Crónicas. Aventureros
Crónicas. Aventureros
Por Lucía P. de García
TORONTO.- Enamorados y aventureros, en secreto se casaron los primos segundos Isabel y Fernando. Al enterarse Enrique IV que su hermanastra ya era esposa del heredero de Aragón, Sicilia y Nápoles, la desheredó. Tras su fallecimiento, los llamados Reyes Católicos disputaron el trono, su ganancia consolidó la unión de Castilla y Aragón. Faltaba Granada, ocupada por moros. Contra ellos emprendieron otro lance, vencieron. Las contiendas desfinanciaron España, que trataba de organizarse política y administrativamente para consolidar la unidad, mientras forzaba convertirse al catolicismo a musulmanes y a judíos.
Bajo esas circunstancias apareció el almirante Cristóbal Colón. Sus pretensiones de surcar por una nueva ruta hasta la India con apoyo de una corona europea habían fracasado. En España encontró al mejor cosmógrafo de la época, fray Juan Pérez de Marchena, y juntos inquietaron el espíritu intrépido de los monarcas. Sin otra fuente económica que las joyas entregadas por la reina Isabel, el valiente almirante emprendió la hazaña que cambiaría el mundo. Desde el Puerto de Palos de Moguer se hicieron a la mar tres carabelas: La Niña, La Pinta, y La Santa María al mando de Colón. Setenta y dos días después llegaron a la isla de Guanahaní, actual San Salvador, Bahamas. Era el 12 de Octubre de 1492.
El capellán Pedro de Arenas ofició la primera misa ante los 120 de a bordo, entre ellos un escribano, un cirujano, un físico, un sastre, un pintor, un carpintero, un repostero real, un tonelero, dos lingüistas, los propietarios de las carabelas, pilotos, capitanes, marineros, grumetes, piratas, personas distinguidas, ladrones, tres reos, un homicida. También ante los amistosos nativos que les habían recibido contándoles que en esta tierra llamada Abya Yala existían abundantes alimentos, ciudades de oro, poderosas civilizaciones.
Tras aquellos temerarios siguieron otros, ansiosos de riqueza, poder y una lujuria que desató el “mestizaje más grande de la humanidad”. Para cortar el desenfreno, los Reyes Católicos enviaron a las esposas españolas, sus hijos se volvieron hermanos de los que tuvieron las madres indígenas y de los que engendraron las madres llegadas de África. Todas resistieron con fortaleza, valentía, abnegación, amor, las atrocidades de la conquista, las injusticias de la colonia, los temores de las campañas libertarias, las incertidumbres y los vaivenes republicanos, en tanto consolidaban valores, religión, idioma. Hoy, los herederos de esa mezcla de etnias y culturas, de alegrías y tristezas, de defectos y virtudes, hacemos nuestro destino con identidad propia, en la que sin duda sobresale una característica singular: ser aventureros.
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