HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Después del suceso artístico de El Abrazo de la Serpiente (2015) que fuera nominado al Oscar como mejor film de habla no inglesa, Ciro Guerra confirma sus condiciones de buen realizador con Pájaros de Verano. En este ambicioso drama etnológico, donde Cristina Gallego es la co-realizadora, se aborda la génesis del narcotráfico en Colombia.
La película dialogada en parte en idioma indígena con diferentes dialectos, está ambientada en los años 70 en La Guajira – en el norte de Colombia, cerca de la frontera venezolana, centralizando su atención en el pueblo wayú, integrado por los aborígenes de esa región. Ilustrando el modo de vida, prácticas rituales y supersticiones de esa población, en las primeras imágenes se asiste a la transición hacia el mundo adulto de Zaida (Natalia Reyes), cuya madre Ursula (Carmiña Martínez), es una mujer de fuerte temperamento y matriarca de la comunidad.
Zaida logra generar una fuerte atracción en Rapayet (José Acosta), un empobrecido cortejante que para lograr la dote necesaria a fin de solicitar su mano vislumbra la posibilidad de participar en un buen negocio. Al entrar en contacto con voluntarios de los Cuerpos de Paz de Estados Unidos, Rapayet -sin dejar de lado sus tradiciones familiares- se dedica a vender marihuana a los americanos, a través de los cultivos que realiza un clan indígena vecino; así, a medida que el negocio le rinde suculentos ingresos decide expandir esa actividad con su buen amigo Moisés (Jhon Narvaez),
De allí en más, el guión de María Camila Arias y Jacques Toulemonde Vidal ilustra cómo el beneficio producido por el tráfico de drogas hacia Estados Unidos y el poder que eso genera conduce a un enfrentamiento violento entre las diferentes tribus locales haciendo peligrar sus vidas, arrasando las tradiciones y su cultura. En esencia, el film refleja el contraste entre un mundo antiguo tradicional de carácter espiritual y otro moderno donde impera la codicia del materialismo.
Apelando en ciertas instancias a un mágico realismo, tal como García Márquez lo concibiera en su remarcable literatura de América Latina, Guerra y Gallego han logrado un fascinante western autóctono enriquecido por las naturales actuaciones de su elenco, la resplandeciente fotografía de David Gallego y la muy buena música del compositor Leonardo Heiblum mediante instrumentos relacionados con la cultura indígena.
DOUBLES VIES / NON FICTION. Francia, 2018. Un film escrito y dirigido por Olivier Assayas.
Una muy ingeniosa y fascinante comedia es la que aborda el veterano realizador y guionista Olivier Assayas en Doubles Vies que acertadamente se intitula en inglés Non Fiction en la medida que lo que se presencia adquiere las apariencias de un documental en el enfoque de los temas que aborda.
Assayas se centra en un grupo erudito de la clase media parisina cuyos integrantes manifiestan los síntomas experimentados con la introducción de las nuevas tecnologías que conforman la actual era digital. Entre algunos de sus miembros se encuentra Alain (Guillaume Canet), un bien establecido editor donde en la primera escena enfrenta a Léonard (Vincent Macaigne), un idealista escritor que escribe novelas inspiradas en su vida personal y que desea que su nuevo libro sea publicado por su editorial, tal como ha acontecido en anteriores ocasiones. Es ahí donde el pragmático Alain trata de hacerle comprender que no está dispuesto a aceptar la impresión de su última novela dado que la popularidad de los libros electrónicos deja sentir su impacto al haber disminuido la demanda de la literatura impresa. De allí que consciente de la nueva modalidad de lectura y la importancia adquirida por las redes sociales, este editor ha contratado a Laure (Christa Théret), una joven experta en la tecnología digital que lo asiste en efectuar la transición a dicho formato. Otros personajes del relato incluyen a Selena (Juliette Binoche), la mujer de Alain, que se desempeña como actriz en una popular serie televisiva, y Valerie (Nora Hamzawi), la pareja de Léonard, que se ocupa de asistir a un político socialista a quien le hace ver que el comportamiento de su vida privada influye en la percepción del público sobre su persona.
Cuando en diversas ocasiones estas personas se encuentran a través de comidas o reuniones informales las conversaciones giran sobre tópicos literarios y artísticos teniendo como telón de fondo las ventajas e inconvenientes de los cambios tecnológicos registrados en las últimas décadas; aunque las opiniones de sus participantes difieren, en todo caso se destaca la manera en que esta era digital va conformando un estilo de vida culturalmente diferente. Paralelamente a los importantes temas discutidos que adoptan un tono liviano, Assayas enfoca las dobles vidas de sus personajes en materia sentimental donde pareciera que la satisfacción del deseo sexual mediante una relación extramatrimonial no llega a afectar la estabilidad conyugal.
Con la participación de un inmejorable elenco integrado por actores que transmiten completa naturalidad a sus personajes el director imprime un ritmo ágil a su relato nutrido de brillantes diálogos donde no faltan momentos de acertado humor muy bien dosificados.
