiente retrato de la complejidad social existente en la capital de Irán es lo que Ali Soozandeh logra en su ópera prima Tehran Taboo. A través de tres narrativas el espectador contempla la proliferación de tabúes sexuales existentes en la islámica república regida por autócratas fundamentalistas, entre ellos la condición de la mujer en materia sexual, la corrupción, la prostitución y la droga, dentro de un marco de estrictas leyes religiosas.
Aunque mucho de lo que aquí se presencia ya ha sido ilustrado por el cine en anteriores oportunidades, lo que distingue a este film es su cruda franqueza de lo que acontece en Teherán exponiendo escenas que realmente sorprenderán al espectador; para evitar que los actores involucrados fuesen objeto de severas críticas, el realizador recurrió a la técnica de animación rotoscópica donde los rostros de los actores en vivo son redibujados a través de computadores.
En uno de los relatos se observa a Babak (Arash Marandi), un joven músico que trata de conseguir el dinero necesario para que Donya (Negar Mona Alizadeh), la chica de 18 años que conoció circunstancialmente y a quien desvirgó, pueda ver su himen reconstruido con ayuda médica; eso es vital a fin de que a pocos días de su casamiento el novio de Donya no llegue a descubrir este grave desliz. A través de este episodio queda en claro la desgracia que entraña para una mujer no casada mantener libremente una relación sexual.
Otra historia del film se refiere a Pari (Elmira Rafizadeh), una mujer monoparental que para ganarse la vida se desempeña como prostituta; así en la primera cruda escena del film se la ve practicando la felación con un hombre en su coche. Curiosamente cuando ella intenta obtener de un juez (Hasan Ali Mete) la firma de los papeles de divorcio con un hombre drogadicto que se encuentra en prisión, el alto magistrado de la Corte Revolucionaria Islámica está dispuesto a satisfacer su deseo siempre y cuando ella acepte ser su concubina.
La tercera narrativa enfoca a los vecinos de Pari en el edificio donde ella vive con su hijito; ella se vincula con Sara (Zara Amir Ebrahimi), una mujer casada con Mohsen, (Alireza Bayram) que está aguardando su primer hijito. Sin embargo, el matrimonio dista de ser feliz, en la medida que Sara anhela conseguir un trabajo que le permita adquirir su independencia y no seguir viviendo con sus suegros, mientras que su marido desea que ella se desempeñe exclusivamente como ama de casa.
A través de su primer largometraje el director sorprende con su madurez al haber construido un drama que destella por su notable verosimilitud. Al ofrecer una visión honesta sobre la vida de Teherán ilustrando cómo queda afectada la gente viviendo bajo un régimen religioso autoritario y castrador, Soozandeh efectúa una crítica social que impacta al espectador.
MADAME. Francia, 2017. Un film escrito y dirigido por Amanda Sthers
Una comedia costumbrista sin otra intención que entretener es lo que la realizadora Amanda Sthers presenta en Madame.
Anne (Toni Collette) y Bob Fredericks (Harvey Keitel) conforman un matrimonio americano no bien avenido de la alta burguesía, viviendo en una suntuosa residencia de París. Cuando ellos deciden organizar una cena para agasajar a sus amigos reciben la visita inesperada de Steven (Tom Hughes), el hijo de un anterior matrimonio de Bob, quien al incorporarse a la velada hará que sean 13 personas las que se encontrarán reunidas en torno a la mesa. Anne que es muy supersticiosa, teme que ese número de comensales pueda acarrear alguna desgracia; a fin de solucionar el inconveniente decide agregar a una de sus empleadas domésticas para compartir la cena; la elegida es María (Rossy de Palma), una eficiente inmigrante de humilde condición social proveniente de España, quien por imposición de su patrona se ve obligada a adoptar el rol de una condesa española frente a los demás invitados. La situación se complica cuando David Morgan (Michael Smiley), un marchand británico, se entusiasma frente al candor y espontaneidad de María comenzando prontamente un flirteo que deviene en romance sin que él sospeche de la verdadera identidad de su enamorada.
