El quechua o cómo no dejar que muera la lengua madre
El quechua o cómo no dejar que muera la lengua madre
Más de cuatro millones de personas lo hablan solo en Perú, a pesar de siglos de desprecio. Han surgido iniciativas que hacen que resista e incluso crezca
A media mañana de un domingo caluroso, en un salón de la Gran Biblioteca Pública de Lima, Alejandro Yauris, un hombre de 73 años bien plantados, dice con orgullo: “Yo hablo quechua, siempre lo he hablado, pero quiero aprender más”. A continuación, muestra su mano derecha callosa, como si quisiera exhibir su dedo pulgar hipertrofiado, más grande que los demás. “Cuando era chiquito”, continúa, “estaba en el aula del colegio de primaria en Talavera, el pueblo donde estudié. Una profesora, de nombre Flora, me escuchó hablando quechua y me lo torció”. Ese hombre que hoy vuelve, más de 60 años después a las aulas para seguir preservando su lengua madre,esas que hoy celebran su día internacional, tiene una herida de guerra.
No es un caso extraño en Perú, donde por siglos y hasta hoy, hablar esta lengua puede significar quedarte en los márgenes de la sociedad, ser maltratado e incluso, en tiempos muy violentos, ser torturado. Al menos el 43% de las 6.000 lenguas que se estima que se hablan en el mundo están en peligro de extinción. En América Latina, alrededor de 25 millones de personas tienen como lengua materna una de las alrededor de 500 originarias que todavía perviven en el continente. En Perú perviven 43, que usan unos siete millones de hablantes.
Alejandro tuvo algo de suerte, pues en los tiempos en que el Estado se enfrentó al grupo violentista Sendero Luminoso, fue mucho peor. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación, el organismo que documentó lo ocurrido en este país entre 1980 y el 2000 en el contexto de ese enfrentamiento, estimó que hubo cerca de 70.000 muertos, de los cuales el 75% hablaba una lengua indígena. Mayoritariamente el quechua, al que los incas habrían llamado runa simi (“la lengua del hombre o de la gente”, en quechua) y que hasta ahora, resiste.
“Yo nunca le dije nada a mis padres sobre lo que me hizo la profesora”, añade Alejandro. Lo peor de todo, según recuerda, es que ella también sabía hablarlo. Esto sugiere algo dramático: por años, por siglos, y hasta en tiempos recientes, hablar esta lengua era reprimido por temor y por espanto. Era el pasaporte para que, en el futuro, tu vida fuera desgraciada.
Por eso, los profesores, y hasta algunos padres, evitaban enseñarlo para que sus hijos no fueran objeto de la mofa social, cuando no de tragedias peores. El último censo nacional de Perú, sin embargo, ha arrojado algunas cifras alentadoras, que revelan, contra todo pronóstico desolador, que el quechua no ha muerto en modo alguno.
Ante la pregunta “¿Cuál es el idioma o lengua materna con el que aprendió hablar en su niñez?”, el 13,6 % de la población respondió que el quechua, lo que equivale a 3.799.780 personas; en el censo anterior, realizado en el 2007, el porcentaje era de 13.02% (3.360.331 personas). No parece mucho, pero derrumba los augurios sobre su presunta desaparición.
El lingüista Luis Andrade ha examinado con lupa estos resultados y ha encontrado algo adicional que es sumamente interesante. Cuando se le preguntó a los censados cuál era su “autoidentificación étnica”, el 22.32% respondió que se sentía “quechua” (5.176.809 personas). ¿Cómo se explica esa brecha entre la lengua en que lo criaron y cómo se siente?
Palabras entre nosotros
Andrade sugiere que “muchas veces las políticas estatales sobredimensionan el factor lingüístico para determinar la autoidentificación”. Pero además puede estar ocurriendo otra cosa: se le preguntó a las personas con qué lengua aprendieron a hablar en su niñez, pero no si, aparte de hablar el castellano, hablaban también quechua. El bilingüismo pudo quedar invisibilizado.
