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  • January 14, 2021 , 01:59pm

PIECES OF A WOMAN. Canadá-Hungría, 2020. Un film de Kornél Mundruczó. 128 minutos. Disponible en Netflix.

PIECES OF A WOMAN. Canadá-Hungría, 2020. Un film de Kornél Mundruczó. 128 minutos. Disponible en Netflix.

Shia LaBeouf y Vanessa Kirby en PIECES OF A WOMAN

Por Jorge Gutman
 El director húngaro Kornél Mundruczó, bien conocido en el ámbito festivalero al haber obtenido su film White God (2014) el premio mayor en la sección Un Certain Regard del festival de Cannes retorna ahora con su primer trabajo efectuado en inglés. Aquí confirma su talento de cineasta a pesar de que Pieces of a Woman no llega a colmar la expectativa aguardada.
El pecado de este film, si así se le puede denominar, es que además de abordar dos temas -uno como consecuencia del otro-, añade otra historia subyacente que desvía la atención al no lograr integrarse en un todo global.
Martha (Vanessa Kirby) y Sean (Shia LaBeouf) conforman un joven matrimonio radicado en Boston que aguardan con ansiedad la inminente llegada del primer hijo. En las primeras escenas se puede apreciar el gran amor de esta pareja y todo hace suponer que será aún más reforzado al agrandarse la familia.
Después de mostrar que Sean se desempeña como capataz de una obra en construcción, el desarrollo del relato se traslada al hogar de la pareja cuando ella comienza a sentir sucesivas contracciones y se produce la ruptura de la bolsa de agua. En la medida que el matrimonio decidió que el parto se efectúe en el hogar en lugar de una clínica hospitalaria, la operación es   realizada con la intervención de Eva (Molly Parker), una profesional sanitaria especializada en atender partos. Es aquí donde Mundruczó ofrece un extraordinario plano secuencia de poco más de 20 minutos transmitiendo la intensa tensión generada por los fuertes dolores experimentados por la parturienta antes del alumbramiento, en tanto que Sean trata de brindarle el máximo apoyo emocional. Finalmente se produce el momento de júbilo cuando la hijita asoma a la vida, pero esa dicha se desvanece en escasos segundos cuando inesperadamente perece en los brazos de su madre.
Es fácil de conmiserarse con la profunda pena vivida por los cónyuges en donde el guión de Kata Weber considera el diferente modo en que cada uno de ellos la transmite y las diferencias que se producen. Martha vive su trauma queriendo eliminar cualquier vestigio vinculado con su hijita desaparecida; adoptando una actitud autodestructiva rechaza los estímulos que su marido con profundo sentimiento trata de ofrecerle para levantar su deplorable estado anímico. En cuanto a Sean, él vuelca su pesadumbre queriendo aferrarse por completo al recuerdo del ser perdido y oponiéndose a que su mujer deshaga la habitación especialmente preparada para quien habría de ocuparla. Así, en un proceso que se prolonga por espacio de 7 meses, el film ilustra la forma en que el estrecho lazo de amor se va desintegrando frente al desinterés que Martha va sintiendo hacia su esposo, a pesar de los denodados esfuerzos que él realiza para que el vínculo no se disuelva.
Lo que podría constituir un interesante estudio de caracteres demostrando cómo un desdichado acontecimiento puede conducir a la conclusión de una relación conyugal, el guión adopta una variante que dispersa la atención del foco central de esta historia. Eso acontece cuando Elizabeth (Ellen Burstyn) la entrometida anciana madre de Martha, insta a su hija a demandar judicialmente a la partera por presunta negligencia y pueda obtener una compensación monetaria; en consecuencia, el consiguiente juicio que tiene lugar podría haber sido prescindido por completo. En todo caso la presencia de Elizabeth en el marco del relato es la excusa para demostrar la tirante relación existente entre la hija y su madre así como el menosprecio de esta mujer hacia su yerno.
Por razones de discreción se evitará el comentario de ciertas escenas completamente entreveradas que desmerecen lo que humanamente el film prometía en su inicio. Lo más relevante reside en su elenco en donde netamente se destaca la descollante actuación de Kirby que ya había demostrado sus dotes artísticas en la personificación de la princesa Margaret en las primeras dos temporadas de la exitosa serie británica The Crown; su vibrante interpretación durante el proceso del parto y la consiguiente furia contenida por su fracaso maternal le ha valido el premio a la mejor actriz en el festival de Venecia del año pasado. Por su parte es encomiable la composición que LaBeouf realiza de su personaje con el que existe mayor empatía que con el de Kirby; eso se debe a la remarcable convicción que transmite en el doble dolor que experimenta por la muerte de la criatura y por constatar cómo su vínculo conyugal se deshace a pesar del profundo cariño que siente por su esposa. En un papel secundario la veterana Burstyn sigue demostrando sus quilates a pesar de componer un personaje poco agraciado. En otros rubros es importante destacar la valiosa colaboración del fotógrafo de Benjamin Loeb, sobre todo en la minuciosa filmación de la prolongada escena del nacimiento.
Con un desdibujado desenlace, el film se deja ver pero de ningún modo trasciende como retrato de la descomposición de un matrimonio por la pérdida de un ser querido.
SYLVIE’S LOVE. Estados Unidos, 2020. Un film escrito y dirigido por Eugene Ashe. 115 minutos. Disponible en Amazon Prime.