Gracias a los malentendidos y falsas apariencias, la historia se presta al humor y la directora logra sacarle provecho; eso permite que -aunque sin profundizar lo suficiente-, el film refleje las diferencias de clase, el ascenso social, la envidia así como la hipocresía al servicio de un ardid donde predomina el interés económico.
Lo que el film expone dista de ser novedoso pero no por ello carece de eficacia. Con una fluida realización, la directora obtiene un buen rendimiento de su elenco. En el mismo se destaca la eficiente prestación de Tony Collete como la Madame del título y sobre todo la maravillosa actuación de Rossy de Palma, una de las musas de Pedro Almodóvar; ella es en última instancia el alma del film deleitando con su candor como así también con la expresividad demostrada en la impostura que graciosamente adopta su personaje.
MIDNIGHT SUN. Estados Unidos, 2018. Un film de Scott Speer
Si acaso no mediara una grave dolencia de por medio, lo que se aprecia en Midnight Sun podría más bien asemejarse a un edulcorado film de Disney con un final diferente. Esta introducción viene al caso porque este drama romántico de Scott Speer manipula a la audiencia apelando a un sentimentalismo tan dulzón que a la postre termina relajando.
La protagonista de este relato es Katie (Bella Thorne), una adolescente de 17 años que desde su infancia padece de xerodermia pigmentosa (XP); aunque se trata de una grave afección muy infrecuente, quienes la padecen no pueden de modo alguno estar expuestos al sol por la seria lesión que produce sus rayos ultravioletas. Por esa razón esta joven ha tenido que vivir toda su existencia encerrada en su hogar durante el día para solamente asomarse al mundo exterior en las horas nocturnas. Su vida social se manifiesta fundamentalmente a través de la relación mantenida con Jack (Rob Riggle), su cariñoso padre viudo, quien le brinda la educación formal que no puede recibir en una escuela y además se empeña para que el diario vivir de su hija le resulte lo más tolerable posible; además, Katie está vinculada con Morgan (Quinn Shephard), una amiga de la infancia que la visita con frecuencia.
Por las noches, ella acostumbra a acercarse a la pequeña estación de tren de su localidad donde tocando la guitarra y entonando canciones ameniza a quienes suelen estar de paso. Es allí que un buen día, su tonada despierta la atención del joven Charlie (Patrick Schwarzenegger) que coincidentemente es el muchacho a quien desde largo tiempo ella suele ver desde la ventana de su pieza y por quien se siente atraída. Demás está decir que ambos llegarán a relacionarse y que en forma tímida irá desarrollándose un romance; claro está que por caprichos del guión de Kenji Bando, ella le oculta su enfermedad. Charlie se encuentra tan embelesado por Katie que en ningún momento cuestiona la razón por la que los encuentros no pueden producirse a la luz del día sino únicamente cuando cae la noche.
El momento conflictivo de esta historia se produce cuando en una salida nocturna los tortolitos no toman en cuenta el transcurso de las horas; así, cuando Katie repara que el alba está despuntando, corre desesperadamente a su casa para evitar que los rayos del sol la dañen pero, lamentablemente, no logra su propósito sufriendo una grave recaída; es allí cuando Charlie se impone de la nefasta dolencia de su amada.
Varios aspectos se conjugan para que el film no convenza. En primer lugar, la relación amorosa de la pareja se torna ingenua por lo exageradamente empalagosa, aspecto que se agrava con diálogos que pretendiendo ser realistas resultan falsos. Otro aspecto importante es que Speer, desafortunadamente, no ha podido crear una genuina tensión dramática, a pesar de su desenlace; para peor, la coda del relato está preparada expresamente para que una audiencia demasiado sensible acuda a los pañuelitos de papel a fin de enjugar sus lágrimas.
La actuación de Thorne es satisfactoria en tanto que la de Schawarzenegger, sin grandes matices expresivos, transmite simpatía y ternura. De todos modos, a pesar de que ambos actores guardan una aceptable química, no pueden evitar que las peroratas trilladas que están obligados a recitar lleguen en determinados momentos a exasperar. Felizmente, este irrealista romance no excede la hora y media de duración.
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