HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
EL ÚLTIMO TRAJE. Argentina-España, 2017. Un film escrito y dirigido por Pablo Solarz
Un film de inmensa ternura y emoción es el que el director Pablo Solarz ofrece con El Último Traje. A primera vista podría encasillarse como una especie de road movie que tiene como propósito saldar una deuda de gratitud; sin embargo, en este entrañable film también se puede vislumbrar el tratamiento no muy cálido que a veces es objeto la gente de edad madura así como también la historia propuesta echa una marida a las marcas emocionales dejadas por quienes han atravesado la tragedia del holocausto.
La acción comienza en Buenos Aires presentando a Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá); él es un sastre judío jubilado de 88 años quien habiendo sobrevivido la Segunda Guerra se encuentra habitando en el último día de lo que fue su casa por casi 50 años de existencia y que ahora pasará a sus familiares; allí rodeado de sus hijas, nietos y biznietos todo está dispuesto para que muy a su pesar sea enviado a un geriátrico y posteriormente ser sometido a una intervención quirúrgica por una infección que aqueja a una de sus piernas.
En los 15 minutos iniciales del relato queda denotado la forma en que este anciano fríamente tratado por su familia dejará de ser una carga para la misma quien se libra de él cómo si se tratara de un objeto en mal estado. Aunque sin protestar, el viejo gruñón de Abraham no permitirá que nadie resuelva su vida con su reclusión en un hogar de ancianos; así, ese mismo día después que sus familiares se han alejado decide partir de inmediato a Polonia: ese viaje tiene como propósito cumplir con una promesa de entregarle un regalo especial a Piotrek, el gran amigo polaco que 70 años atrás en Lodz le salvó la vida al ayudarlo a escapar de los alemanes y que desde entonces no lo volvió a ver.
En la medida que el vuelo no es directo, el apremio por salir de Argentina motiva a efectuar un viaje que inicialmente lo conducirá a Madrid para que desde allí, vía ferroviaria, pueda llegar a su destino final. Ese viaje quedará nutrido por distintas aventuras atravesadas en la capital española donde crea un vínculo afectivo con la ayuda facilitada a un joven argentino (Martin Piroyansky) en el aeropuerto de Barajas como así también el lazo creado con la dueña (Ángela Molina) del albergue madrileño en que se aloja; al propio tiempo allí se produce el encuentro con una hija distanciada (Natalia Verbeke) a la que no ve desde hace tiempo. En la estación de tren de París, conocerá a una muy amable antropóloga alemana (Julia Beerhold) quien dominando el idish y el español tratará de convencerlo de que no todos los alemanes son nazis. Resulta emotivo el vínculo circunstancial mantenido en la última parte de su trayecto con una amigable enfermera polaca (Olga Boladz) quien desde Varsovia lo transporta con su auto hacia Lodz para ayudarle a localizar a su amigo.
A través de ese periplo, en la medida que los recuerdos acuden a la memoria del querible Abraham, queda claro cómo el transcurso del tiempo no puede borrar las desgarradoras heridas emocionales de un ser humano que al no poder evitar que el tren desde París hasta Varsovia haga escala en Alemania se resiste a toda costa de pisar con sus pies el país que generó el nazismo.
Si bien el relato podría prestarse a un cargado melodrama es en cambio un afectivo film que cala hondamente en el espectador; así la tristeza subyacente de esta historia se combina con numerosas situaciones graciosas esbozadas por el pícaro anciano gracias a los sabrosos diálogos del guión de Solarz y a la insuperable y antológica caracterización de Solá; como el alma del relato este personaje se gana por completo la simpatía del espectador.
WALL. Canadá, 2018. Un film de Cam Christiansen
El tan debatido y urticante tema sobre el conflicto palestino-israelí que el cine ha considerado en numerosas oportunidades vuelve a cobrar vigencia con Wall donde el realizador Cam Christiansen lo aborda centrando su atención en el monólogo de igual nombre del dramaturgo David Hare quien lo interpretó en Londres en 2009.
El relato del autor, quien es igualmente responsable del guión, aborda el muro construido por Israel y que constituye una barrera que se extiende por Cisjordania y rodea Jerusalén. El film sigue los pasos de Hare en un viaje hacia el Medio Oriente para explorar el impacto que causa en la gente de la región esa extensa pared que separa Israel de Palestina.
Para un enfoque crítico de este documental es preciso considerar su contenido propiamente dicho por una parte y por la otra el estilo de animación empleado para la filmación. Considerando en primer lugar el aspecto político del relato es necesario recordar el atentado suicida de un palestino acontecido el 1 de Junio de 2001 en el Delfinario de Tel Aviv; allí la detonación de una bomba produjo un saldo de 21 israelíes muertos y 120 heridos. Como consecuencia de esta tragedia, para protegerse de futuros ataques terroristas Israel comenzó en 2002 la construcción de esta enorme pared que los palestinos consideran un muro de segregación racial.