Nnamdi Asomugha y Tessa Thompson en SYLVIE’S LOVE

Eugene Ashe aborda la comedia romántica a través de una historia que remite a la época en que el púbico de las décadas de los 50 y 60 solía disfrutar con los notables melodramas de Douglas Sirk. Si bien el cineasta no innova en el género, el film se distingue por su sólida narración como así también porque sus personajes son en su mayoría afroamericanos.
Aunque el guión del realizador ubica las primeras imágenes en 1962, inmediatamente la acción retrocede 5 años presentando a sus dos personajes centrales. Uno de ellos es Sylvie Johnson (Tessa Thompson), la joven hija de quien tiempo atrás fuera músico (Lance Reddick) y que ahora posee en el neoyorkino Bronx un local de discos donde ella trabaja; el otro personaje es Robert Halloway (Nnamdi Asomugha), un saxofonista que comienza su carrera con una pequeña banda de músicos. El encuentro entre ellos se produce cuando Robert entra a comprar un disco de jazz y rápidamente logra ser contratado como empleado de la tienda. A pesar de que Sylvie está de novia con Lacy (Alano Miller), un joven de familia adinerada que se encuentra en Corea cumpliendo su obligación militar, surge gradualmente una afinidad entre ella y el músico por el gusto común hacia el jazz que culmina sentimentalmente. Sin embargo, a medida que transcurre el romance aparecen algunos obstáculos insuperables que terminan quebrando la relación.
El desarrollo de la trama retorna a su comienzo donde Sylvie ya es una mujer casada no muy satisfecha con su matrimonio en tanto que Robert es un consumado músico soltero; en un encuentro circunstancial que se produce entre ambos se confirma el refrán de que donde hubo fuego cenizas quedan puesto que la emoción amorosa del pasado aún no se ha extinguido.
No obstante las tensiones raciales que existieron durante el período en que se desarrolla esta historia, en la misma no existe conflicto alguno salvo mínimas alusiones totalmente desvinculadas del tema central.
Más allá de su previsibilidad, Sylvie’s Love se destaca por su guión eficientemente concebido, valiéndose de personajes bien delineados y excelentemente caracterizados por Thompson y Asomugha quienes mantienen una impecable química; a todo cabe agregar la refinada fotografía de Declan Quinn, el diseño de producción de Mayne Berke permitiendo una magnífica recreación de época de la gran ciudad y los temas musicales compuestos por Fabrice Lecomte que constituyen un efectivo sostén del relato y que sin duda satisfarán a los amantes del jazz.
En suma, Ashe ha logrado un elegante, sensible y melancólico melodrama que permite rememorar el buen cine de antaño aunque con algunos tópicos vinculados con el feminismo imperante en la actualidad.
ADN. Francia, 2020. Un film de Maïwenn. 91 minutos. Disponible en Netflix

La directora Maïwenn, bien conocida por haber obtenido en Cannes el premio del jurado con Polisse (2011), en ADN considera en principio el duelo experimentado por la pérdida de un familiar para posteriormente adentrarse en la temática de las raíces ancestrales.
El guión de la realizadora escrito con Mathieu Demy presenta a Neige (Maïwenn), divorciada madre de tres hijos que junto a ellos y la familia ampliada convergen para celebrar el cumpleaños de Emir (Omar Marwan), el anciano patriarca familiar que padece de un avanzado Alzheimer. Es allí que el homenajeado recibe el regalo de un libro que Neige había encomendado en donde se encuentran fotos y otros documentos referidos a su historia personal desde que emigró de Argelia, su tierra natal, a París. Desde el vamos se puede apreciar que los integrantes de esta familia se caracterizan por su marcada disfuncionalidad en donde la armonía luce por su completa ausencia.
El disparador del conflicto se produce cuando inesperadamente Emir muere en la residencia de ancianos donde está alojado, encontrándose en ese momento acompañado por Kevin (Dylan Robert), uno de sus bisnietos e hijo de Neige.
Es allí que la gran familia nuevamente se reúne para concertar los preparativos del funeral y es en ese accionar donde se encuentran los momentos más relevantes del relato. La relación entre sus integrantes alcanza diferentes grados de tensión por los desacuerdos producidos acerca de nimiedades como por ejemplo lo es el revestimiento del cajón mortuorio así como la inconveniencia de que el funeral se efectúe en un templo musulmán a pesar de que Emir era decididamente ateo. A todo ello, un momento de exasperada violencia tiene lugar en la iglesia cuando Neige al leer los elogios del difunto ve interrumpida su lectura por la intervención de su distanciada madre Caroline (Fanny Ardant).
Después del sepelio, el relato se centraliza en Neige quien viviendo el duelo por el deceso de su querido abuelo, de manera obsesiva resuelve indagar en sus raíces argelinas; de allí en más se dirige al Consulado de Argelia en París para solicitar la ciudadanía de Argelia así como el consiguiente pasaporte. Aparentemente, sin que quede bien explicitado pareciera que ella logra finalmente definir su identidad al conectarse con el país de sus antepasados.
No obstante tratarse de una historia basada en parte en las experiencias de la cineasta, la misma no aporta suficientes datos para comprender mejor la psicología de sus personajes. No mucho se sabe de Emir, excepto que era un acérrimo comunista y la columna vertebral de la familia; poco claro es el motivo por el que Neige siempre ha temido a su madre y la tóxica relación mantenida con ella, como tampoco queda explicitado el vínculo con su distanciado padre (Alain Francon).
En esencia, más allá de ciertas incongruencias del guión, Maïween impregna a este drama un sentido humanista realzado por su buena condición de intérprete además de la irreprochable actuación de Ardant; en un papel de apoyo se destaca Louis Garrel quien como el amigo de larga data de Neige es el más racional y maduro de todos los personajes al propio tiempo que aporta ciertas notas de bienvenido humor que aminoran la atmósfera de tensión de esta historia.
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