Todos piden a Rusia y China cambiar ruta
Todos piden a Rusia y China cambiar ruta
Luz verde a mecanismo de respuesta rápida a la desinformación
LONDRES, 06 MAY – Los cancilleres del G7 coincidieron de manera unánime con sus aliados sobre las “amenazas” al “frente de las democracias” en el primer encuentro presencial tras más de un año de reuniones virtuales impuestos por la pandemia y en la primera cumbre realizada a la sombra de la nueva estrategia de la administración estadounidense de Joe Biden bajo la bandera de “diplomacia y disuasión”: especialmente, con tonos muy duros, hacia China y Rusia.
Una reunión desarrollada en Londres bajo la presidencia británica en un ambiente inspirado por la “armonía en todos los expedientes” más importantes tras la fibrilación de la era Donald Trump, según fuentes diplomáticas; y cerrado por compromisos no solo rituales en el tradicional comunicado final conjunto.
La misiva tiene muchas advertencias a Moscú y Pekín sobre “desinformación” y derechos humanos, en un contexto en el que el proclamado deseo paralelo de evitar la escalada y mantener abierta la puerta de la diplomacia parece estar condicionado por cambios de dirección no marginales de las contrapartes.
En el fondo no faltó una mancha sobre la perspectiva de una reanudación definitiva de aquella diplomacia presencial que ningún videocontacto puede reemplazar: debido al contagio de Covid de dos miembros de la delegación india – invitados como huéspedes por el gobierno de Boris Johnson junto a los de Australia, Corea del Sur, Sudáfrica y Brunei (actual presidente de la ASEAN), atestiguando la atención hacia la pacífica región en forma de contención de China, que ha despertado inevitables momentos de alarma en la organización.
Esto obligó a aislar de inmediato a todo el equipo de Nueva Delhi, donde está desenfrenada la última variante mortal del coronavirus, y a dejar al ministro Subrahmanyam Jaishankar separado de sus colegas, en una conexión solitaria por Zoom.
Pero se trató solo de un pequeño contratiempo, que no impidió que el titular de la Cancillería, Dominic Raab, realizara dos días de contactos colectivos y bilaterales en nombre de una alineación casi total con la administración Biden y el nuevo secretario de Estado, Antony Blinken.
Y con la guinda sobre el pastel del acuerdo con el representante de política exterior de Bruselas, Josep Borrell, para la corrección post-Brexit sobre la concesión del estatus diplomático pleno al embajador de la UE en Londres..
Tampoco impidió que el propio Johnson hiciera su aparición en Lancaster House, sede de una cumbre destinada a preparar aquel de los líderes programada para junio en Cornwall, para ver de primera mano, además de Blinken, a otros ministros: incluido el titular de la Farnesina (cancillería italiana), Luigi Di Maio, que dio un saludo sonriente con mascarillas y codos cruzados con BoJo, no sin darle una cita para el G20 bajo la presidencia italiana “dentro de pocos meses”. Señales de un clima de solidaridad, dentro del foro de los países más industrializados que se alzan como paladines de las “sociedades abiertas”, que sin embargo no borra los elementos de fuerte preocupación, denuncia y determinación hacia quienes de alguna manera están del otro lado de la luna.
De países como Irán o Corea del Norte, hacia los que se reafirma el deseo de volver a atar los hilos de la diplomacia en los expedientes nucleares, pero en condiciones puntuales y con la firme condena de lo que se interpretan como provocaciones. Y sobre todo de los dos gigantes del frente oriental: la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jinping.
Al primero se le atribuye un comportamiento “irresponsable y desestabilizador” en todos los campos, desde Ucrania a Bielorrusia, desde acusaciones de “desinformación y ciberataques”, hasta los derechos humanos o la “represión” de opositores como Alexei Navalny; comportamientos para “desalentar” que prometen “un fortalecimiento de nuestras capacidades colectivas”.
Al segundo los “abusos” contra los musulmanes uigures de Xinjiang (con una solicitud de verificación independiente sobre el terreno de la ONU), así como el apretón antidemocrático en Hong Kong; pero también “arbitrajes, prácticas políticas y económicas” que “socavan un sistema económico libre y justo” de libre comercio en el mundo inspirado en reglas internacionales “transparentes y predecibles” contra las cuales se preanuncia el apoyo a mecanismos de “resistencia globales”.
Ambos son luego acusados ;;de propaganda (online y no) dirigida a “desestabilizar las democracias”, los procesos electorales, hasta el punto de difundir noticias falsas “sobre vacunas” contra el Covid: acusación ante la cual se formaliza el nacimiento anunciado de una especie de contrapropaganda y “respuesta rápida” occidental que se implementará en coordinación con organizaciones como la OTAN.
Advertencias que no se traducen en realidad en una (inimaginable) ruptura de puentes, ni en la renuncia al compromiso de cooperar tanto con Pekín como con Moscú en temas de interés común irreductible (desde la economía hasta la lucha contra el cambio climático, desde la pandemia al desarme).
De hecho, como lo confirmó el martes el deseo explícito de Biden de una reunión directa en junio con Putin: el mismo hombre al que hace un par de meses lo había calificado sin dudarlo de “asesino”.
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