En el viaje que efectúa Hare a través de Tel Aviv, Jerusalén, Nablus, Ramala como así también por otras localidades de Cisjordania, el dramaturgo tiene oportunidad de recoger las opiniones de algunas cabezas parlantes como así también de gente cuyas vidas se han visto afectadas a causa del muro. Entre los comentarios se encuentran el del novelista israelí David Grossman que trata, en cierta manera, de justificar la actitud de Israel sosteniendo que aunque los israelíes ante la percepción mundial parecen ser fuertes, en el fondo se sienten débiles y frágiles para sostenerse como nación; en una posición diferente Sari Nusseibeh, el filósofo y profesor universitario de la Universidad Abierta Al-Quds, considera que la construcción realizada constituye un perfecto crimen en la medida que la tensión creada engendra la violencia en lugar de evitarla. Si para Israel la seguridad que brinda el muro es un tópico completamente innegociable, para los palestinos la presencia de esa extensa barrera significa realizar trayectos de duración larguísima para llegar a Jerusalén a través de los puestos de control militar cuando antes se realizaban en escasos minutos.
Si bien el cúmulo de información recibida a través de la narración de Hare resulta en ciertas instancias un poco árido, ese aspecto está ampliamente compensado por los avanzados instrumentos de animación empleados en el documental, sobre todo por la técnica stop motion donde la captura de movimientos en tercera dimensión adquiere una distintiva riqueza visual. Al haber recurrido a este sistema de filmación, Christiansen ha logrado filmar ciertas secuencias que no habrían podido rodarse de otro modo, como por ejemplo la presencia de las cámaras en los puestos de control.
En suma, este documental animado de impecable esplendor visual resulta de considerable interés a pesar que su complejo e intrincado tema no ofrece solución alguna al eterno problema político de la región, donde aquí se añaden las incongruencias y contradicciones surgidas por el discutido muro.
CRAZY RICH ASIANS. Estados Unidos, 2018. Un film de Jon M. Chu
La primera sorpresa que depara Crazy Rich Asians es que esta producción estadounidense está integrada por un elenco de actores de origen asiático. La segunda grata novedad es que se asiste a una comedia romántica que transcurre en los tiempos actuales y que satisface plenamente a diferencia de las anodinas muestras del género que se han visto últimamente. Eso se debe a diversos factores que se conjugan armoniosamente, a saber: hay aquí una completa empatía con la pareja romántica que permite al público identificarse con sus sentimientos; eso es consecuencia de la inteligente descripción de los personajes producto de la eficacia del guión que sustenta su trama y a un director capaz de transmitirla.
El guión del realizador Jon M. Chu escrito con Peter Chiarelli y Adele Lim, basado en la popular novela del escritor singapurense americano Kevin Kwan publicada en 2013, ubica la historia en la época actual. La trama se centra en Rachel Chu (Constance Wu) y Nick Young (Henry Golding) quienes desde hace un año conviven felizmente en Manhattan. Ambos reúnen una muy buena formación profesional; ella es una doctora en economía y profesora en la Universidad de Nueva York que ha sido criada y educada por su madre (Tan Kheng Hua) monoparental quien emigró de China cuando Rachel era muy pequeña; Nick es un apuesto historiador nacido en Singapur cuya familia reside allí. Durante la relación sentimental mantenida, Rachel no ha tenido la oportunidad de conocer a los familiares de Nick y es por eso que acepta gustosamente la propuesta de viajar con él a su tierra natal para asistir al casamiento de su mejor amigo Colin (Chris Pang) con su novia Araminta (Sonoya Mizuno) y al propio tiempo conocer a sus parientes.
El relato cobra vuelo cuando al arribar a la dinámica ciudad del sudeste asiático Rachel descubre asombrada el ambiente millonario al que pertenece la familia de su pretendiente donde él es nada menos que el heredero de un poderoso imperio inmobiliario que maneja una inmensa fortuna. De inmediato ella se introduce en un mundo de fantasía donde la gente con quien se va relacionando luce alhajas suntuosas, dispone de vestuarios de alta costura, es dueña de mansiones palaciegas, carísimos coches deportivos y realiza eventos sociales que incluyen opulentas fiestas, gozando de ese modo de los privilegios asociados con personajes de la realeza.
Tratando de ajustarse a ese medio de lujo extravagante donde la familia de Nick expatriada de China ha logrado ubicarse en el estrato económico más elevado de la sociedad de Singapur, Rachel encuentra el primer obstáculo en Eleanor, la madre de Nick (Michelle Yeoh); si bien ella la recibe con fría cortesía, esta matriarca de la familia no ve con buenos ojos que su hijo una su destino con alguien que no pertenece a su mismo rango social. Para atenuar esa situación, Rachel logrará el apoyo de Astrid (Gemma Chan) que es la prima de Nick, de su amiga neoyorkina Peik Lin (Awkwafina) quien provee algunos de los momentos más graciosos del relato, como así también de Oliver (Nico Santos), el simpático amigo de la familia.
La celebración extravagante de la riqueza es narrada sofisticadamente por el realizador quien imprime al relato un ritmo fluido a la vez que animado de un franco humor que trata de no bordear la caricatura. En este cuento de hadas con final previsible quedan expuestas las jerarquías de clase, la colisión de la tradicional cultura china con el modernismo occidental y cómo la opulencia del dinero puede interferir en las lides del amor; en última instancia, predominará la determinación de Rachel de no doblegar su identidad y de Nickel quien, dejando de lado las obligaciones impuestas por su familia, decide obedecer los dictados de su corazón hacia la mujer que ama.
A la excelente química existente entre Wu y Golding se adhiere la simpatía de los diferentes personajes de esta agradable “love story” nutrida de impecables diseños de producción y de un fabuloso vestuario.
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