No se necesita haber nacido en los Andes para sentir el quechua. Cuando uno va al mercado y pide una yapa, está diciendo ayuda en quechua. Cuando se refiere a alguien sin ropa dice calato.
Cuando le sobró algo dice tengo un puchito y está usando, sin saberlo, la palabra puchu, o sea sobra en quechua. A los campos de fútbol, en Perú y otros países (Chile, Bolivia, Argentina y Ecuador, donde también se habla) se les dice cancha que viene de kancha (recinto). A los gatos les solemos decir michi, que viene la palabra mishi.
Es más: el propio nombre de la capital peruana, Lima, proviene del nombre del río que pasa cerca, llamado Rímac (el que habla, en quechua), que precisamente hace mucha bulla cuando se carga. La ciudad de Pucallpa, ubicada en la Amazonía, se llama así porque viene de los vocablos puka (rojo) y allpa (tierra roja), debido a que en los alrededores hay arcilla.
Un programa del gobierno, para alimentar a niños pobres, se llama Qali Warma (niño vigoroso). Y el nombre del nevado más alto del Perú, el Huascarán (6.768 metros), viene de las palabras huasca (soga) y kuray (algo que se cae), que aludiría a los fatales aluviones que este ha provocado.
Virginia Zavala, una estudiosa que desde hace años explora la situación de esta lengua, sostiene que el Estado “sigue anclado en políticas compensatorias y remediales con relación al quechua”. A pesar de eso, añade, “existe un intenso movimiento de activistas que están desestabilizando aquella ideología que establecía que el quechua sólo era para contextos rurales y tradicionales”.
¿El Estado ausente?
Con todo, insiste, no hay muchas oportunidades de aprenderlo. Debido a que las políticas públicas contribuyen a formar intérpretes, traductores, a estimular a profesores que son bilingües, pero casi no existe una institución del Estado donde enseñen quechua de manera sostenida, salvo en la Escuela Nacional Folclore o en la Universidad San Cristóbal de Huamanga.
También en algunas instituciones privadas, como la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde ella enseña, o en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Con todo, hay esperanza: en octubre del año pasado, Roxana Quispe Collantes, estudiante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sustentó su tesis de doctorado en Literaturacompletamente en quechua.
En octubre del año pasado, Roxana Quispe Collantes, estudiante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sustentó su tesis de doctorado completamente en quechua
Antes de presentarla, hizo una ofrenda a la tierra (a la que en quechua se le llama pachamama), una costumbre muy enraizada en la cultura andina, que consiste en tomar unas hojas de coca, con las dos manos, elevarlas al cielo, soplar y decir algunas palabras teniendo al frente una manta de motivos típicos donde suele haber chicha (una bebida tradicional), maíz y otras ofrendas.
Se hace con recogimiento y cariño, en la medida que, para los quechuas, el campo, los ríos, los montes, el cielo, son parte de uno mismo, como bien lo sabía José María Arguedas, el notable escritor peruano que desarrolló su obra en español y quechua. Al decir de Clodomiro Almeyda, conductor del noticiario Ñoqanchilk (nosotros) “el quechua es sentimiento de conjunto”.
Clodo, como lo llaman, conduce junto con Iris Cárdenas, tal programa de televisión, que sale todos los días al aire a las cinco de la mañana por la señal de Canal 7, el canal del Estado Peruano (tiene asimismo emisiones al mediodía y en la noche). Es un entusiasta de la difusión del quechua y, desde su experiencia mediática, sí cree que el Estado respalda a esta lengua nativa.
“Hay preservación, producción, educación intercultural bilingüe”, apunta, al tiempo de señalar que actualmente en Apurímac (departamento del sur del país) hay más niños que hablan esta lengua que hace tres años. Su palabra es valorada, debido a que, desde diciembre del 2016, sale en una emisora que llega, literalmente, a los rincones más olvidados de este país.
