¿Qué está pasando con la izquierda en Europa?
¿Qué está pasando con la izquierda en Europa?
– “La izquierda en Europa la está pasando muy mal”.
“La izquierda tal como la conocemos y como se desarrolló a fines del siglo XIX, fue la izquierda que vino a representar y a apoyar a la clase obrera industrial. Esa clase ya no existe“.
Esas son palabras de Jan Rovny, profesor asociado del Centro de estudios europeos y política comparativa de la universidad francesa Sciences Po.
Y es que los partidos de izquierda europeos están perdiendo influencia, posiciones gubernamentales y votos.
Hermanos de Italia, partido de ultraderecha, se prepara para gobernar tras el triunfo electoral del pasado domingo.
Días antes, en Suecia, la extrema derecha se había convertido en la segunda fuerza más votada.
Pero estas victorias no son un fenómeno reciente en la región.
De hecho, en 2018, Rovny publicó en el blog de la London School of Economics (LSE) el artículo What happened to Europe’s left? (“¿Qué pasó con la izquierda de Europa?”), en el que abordó el “precipitado” colapso ocurrido en 2017.
Lo cierto es que para entender el debilitamiento general de los partidos de izquierda Europa hay que remontarse varias décadas atrás.
Eso permite apreciar lo que el académico llama un “cambio sociológico muy profundo”.
Moviéndose de clases
“En los últimos 30 años hemos atestiguado un cambio dramático en el perfil de los votantes de los partidos socialistas y socialdemócratas, o incluso del Partido Laborista en Reino Unido”, le dice el docente a BBC Mundo.
Ese electorado pasó de pertenecer principalmente a la clase tradicional trabajadora a ser uno “más de clase media”.
Y eso sucedió en el contexto de una transformación en la estructura de la economía europea, que hizo la transición de ser industrial a la llamada economía del conocimiento.
“Es el cambio sociológico lo que ha transformado el perfil de las personas que históricamente han sido atendidas por los partidos socialistas y eso ha llevado a derrotas electorales”.
No es que los partidos de izquierda ya no sean atractivos o que los trabajadores se hayan alejado de los partidos socialdemócratas, es que “los trabajadores que esas organizaciones solían apoyar desaparecieron”.
El trabajador industrial de inicios del siglo XX así como el de las décadas de los 50 y 60, ya no existe.
“Esos trabajadores han sido reemplazados por máquinas o sus empleos se han ido a Asia”.
Clase media
Debido a eso, los partidos socialistas se han centrado en la clase media, que está constituida, en buena parte, por trabajadores del sector público.
Son personas con formación educativa, que trabajan en oficinas y que “llevan vidas bastante diferentes a la que imaginamos llevaría la típica clase trabajadora industrial”.
“Lo que esto significa es que, de hecho, las personas que votan por la izquierda hoy en día, en general, tienen un alto nivel de educación, mientras que en el pasado, aunque contaba con el apoyo de intelectuales, el respaldo abrumador procedía de personas que no tenían estudios, de trabajadores de oficios manuales, de fábricas”.
De acuerdo con Rovny, hay una competencia que está ocurriendo “básicamente en toda Europa” entre los trabajadores de la economía globalizada -basada en el conocimiento- y las personas que no necesariamente se están beneficiando de ese tipo de economía.
“No son trabajadores manuales en el sentido industrial, pueden ser autónomos o empleados de compañías pequeñas así como también trabajadores poco cualificados, con frecuencia del sector de los servicios”.
“Y el problema es que la izquierda ha quedado atrapada en esta competencia y la ha hecho alejarse de los tópicos que solía defender, como el Estado bienestar”.
Competencia
Así, en la política europea hay temas que se han vuelto constantes como el multiculturalismo y el libre flujo de personas y de mercancías.
“Pero este tipo de temas han sido planteados más bien por los partidos liberales o incluso de centro y mucho menos por partidos de izquierda”.
“Los que se oponen a la libre circulación de personas y de bienes son partidos de derecha radical que se oponen a la globalización por sus efectos predominantemente culturales, es decir, la llegada de personas de diferentes culturas, religiones, idiomas”.
“Pero también por razones económicas, por el hecho de que socava la soberanía nacional porque los países ya no pueden controlar sus economías como antes y tienen que depender de cadenas globales”.
“Así que la competencia hoy en día es realmente entre la derecha radical y un grupo de varios partidos liberales”.
“La izquierda realmente no tiene una posición clara en ese sentido porque por un lado apoya la apertura cultural y, por el otro, quiere una economía más controlada por el Estado”.
En parte esa es la razón por la que le cuesta proyectar un mensaje que “resuene con los grupos sociales dominantes”.
Además, no ha logrado reestructurar sus bases sociales. Pero ¿era algo que pudo haber hecho?
