SOUS UN MĒME SOLEIL / UNDER THE SAME SUN. Canadá, 2020. Un documental de François Jacob, 97 minutos
SOUS UN MĒME SOLEIL / UNDER THE SAME SUN. Canadá, 2020. Un documental de François Jacob, 97 minutos
Por Jorge Gutman
El conflicto latente que existe entre Armenia y Azerbaiyán con respecto a la pertenencia territorial de Nagorno-Karabaj es tratado con considerable minuciosidad por el director François Girard. Habiendo viajado a la zona, el realizador con total prudencia cuida de no tomar partido por ninguno de los dos países involucrados, para así permitir que el espectador pueda formar su propia opinión de lo que trasciende en el documental.
Cuando en 1988 se produjo el colapso de la URSS, Nagorno-Karabaj que era parte integrante del país soviético Azerbaiyán pero estaba habitado mayoritariamente por armenios, trató de unirse a Armenia. Lo cierto es que a la postre se declaró independiente como nación a pesar de no ser reconocida como tal a nivel internacional. Es así que en 1991 Armenia y Azerbaiyán se disputaron esa zona por la que se produjo una guerra que en 1994 cesó con un alto el fuego.
Eso no significó haber logrado la paz dado que hacia finales de septiembre de 2020, después de haberse realizado este film, estalló nuevamente la guerra entre ambos países que durante 6 semanas evidenció una violencia aún mayor que la producida en la década del 90; es ahora que rige un nuevo acuerdo de paz negociado por Rusia pero que obviamente pone en duda cuánto habrá de durar.
Loable es el esfuerzo de Jacob llevando su cámara para testimoniar lo que acontece en los dos países como también en Nagorno-Karabaj a través del contacto y entrevistas realizadas a algunos de sus habitantes, refugiados de Baku (capital de Azerbaiyán) como asimismo a renombrados intelectuales. Entre los mismos se encuentra la activista armenia-americana Anna Turcotte nacida en Azerbaiyán, quien se refiere con gran pena a las atrocidades cometidas por los azerbaiyanos. Interesante son los comentarios del analista político de Azerbaiyán Hikmet Hadjy-Zadeh quien defendiendo la causa de su país señala que los armenios llevan consigo el drama del genocidio sufrido un siglo atrás por Turquía y ahora cargan la culpa de lo que sucede a Azerbaiyán. También se escucha al escritor azerbaiyano Akram Ayhlisli sobre sus reflexiones acerca de la bondad humana. Igualmente es importante lo que acota el analista político armenio Aleksandr Iskandarya al señalar que la disputa de Nagorno-Karabaj puede ser comparada con el conflicto árabe-israelí relativo a la ciudad de Jerusalén.
Lo más trascendente del documental se refleja en su parte final que transcurre en Estados Unidos donde el periodista azerbaiyano Davan Seyfullayev y su compañera efectúan un reportaje a Anna Turcotte. El resultado del mismo se asemeja a un perfecto diálogo de sordos donde cada uno ratifica su inamovible posición; lo mismo se puede inferir de las entrevistas realizadas por Jacob en las que cada una de las partes defiende con considerable emoción su respectivo punto de vista. Consecuentemente, por el momento no se avizora una solución definitiva a este conflicto étnico entre la mayoría cristiana ortodoxa de armenios apoyados por Rusia y la mayoría musulmana de Azerbaiyán que cuenta con el respaldo de Turquía. ¿Es posible dejar el resentimiento y odio por detrás tratando de crear un puente de unión en defensa de los derechos humanos?
Además del buen enfoque brindado al tema central, el dramático documental de Jacob quien a la vez es responsable de la impecable fotografía, permite vislumbrar algunos rasgos culturales de los países involucrados reflejados en el quehacer cotidiano, incluyendo su música y danzas.
SIN LA HABANA. Cuba-Canadá, 2020. Un film escrito y dirigido por Kaveh Nabatian. 94 minutos
Debutando en el largometraje, el director y músico irani-canadiense Kaveh Nabattan ofrece un sobrio documental enfocando las vicisitudes atravesadas por jóvenes cubanos que intentan radicarse en Canadá.
El guión del realizador escrito conjuntamente con Pablo Herrera comienza en La Habana ofreciendo una interesante pintura de la ciudad como asimismo una descripción de la apremiante situación económica de ciertos sectores de la población. En ese contexto Leonardo (Yonah Acosta), un dotado bailarín de danza clásica, aspira a lograr un amplio reconocimiento en la compañía de danza donde actúa y cuyo próximo espectáculo es el ballet Romeo y Julieta. Como aguardaba obtener el rol protagónico, no puede disimular su disgusto al haber sido asignado un rol secundario; el hecho origina una seria fricción con el director del ballet lo que motiva a que sea despedido.
