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  • December 11, 2018 , 11:20am

La última voz de la masacre indígena de Napalpí

La última voz de la masacre indígena de Napalpí

Rosa Grilo, última sobreviviente de la masacre de Napalpí, en su casa de Colonia Aborígen, provincia de Chaco.

Rosa Grilo, última sobreviviente de la masacre de Napalpí, en su casa de Colonia Aborígen, provincia de Chaco.

“Parece que me da miedo”, dice Rosa Grilo. Esta sentada bajo un algarrobo frente a su casa de ladrillo sin revoque y techo de chapa. Tiene más de 100 años llenos de recuerdos. Cuando habla de su familia o da órdenes a una de sus hijas, sus ojos pequeños se iluminan y mueve con energía las manos cargadas de anillos. Pero enseguida baja la voz. Entonces apenas se la escucha entre los sonidos vivos del monte. “Se asusta uno, porque parece que está viniendo, por eso no quiero hablar de la matanza. Ya pasó, ya pasó. La gente que murió, criaturitas como esta le mataban. Le largaron la bomba”, dice. Rosa prefiere no recordar cómo murió su padre, un qom que cayó junto a otros 500 indígenas que en julio de 1924 se habían declarado en huelga en la reducción de Napalpí, en el Chaco argentino. La masacre quedó impune. Un fiscal impulsa ahora un juicio por la verdad que puede arrojar luz sobre aquel crimen. Y, por primera vez, el relato de Rosa se escucha.

Rosa Grilo es la última sobreviviente de la masacre de Napalpí. Los recuerdos que la atormentan son muy antiguos, pero recién ahora ha decidido contarlos. Era una niña cuando el 19 de julio de 1924, policías y terratenientes de la zona dispararon y remataron con machetes a familias enteras que se negaban a trabajar por nada en las plantaciones de algodón de la reducción. Eran los tiempos de la “avanzada civilizadora”, cuando los indígenas pasaron de ser dueños de la tierra a mano de obra barata del progreso. En la cabeza de Rosa aún suena el avión desde el que arrojaban comida a los huelguistas y sus familias para que saliesen del monte. En el descampado recibían las descargas de los fusiles Winchester.

 

El avión utilizado durante la masacre de Napalpí, fotografiado por el equipo del etnólogo Lehmann Nitsche.ampliar foto
El avión utilizado durante la masacre de Napalpí, fotografiado por el equipo del etnólogo Lehmann Nitsche. GIORDANO Y REYERO, VISIBILIDADES E INVISIBILIDADES EN TORNO A LA MATANZA INDÍGENA DE NAPALPÍ (CHACO, ARGENTINA). LA FOTOGRAFÍA COMO ARTIFICIO DE AMISTAD, P. 92

“Pensaban que era mercadería. Y dice mi abuelito: ‘No vayan, porque ese está llevando la bomba, vamos a disparar [huir]. Fue la gente a buscarle y cuando están todos juntos largan la bomba. Los que buscaron murieron, nosotros nos salvamos porque mi abuelito no quería que vayan, había criaturas. Ellos dispararon, mi abuelito, mi abuelita, mi mamá. Menos mi papá, a él lo agarraron porque quedó ahí. Y nos quedamos en el monte y mi abuelito fue a buscar a no sé dónde para poder comer”, recuerda. Rosa habla con lucidez. Cuando Napalpí no se cruza en sus recuerdos, ríe y cuenta anécdotas con picardía. Tiene su vaso de vino siempre listo y responde con un “más vale” cuando una pregunta le parece divertida. No sabe exactamente su edad, porque cuando sacó el DNI ya era mayor. Su familia calcula que tiene al menos 105 años. Su casa es humilde y hasta hace sólo una semana no tenía electricidad. Cuando el calor arrecia en verano, Rosa duerme a la intemperie, bajo un árbol, protegida por mosquiteros de tul que ella misma cose.

El testimonio de Rosa se ha sumado al expediente que el fiscal chaqueño Diego Vigay presentará antes de fin de año a un juez. Si prospera, el Estado deberá avanzar en un juicio por la verdad, en el marco de una investigación por delitos de lesa humanidad. “Las voces de los testigos son muy importantes. Y que la justicia esté dispuesta a escucharlos ya es un acto de reparación, porque estamos ante un largo proceso de invisibilidad”, dice Vigay. La invisibilidad tiene múltiples responsables. Por un lado el Estado, aquel de 1924, y el de ahora, uno por responsable directo, el otro por amnésico. Por el otro los sobrevivientes y sus familias, siempre calladas, ya sea por temor o resignación. “Napalpí fue siempre un tema tabú para las familias y los testigos se mantenían en silencio. No dimensionan el valor histórico de esos testimonios”, explica Vigay.