Quechua para Todos
Luis Páucar, en cambio, impulsor de la iniciativa Quechua para Todos, si bien reconoce el valor de Ñoqanchik, cree que la barrera lingüística persiste y que “no hay un lugar en Perú donde puedas estudiar para ser profesor de quechua, como si ocurre con el inglés”. Para suplirlo, él mismo hace heroicos esfuerzos, que consisten en dar clases gratis en diversos lugares de Lima.
Alejandro, el hombre que no borró de su memoria la agresión perdurable en uno de sus dedos por querer hablar quechua, es uno de quienes acuden a esas clases en la Gran Biblioteca Pública de Lima. Páucar también las ofrece en municipios, locales comunales, colegios, en donde puede y utilizando sus propios materiales, que cuestan apenas 20 soles (menos de seis euros).
Nadie está obligado a comprarlos, por último, y eso hace que asistan jóvenes, adultos, padres con sus hijos, extranjeros. En la sala de la biblioteca que usa como aula, se desplaza gritando, a falta de un micrófono, y enseñando nuestra lengua. Cuando termina un curso, hay una suerte de espacio de sanación donde los alumnos cuentan cómo y por qué quieren al quechua.
De las entrañas del quechua, por si no bastara, han emergido en los últimos años varios artistas que lo cantan, que lo reivindican, que lo hacen parte de su repertorio y que han tenido la audacia de recitarlo musicalmente en rock, en rap, en diversos ritmos fusión. Como para que el país, y el mundo, se enteren de que esta hermosa lengua existe, resiste, vive y se moderniza.
Uno de ellos, el rapero Liberato Kani (kani en quechua significa soy, de modo que su nombre artístico alude a soy libre) cuenta que, en uno de sus conciertos gritó: “¡El quechua es resistencia!” y la gente respondió: “¡Sí!”. A lo que él respondió: “¡En quechua se dice ‘arí’!”. La multitud entonces, en un súbito arrebato de memoria y cohesión, clamó: “¡Arí, arí, arí!”.
Lo recuerda como un momento memorable de su carrera, en la cual despliega sus cantos de fuerte contenido social, y mezclando el quechua y el castellano. De alguna manera, es un heredero de Freddy Ortiz, un ex policía que, hace ya varios años, formó un grupo de rock en quechua denominado Uchpa (Ceniza), que marcó a más de una generación musical.
Ortiz fue policía y estuvo en las zonas convulsionadas por la lucha entre Sendero Luminoso y el Estado peruano. “En esa época sufrí mucho, me daba mucha pena”, recuerda, porque como pocos efectivos, entendía lo que decían los ciudadanos andinos, en medio de la cruel batalla. Fue un tiempo durísimo, en el que de algún modo el quechua también fue víctima del bárbaro enfrentamiento.
Corazón andino
Iris, quien conduce el noticiario en quechua con Clodo, de pronto ha adquirido un aire de ternura, muy propio de la gente de los Andes, y ha dicho Sunquymi panchirimun llaqta quechua simita, que significa algo así como “mi corazón florece cuando impulso el quechua”. Como enseña el idioma en una universidad, hablarlo la enriquece, y la remite a su propia historia.
Cuando era pequeña, su madre le enseñó el idioma, aunque sus tíos le sugirieron que no lo hiciera por el sufrimiento que le podría acarrear. Apenas el año pasado, cuando la televisión recién llegó a su pueblo, la vieron leyendo las noticias y se sorprendieron. A diferencia de Alejandro, a ella nadie le torció un dedo. Más bien torció el destino e hizo que el dulce quechua volteara la tortilla.
POEMA EN QUECHUA
Rauraq yawarqa kunturpa ñawinman chayanmi,
cieluta huntanmi tusuchinmi,
La sangre ardiente llega al ojo de los cóndores /carga los cielos, los hace danzar.
José María Arguedas
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