Rovny no está muy convencido, pues cree que el cambio que han sufrido las economías de la región se salía de las manos “de cualquiera”.
“El hecho de que la clase obrera no se vea como en la década de 1960 es algo que nadie puede controlar. Es solo una parte del cambio tecnológico y el progreso social que hemos experimentado”.
¿Cometió errores?
Aunque es cauto al hablar de errores de la izquierda, el experto reconoce que estratégicamente ha habido desaciertos.
Han tratado de “evitar” ciertos temas que han resultado ser esenciales para los europeos, como el de la inmigración.
“Por un lado, los líderes de los partidos de izquierda siempre estuvieron fundamentalmente a favor de la migración, siempre fueron internacionalistas, por lo que vieron en los derechos de los migrantes algo esencialmente cercano a su corazón en términos de su apertura a los demás”.
“Pero, al mismo tiempo, está muy claro que la migración era algo que no entusiasmaba particularmente a la mayoría de los votantes socialdemócratas, especialmente a los electores tradicionales de la clase trabajadora”.
Y aunque la izquierda evitó el asunto “tanto como pudo”, terminó entrando “por la puerta de atrás con la derecha radical, la del tipo que surgió en Europa en las décadas de 1980 y 1990”.
El tema de migración se ha vuelto omnipresente en la política europea y cada vez cobra mayor protagonismo. Estuvo presente, por ejemplo, en el debate previo al Brexit y en las recientes elecciones en Italia.
“El hecho de que la izquierda nunca fuera realmente capaz de posicionarse claramente y explicar una postura que fuera tanto coherente con su ideología como con los intereses de sus bases sociales fue definitivamente un error”.
Pero, ¿realmente podía haberlo hecho?
“¿Era posible ser internacionalistas y, al mismo tiempo, ser conscientes de los problemas que muchos de sus votantes nativos asocian con la migración?”
La Tercera Vía
En los últimos 25 o 30 años, la izquierda en Europa se ha movido hacia el centro, un proceso que comenzó con la Tercera Vía de Tony Blair, en Reino Unido, Gerhard Schroder, en Alemania, y otros líderes.
“Básicamente han aceptado muchos principios neoliberales de la economía”, indica Rovny.
“De alguna manera, quisieron proporcionar algún tipo de red de seguridad y de límites, pero realmente han aceptado los principios de intercambio económico que históricamente fueron impulsados por personas como (Ronald) Reagan o (Margaret) Thatcher”.
¿Fue un error? “Posiblemente sí”, dice Rovny.
Pero se dio en el contexto de la gran apertura de la década de 1990, que vio el surgimiento del comercio mundial, por lo que era “natural” que también quisieran participar en ese proceso.
Sin embargo, hace notar que al irse “demasiado al centro” han perdido muchos votantes de izquierda.
“Probablemente hayan alienado a muchas de las personas que han enfrentado problemas económicos”.
Esto hizo surgir opciones que se sitúan más a la izquierda en países como España, con Podemos, y Francia, con Francia Insumisa.
El radicalismo perdido
De acuerdo con Jonathan White, catedrático de Política del Instituto Europeo de la LSE, al final de la Guerra Fría, si es que no antes, gran parte de la izquierda parlamentaria en Europa había perdido su radicalismo.
“Se había vuelto menos dispuesta a buscar la propiedad pública en la economía y a buscar una redistribución significativa de la riqueza”, le señala a BBC Mundo.
“En algunos casos, estos objetivos fueron repudiados abiertamente por partidos de izquierda en nombre de una Tercera Vía”.
“Otros partidos simplemente moderaron sus reclamos o entraron en coaliciones con pares más favorables al mercado”.
Y lo que eso trajo como consecuencia es que “la izquierda ya no planteaba un desafío creíble al statu quo”.
En vez de ser una fuente de “esperanza” para aquellos que se sentían insatisfechos o excluidos, “prescribió formas para adaptarse a las limitaciones del mercado”.
Campo abierto
Eso dejó a los partidos de izquierda, con “una apariencia débil y tecnocrática frente a muchos de sus seguidores tradicionales y más difícil de distinguir de otros partidos”, indica White.
Cedió más espacio para que otros partidos se proyectaran como los verdaderos críticos del status quo, “los que denunciaban las necesidades de la lógica del mercado y los que representaban la voluntad popular”.
“Ese es el espacio que han venido a ocupar los partidos de derecha radical”.
“Se presentan a sí mismos como aquellos que se niegan a aceptar los dictados del capitalismo financiero y que están dispuestos a asumir una posición”.
El discurso de Giorgia Meloni, en Italia, es un ejemplo, como también lo es de Marine Le Pen en Francia.