Las manos de Rosa Grilo.ampliar foto
Las manos de Rosa Grilo. JORGE TELLO

La versión oficial de la época, reflejada en la prensa, fue que no hubo matanza, sino un enfrentamiento entre aborígenes. La policía, entonces, sólo puso orden al desorden. La verdad histórica fue bien distinta y dejó heridas profundas y perdurables. A la masacre le siguieron meses de persecución a los sobrevivientes que, como Rosa, se habían ocultado con sus familias en el monte. Así lo contó el exdirector de la reducción Enrique Lynch Arribálzaga, en una carta que envió entonces al Congreso: “La matanza de indios por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores. Parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio (…), para que no puedan servir de testigos”.

La masacre quedó impune. La oposición socialista exigió al gobierno del radical Marcelo Torcuato de Alvear que investigase lo ocurrido en el confín del norte, pero nada ocurrió. Los policías interrogados repitieron como un mantra el mismo testimonio defensivo y los terratenientes algodoneros, promotores de la cacería de indígenas, se escudaron en la necesidad de proteger la avanzada criolla en la conquista del Gran Chaco. “Fue en ese contexto que se crearon las reducciones como Napalpí. Lynch Arribálzaga las proyectó basándose en el sistema estadounidense. Eran territorios acotados donde se concentraba población indígena que era utilizada como mano de obra para actividades agrícolas y forestales. Tenían un administrador puesto por el Estado y los indígenas cobraban teóricamente un porcentaje de lo que se producía”, explica la historiadora e investigadora principal del Conicet Mariana Giordano.

La casa de Rosa Grilo en Colonia Aborígen, Chaco.
La casa de Rosa Grilo en Colonia Aborígen, Chaco. JORGE TELLO

Giordano se ha acercado a la historia de Mapalpí a través de las fotografías del etnólogo alemán Lehmann Nitsche, conservadas en el Instituto Iberoamericano de Berlín. Así descubrió la imagen del avión cuyo sonido aún atormenta a Rosa. “En la imagen, Nitsche escribe en alemán ‘avión contra levantamiento indígena”, explica la historiadora. En otras fotos se ve a indígenas con un pañuelo blanco anudado en el brazo, señal de que “eran de los buenos”. Pertenecían en su mayor parte a los vilela, una etnia de la zona que acordó con el criollo e hizo trabajos de vigilancia en las reducciones. El resto eran qom y mocovíes, como Pedro Balquinta, muerto en 2015 con 108 años y el único sobreviviente conocido de la masacre hasta el descubrimiento de Rosa. En el hallazgo de estas voces tuvo mucho que ver Juan Chico, director de la Fundación Napalpí y sin duda el hombre que más ha hecho por salvar del olvido lo ocurrido.

Chico se reunió con Rosa en su casa antes de acercarla al fiscal. “La protesta de Napalpí fue en busca de mejores condiciones de trabajo, pero no tuvo el eco necesario. Al contrario, los indígenas fueron estigmatizados por la sociedad de la época, que empieza a acusarlos de supuestos saqueos y asesinatos de familias enteras””, explica Chico. Sus investigaciones son la médula de la reconstrucción histórica y ahora judicial de la masacre, basada en el testimonio de las familias de los muertos y el visto y oído de las comunidades.

Edificio de la administración de la reducción de Napalpí en el año 1936.ampliar foto
Edificio de la administración de la reducción de Napalpí en el año 1936. COMISIÓN HONORARIA DE REDUCCIONES DE INDIOS. PUBLICACIÓN Nº4.

Todos saben, y nadie investigó jamás, que en el lote 39 de lo que aún hoy se llama Colonia Aborigen hay una escuela y tres casas, y junto a ellas una fosa común. Ahí están enterradas las víctimas de la masacre de Napalpí. Expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAS), el mismo que trabajó en la identificación de los soldados argentinos sin nombre enterrados en Malvinas, está listo para realizar exhumaciones en el lugar, en cuanto el juez lo pida. “La excavación es viable. Intentaremos establecer un número mínimo de individuos y en lo posible dar rangos de edad y de sexo e indicios de la causa de muertes”, dice la antropóloga Silvana Turner, del EAAS.

Turner visitó el lugar el mes pasado y confía en que el trabajo será exitoso. La identificación será más compleja, tanto por el posible deterioro de los rastros de ADN como por la falta de listados oficiales de víctimas. Pero alcanzará con reconstruir qué pasó aquella tarde durante la masacre de Napalpí. “No estoy mintiendo yo, lo que pasó pasó”, dice Rosa, a la sombra de su algarrobo. El Estado argentino debe ahora saldar su deuda.

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