En esta remarcable comedia coral Assayas plantea apasionantes temas sin ofrecer específicas respuestas; de ningún modo eso constituye un hecho objetable en la medida que resulta imposible predecir cuál será el impacto final de las innovaciones tecnológicas que se van produciendo en forma vertiginosa. Lo importante es que el contenido de este atractivo e intelectual film trasciende, inquieta y permite que a su vez quede importante margen para reflexionar después de su proyección.
RAMEN SHOP. Singapur-Japón-Francia, 2018. Un film de Eric Khoo
Quienes conocen la cultura de ciertos países asiáticos afirman que a través del arte culinario, su gente expresa el afecto que siente hacia sus semejantes. Precisamente este rasgo cultural expuesto en Ramen Shop lo prueba a través de una pequeña pero efectiva historia en donde el cine expresa en imágenes hasta qué punto la gastronomía puede llegar a elevar el espíritu de vida. Si bien esta comedia dramática no alcanza los niveles de Comer, Beber, Hombre, Mujer (1994) de Ang Lee sobre el mismo tema, de todos modos el público sabrá saborear la delicia ofrecida por el director singapurense Eric Khoo.
Para Masato (Takumi Saitoh), el experto chef de cocina de un restaurante de la ciudad de Takasaki donde su padre es el dueño, la cocina es parte de su vida y su especialidad es el ramen; se trata de una comida típicamente japonesa en el que se cuecen fideos en un caldo mezclado con diferentes guarniciones. Cuando su padre fallece, Masato que perdió a su madre nacida en Singapur cuando él era pequeño descubre una valija con fotos de la familia y un libro de notas dejadas por ella. Ese recuerdo y la nostalgia que lo embarga motivan a que emprenda un viaje a Singapur en procura de sus raíces a fin de encontrar la verdad sobre algunos oscuros episodios de su familia que permanecieron ocultos. Al llegar a Singapur, con la ayuda de Miki (Seiko Matsuda), un blogguer local, logra localizar a su tío (Mark Lee) quien a su vez, igualmente amante de la cocina, le enseñará los secretos de bak ku teh, una sopa de costillas de cerdo sazonada con especias, que es el plato de comida nacional de Singapur y que fue tan apreciado por su difunta madre.
A través de este viaje emocional Masato va redescubriendo su pasado, incluyendo el reencuentro con su abuela (Beatrice Chien), y al hacerlo va cerrando la grieta familiar logrando de este modo la reconciliación familiar; en tal sentido ese sentimiento igualmente se aplica entre Japón y Singapur donde en una visita que Masata realiza a una exposición se ilustra el triste período que vivió Singapur bajo la ocupación de Japón durante la Segunda Guerra.
Aunque el guión de Fong Cheng Tan y Kim Ho Wong bordea a veces un melodramático sentimentalismo, el realizador elude el obstáculo apelando a una narración sobria y solvente donde se evidencia el cariño que siente por sus personajes. Sin que haya interpretaciones excepcionales, el elenco se desempeña satisfactoriamente transmitiendo sinceridad a esta afectuosa historia gastronómica que reivindica los importantes valores de la familia.
CLIMAX. Francia, 2018. Un film escrito y dirigido por Gaspar Noé
Conocido por su adicción a la violencia y sadismo gratuito, Gaspar Noé vuelve a la carga ofreciendo al espectador un film superficial y ultra-chocante que tiene el propósito de escandalizar.
En un tema que le pertenece y según manifiesta está basado en un hecho real acontecido en Francia en 1996, Noé presenta en su comienzo un reportaje en video efectuado a un grupo de jóvenes bailarines de diferentes estratos socioeconómicos, etnias, razas, sexo y orientación, que participarán en una gira programada por Francia y Estados Unidos. Tras estos primeros 10 minutos, los 35 siguientes se los muestra ensayando en un amplio establecimiento abandonado semejando a un inmenso galpón. La incesante música los exhibe danzando con encomiable energía dentro de un acertado marco coreográfico. Cuando los ensayos finalizan, se producen entre ellos conversaciones banales donde la mayoría de las mismas giran en torno del sexo; eso se ameniza con los tragos que se sirven de un jarro de sangría donde alguien -sin saber quién- introdujo LSD en el mismo. A partir de allí, al comenzar a sentir los efectos de la droga, los alucinados 20 integrantes del conjunto se convierten en verdaderas bestias humanas donde no faltan las agresiones sexuales, violentos golpes, depravaciones y vejaciones de todo tipo convirtiéndose el relato en un clima de horror pornográfico.
Aunque nadie duda de la aptitud de Noé como realizador, lo que aquí cuenta es su contenido y en tal sentido él conduce al público a un infierno dantesco al asistir a las calamidades que se producen durante la nefasta orgía que abarca los 55 minutos finales del relato. En consecuencia, resulta imposible de evitar el sentimiento de repulsión generado por esta historia. Parafraseando a Shakespeare cabe mencionar que el resto es silencio.
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