CRONICAS. Simón Bolívar, Poeta
CRONICAS. Simón Bolívar, Poeta
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Simón Bolívar no sólo dirigió batallas militares y políticas, también era poeta. “Mi Delirio Sobre el Chimborazo” escribió en 1823, al ascender sobre el manto de brillos blancos del magnífico volcán ecuatoriano. “Yo venía envuelto con un manto del iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al dios de las aguas”. Quizás recordaba su orfandad: de padre, Juan Vicente, a los dos años de edad; de quien le había traído al mundo el 24 de julio 1783, María de la Concepción Palacios, a los once. Tuvo tres hermanas y un hermano. Acorde a su abolengo y fortuna fue a España a estudiar, a los 19 años se casó con María Teresa Rodríguez del Toro, de regreso a Caracas enviudó. “Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del universo. Busqué las huellas de la Condamine y Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial; el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que puso las manos de la eternidad sobre las sienes excelsas del denominador de los Andes. Yo me dije: este manto del iris que me ha servido de estandarte ha recorrido en mis manos regiones infernales, surcado los ríos y los mares y subido sobre los hombros de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marca de la libertad”. Puede ser que pensara en el amor prohibido que desde hace un año vivía con Manuelita Sáenz, bella patriota quiteña. O evocara a Simón Rodríguez, a quien en Roma, en 1805, jurara liberar a nuestra América del domino español. O a Francisco de Miranda, con quien iniciara la lucha en 1811. “Belona ha sido humillada por el resplandor del iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? Si podré; y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt empañado los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llegó como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento; tenía a mis pies los umbrales del abismo.
Un delirio febril embargaba mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior, ERA EL DIOS DE COLOMBIA QUE ME POSEIA.” Por esa Patria valían batallas (49 en total) derrotas y triunfos como Boyacá, Carabobo, Pichincha. Vértigo, frío, delirio:
“De repente se me presenta el tiempo. Bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades; ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano…
“Yo soy el padre de los siglos; soy el arcano de la fama y del secreto; mi madre fue la eternidad; los límites de mi imperio los señala el infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado; miro lo futuro, y por mi mano pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces niño o viejo, hombre o héroe? ¿Creéis que es algo vuestro universo? ¿que levantaros sobre un átomo de la creación es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la santa verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia de lo infinito que es mi hermano”. Acaso veía a sus enemigos burlándose, odiando, conspirando; Colombia destruida; él partiendo hacia el exilio sólo, pobre, enfermo, la Parca encontrándole en casa de un español (moriría el 17 de diciembre 1830, en San Pedro Alejandrino, Santa Marta).
“Sobrecogido de un terror sagrado, ¿cómo ¡oh tiempo! respondí, no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al eterno con mis manos; siento las presiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia; y en tu rostro leo la historia de lo pasado y los pensamientos del destino. Observa, me digo: aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de los semejantes el cuadro del universo físico, del universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres… el fantasma desapareció.
Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz la tremenda voz de Colombia me grita: resucito, me incorporo, abro con mis propias manos mis pesados párpados; vuelvo a ser hombre y escribo – DELIRIO – SIMÓN BOLÍVAR.”
El Libertador descendió por aquel manto blanco, las musas le despidieron con besos. Al “poema en prosa” como cataloga la literatura a “Mi Delirio Sobre el Chimborazo”, se suman 2.352 cartas, 172 proclamas, decenas de arengas, discursos; todos armónicos, filosóficos, elegantes, profundos, románticos, idealistas, todos clamando la unión de nuestros pueblos.
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