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  • March 02, 2023 , 11:23am

CORAZONES BUCÓLICOS 

CORAZONES BUCÓLICOS 

“Nuestra tarea de custodia debe estar presente a todas horas, preservando

los inciensos nativos y reconstruyendo zonas para todos los corazones

labriegos”. 

=============================

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

corcoba@telefonica.net               

============================= 

               Los pasajes vivenciales no son más que un manto silvestre de

aromas que nos resucitan cada día, lo que requiere de nosotros unos hábitos

saludables y un deseo de vivir, desvividos por preservar los hábitats

naturales, para poner a nuestro planeta en el camino de la curación y para

situarnos también nosotros, los humanos, en una labranza de sueños hacia sí

mismo, previo talar los árboles de la soberbia, entregándonos para que el

mundo llegue a ser un poco más celeste y la biosfera no acabe en un final

desastroso. Indudablemente, la supervivencia es algo más que un itinerario,

es una mística gozosa que nos interroga tras la contemplativa, de manera que

nos vuelve poesía ante tanta belleza de fauna y flora natural. De eso se

trata, de retornar al verso, floreciendo nuevamente la nobleza del ser

humano, que es lo que en verdad nos hace proteger con éxito la

biodiversidad, como auténticos poetas en guardia permanente. 

Dejemos que las fragancias, con sus esencias existenciales, acrecienten la

llamada a comprometernos con el medio, que tantas veces nos habla; y, sin

embargo, apenas entramos en sintonía de escucha. Hagamos una pausa en

nuestros andares, revisemos los pasos dados, acariciemos con la mirada

nuestra inédita recreación. Seguramente, entonces, vibraremos bajo esa toga

multicolor, sabiendo que nada desfallece y que todo se armoniza, porque ha

de hermanarse. Ciertamente, el valor de la crónica silvestre es

incalculable. Nosotros hemos de ser sus cuidadores, no sus destructores.

Saboreemos sus enérgicas lociones, dejémonos alimentar por sus

contribuciones vitales, trabajemos con toda el alma y con toda la mente, por

ese estado original que todos nos merecemos respirar, para descubrir

principios que son universales. Sea como fuere, jamás desfallezcamos en ese

reencuentro de todos hacia todos, haciendo de nuestra casa común un

verdadero hogar de sensatos alientos, en lugar de propiciar agentes

contaminantes. 

En cualquier caso, a poco que exploremos nuestro propio planeta advertiremos

que la intervención humana suele estar al servicio de un interés mundano, en

vez de intensificar la protección a una hermosura que sin ella nada somos.

Hay que poner fin a esta inútil contienda contra la naturaleza, cuidando con

especial preocupación a las especies en vías de extinción. Al fin y al cabo,

coexistimos en ese poema vivencial, que no puede degradarse, sino que debe

de enaltecerse a través del contacto espiritual, verdaderamente consolador

que nos convoca a una comunión fraternal. Nuestra tarea de custodia debe

estar presente a todas horas, preservando los inciensos nativos y

reconstruyendo zonas para todos los corazones labriegos. Es verdad también

que requerimos unidad para sembrar esfuerzos, que nos encaminen a trabajar

con los gobiernos, la sociedad civil y el sector privado, al menos para

convertir las palabras en hechos, el compromiso en acción, sabiendo que todo

está relacionado en un edénico himno que glorifica su distintivo soplo de

luz.

Por eso, el medio ambiente que se conjuga existencialmente con todos sus

efluvios es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y

responsabilidad de cada caminante en su diario de vida. Hemos de vivir,

pues, en armonía plena con aquello que nos rodea. Personalmente, aún

recuerdo aquel asombro que tuve de niño ante un nogal solitario, al que

acudía a diario a cantarle mis alegrías y a contarle mis tristezas. Pasado

el tiempo, vi como desapareció aquel vivo espacio natural, convirtiéndolo en

un lugar residencial donde nadie conoce a nadie, previo derrumbar sin

miramiento alguno, aquel árbol de copa amplia y redondeada, denso de ramas

gruesas y fuertes, al que tanto me abracé de adolescente. Está visto que el

plan humano tiende a ignorar esos pulsos bucólicos que nos emocionan

internamente y nos serenan. Don dinero es el que manda y ordena, el que nos

manipula a su entero capricho, hasta llegarnos a absorber nuestros innatas

fragancias de temperamento místico. 

Cualquiera está conectado a los corazones silvestres. Requerimos de sus

níveos bálsamos. Fuera dominaciones, son asfixiantes. Hay que respirar otros

hábitats en jardines más paradisíacos que poderosos. Es fundamental volver

al escenario rural, dejarse acompañar por sus perfumes, interactuar con la

ciencia, el arte y la cultura, cuando menos para poder regenerarse  de tanto

maltrato al entorno del que formamos parte indivisa y, así, poder generar

nuevas áreas favorables a la savia, ante el suplicio del deterioro ambiental

que padecemos y que cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros.

En esto, nadie quedamos a salvo. Ante esta bochornosa realidad, hemos de

pasar esta etapa de autodestrucción y comenzar nuevamente con otro periodo.

Yo mismo me he propuesto injertar en un lugar de tránsito habitual, un nuevo

árbol solitario, donde iré a hacer penitencia, pero también a embellecerlo

de sueños literarios. Lo significativo es que la alianza entre la humanidad

y su contexto campestre prosiga, sin que la desunión triture los latidos. 

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor

corcoba@telefonica.net

02 de marzo de 2023 

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