“Su radicalismo a menudo es meramente retórico, pero resuena y se destaca porque gran parte de la izquierda ya no lo ofrece”.
Para el profesor, el problema de la izquierda va más allá de los errores que pudo haber cometido y de una mala estrategia.
“La izquierda opera en un entorno mediático dominado por poderosos intereses económicos”.
“Cuando surgen voces de izquierda más radicales, rápidamente se las presenta como sospechosas, incluso ilegítimas”.
“La izquierda necesita construir su propia base de poder mediático si quiere evitar hacer política en los términos de otras personas”.
Dentro del capitalismo
Para Rovny, la izquierda en Europa perdió su radicalismo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se dio el llamado consenso de la posguerra.
“Cuando renunciaron a sus objetivos revolucionarios de cambiar el capitalismo y básicamente aceptaron que actuarían dentro de él”.
Así, la izquierda aceptó la democracia liberal como sistema político y el capitalismo como el económico, pero también se abocó a los trabajadores.
La premisa era “ponerle límites el capitalismo y asegurarse de que los menos favorecidos, que en ese entonces era claramente la clase obrera nativa, se beneficiarían de él”.
Y, de acuerdo con el experto, la izquierda logró esa misión con gran éxito.
“Construyó regímenes estatales de bienestar extensos y funcionales a lo largo de los años 50, 60 y 70 y eso fue un apoyo innegable a la clase trabajadora europea”.
“Elevó a la clase obrera industrial mucho más allá de lo que se planteó antes de la Segunda Guerra Mundial, por lo que perder su filo revolucionario o radical probablemente fue algo bueno”.
¿Se le fue la mano? Rovny insiste en hacer una lectura sociológica de la situación: no tenía mucho margen de maniobra.
“¿Podrían haber cambiado el hecho de que ahora tenemos robots que construyen automóviles en lugar de humanos, celulares y Zoom para comunicarnos en lugar de cartas?”
Los otros trabajadores
En la dinámica económica europea, muchos de los miembros de la clase baja son trabajadores no cualificados del sector de los servicios, que a menudo son de origen inmigrante.
Por la naturaleza de su trabajo, “no están en plantas de producción, hombro a hombro, no toman descansos juntos, no pueden socializar y luego potencialmente organizarse de la forma en que lo hizo la clase trabajadora industrial hace unos 120 años”, dice Rovny.
“Estos trabajadores que trabajan en hoteles y restaurantes en realidad no tienen el sentido de comunidad que desarrollaron los trabajadores industriales debido a su proximidad espacial”.
A eso se suma que muchos de esos trabajadores provienen de países muy diferentes.
“No hay una conexión automática porque, por ejemplo, uno habla árabe y el otro hindi”.
Además, muchos de ellos, por carecer de la nacionalidad de los países en que viven, no pueden votar en los comicios de esas naciones.
“El potencial para que este grupo se organice es mucho menor y es por eso que, en muchos sentidos, no tienen voz en la política”.
Los nativos
Otro desafío que la izquierda ha enfrentado es la de evitar alienar a una parte de los que fueron sus votantes tradicionales.
Rovny identifica a un grupo que siente que ha sido dejado atrás: algunos europeos blancos que no tienen un nivel educativo alto y que viven en áreas no metropolitanas, como pueblos pequeños.
“En cualquier lugar de Europa, por ejemplo en el norte de Inglaterra o en el centro de Francia, puedes encontrar personas que se sienten resentidas, por una parte, por la llegada de inmigrantes con los que tienen muy poco contacto, generalmente los ven cuando van a las grandes ciudades, no los entienden, los ven como extranjeros”.
Y, por otra parte, por los coterráneos que forman parte de un grupo altamente educado en un entorno globalizado.
“Ven que sus compatriotas franceses, británicos o alemanes, por ejemplo, viven en las grandes ciudades y son parte de la economía global, de la cual se benefician de una manera que ellos no lo consiguen”.
“Estas ciudades ahora atraen mucha más inversión, más desarrollo económico, más atención del gobierno”.
“Estos nativos, en el interior del país, sienten que han perdido mucho en términos de estatus, apoyo gubernamental, ingresos. Y probablemente es cierto”.
Surge así una tensión, “una competencia en la que la izquierda no tiene mucho que decir porqueno tiene una posición clara”.
En las ciudades están los trabajadores empobrecidos del sector de los servicios, a menudo de origen inmigrante, que luchan para sobrevivir, muchas veces en condiciones laborales degradantes, y en el interior, en el campo, está ese grupo de nativos con menos recursos.
“Entonces, ¿quién es el desamparado, cómo se le identifica y representa?”
Y esa es, para el profesor Rovny, la cuestión no sólo para la izquierda, sino la pregunta de nuestro siglo.
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