En tanto Sara (Evelyn O’Farrill), su ambiciosa novia abogada, insta a Leonardo a que dejen la isla en procura de un porvenir más venturoso en Norteamérica. La oportunidad se presenta cuando el bailarín, ofreciendo clases de salsa en la escuela donde enseña, conoce a Nasim (Aki Yaghoubi), una turista canadiense divorciada de ascendencia iraní que simpatiza con él; al poco tiempo logra seducirla y ella lo invita con un pasaje de avión para que se traslade a Montreal, donde reside. Todo parecería indicar que está abierta la posibilidad para que Leonardo pueda obtener a través de Nasim la residencia legal en Canadá y posteriormente conseguirla para Sara. A su llegada a la francófona ciudad Leonardo comprueba que su sueño canadiense está lejos de concretarse al no tener éxito en los audiciones de danza en las que se presenta; a eso se agrega que encontrándose sin la pertinente documentación legal tenga que aceptar un trabajo de baja remuneración que nada tiene que ver con su profesión habitual.
Además de emplear la danza y la música como elementos que enriquecen al film, lo más importante es cómo Nabatian con fina sensibilidad analiza psicológicamente a sus principales personajes con sus ilusiones y sinsabores a través de un triángulo romántico que se va desintegrando por los avatares del destino. Asimismo el realizador ofrece interesantes contrastes culturales existentes entre Cuba y Canadá e igualmente muestra aspectos no muy conocidos de la cultura iraní montrealense en donde no están exentos los prejuicios raciales a fin de salvaguardar los lazos familiares del país de origen.
Con actores carismáticos que se adentran satisfactoriamente en la piel de sus personajes y la articulada narración del director, Sin La Habana es un film que analizando con seriedad la temática de la migración permite mantener la atención del espectador.
DELICIEUX. Francia-Bélgica, 2021. Un film de Éric Besnard. 112 minutos
Tal como lo anticipa su título, esta comedia de época es sencillamente deliciosa. Ubicándose en la Francia rural en 1789, antes de los albores de la Revolución Francesa, el director Éric Besnard ofrece un relato culinario con cierta reminiscencia a otros del género como lo fue la recordada película danesa El Festin de Babette (1987) de Gabriel Axel.
En los créditos iniciales se informa que en el siglo 18 la cocina era un privilegio que gozaba la nobleza como medio de lucha contra el enemigo y para demostrar su grandeza. En tanto las posadas y las postas se encargaban de ofrecer platos simples a los pasajeros de paso, pero en general era raro comer fuera de casa dado que el restaurante todavía no había sido inventado.
En base a lo que antecede, el guión del realizador escrito con Nicolas Boukhrief introduce a Pierre Manceron (Grégory Gadebois) un refinado chef de cocina trabajando para el duque de Chamfort (Benjamin Lavernhe). Cuando en una ocasión especial el duque agasaja con un banquete a sus frívolos amigos aristócratas con exquisitos platos preparados por Manceron, uno de ellos critica los ingredientes utilizados; al sentirse incómodo por la situación, el anfitrión le pide al gastrónomo que se disculpe, pero éste rehúsa hacerlo al haberse sentido humillado y afectado en su amor propio; como consecuencia él es despedido de su cargo.
Junto con su intelectual hijo Benjamin (Lorenzo Lefèbvre), Pierre se ubica en su sosiega casa campestre situada en una cercana zona boscosa con la intención de dejar definitivamente su vida culinaria. La situación se altera con la llegada de Louise (Isabelle Carré), una misteriosa mujer, que le solicita ser su aprendiz de cocina; a cambio de enseñarle los gajes del oficio ella le ofrece sus escasos ahorros. Reluctante en principio, Manceron, estimulado por Louise y su hijo retoma su antigua profesión con gran entusiasmo. Después de atravesar algunos contratiempos, entre los mismos el de un inesperado accidente, con el transcurso de las semanas Pierre junto a Louise, ya convertida en una eximia cocinera, llegan a ofrecer deliciosos manjares a los pasajeros que transitan el lugar; demás está decir que Manceron logra de este modo vengarse del repudiable duque, como así mismo Louise, cuya verdadera identidad queda revelada, también tiene sobrados motivos para hacerlo. De este modo nace el primer restaurante gastronómico para que todo el mundo sin distinción de clase social pueda disfrutar de una buena comida; como es bien sabido, a través de los siglos la cocina francesa constituye un elemento distintivo de la identidad del país.
Entre los valores positivos de esta película -no exenta de un bienvenido humor y de cierta lograda tensión- se destaca la interpretación del dúo integrado por Gadebois y Carré cautivando por la notable composición de sus personajes y de la química existente entre ambos; igualmente resultan convincentes Lavernhe como el despreciable representante de la realeza y Guillaume de Tonquédec como el jefe del equipo de Chamffort. A ello se agrega la maravillosa y luminosa fotografía de Jean-Marie Dreujou ofreciendo una panorámica pintura visual a través del cambio de las estaciones como asimismo captando la elaboración de los apetitosos manjares. En suma, Besnard ha logrado una fina comedia de alta cocina, muy bien dirigida e imbuida de una fluida narración; así su ágil ritmo, que en ningún momento decae, permite que el público la pueda disfrutar plenamente a lo largo de su desarrollo.
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