“Sin novedad en el frente”: la brutal lucha de trincheras en la I Guerra Mundial en la que ningún bando logró avanzar por años
“Sin novedad en el frente”: la brutal lucha de trincheras en la I Guerra Mundial en la que ningún bando logró avanzar por años
Paul Bäumer, el protagonista de Sin novedad en el frente, es un joven alemàn que termina combatiendo en la guerra de trincheras durante la I Guerra Mundial.
– Cuando Paul Bäumer y sus tres amigos acuden a alistarse para luchar en el ejército de Alemania durante la I Guerra Mundial escuchan una charla en la que el director de la escuela les asegura que están ante un momento histórico y les promete que en apenas unas pocas semanas estarán marchando sobre París, a lo que los jóvenes responden con gritos de emoción.
Esa es una de las escenas iniciales de la película “Sin novedad en el frente” (All Quiet on the Western Front), una de las favoritas a los premios Oscar 2023 que se entregan este domingo y que se basa en la novela homónima del novelista alemán Erich Maria Remarque.
Sin embargo, a pesar de todo su entusiasmo por ir a la guerra, ni Bäumer ni sus amigos llegan nunca a marchar sobre París, pues quedan atrapados en las trincheras del llamado frente occidental, como millones de otros soldados de los ejércitos que combatieron en este conflicto .
Y es que la guerra de trincheras fue una trágica característica de la llamada Gran Guerra, en la que se enfrentaron las fuerzas de Alemania, el imperio Austrohúngaro y el imperio Otomano contra Francia, Reino Unido, Rusia, Italia, Japón y, posteriormente, Estados Unidos.
En ese conflicto perdieron la vida unos 8,5 millones de soldados que pasaron años atrapados en una situación en la que resultaba muy difícil arrebatar terreno al enemigo y los esfuerzos que se hacían para ello solían terminar en una carnicería atroz con miles de muertos.
Durante esta guerra, el día que se produjeron mayor número de víctimas fue el 1 de julio de 1916, cuando más de 57.000 soldados del ejército británico resultaron heridos o fallecieron durante la batalla de Somme.
Y eso ocurrió apenas en el primer día de una batalla que se extendió durante más de cuatro meses, hasta el 13 de noviembre de 1916, y en la que resultaron heridos o muertos un millón de soldados de todos los ejércitos que participaron.
Al final de la cual las fuerzas británicas y francesas apenas lograron avanzar un total de 10 kilómetros.
Pero ¿cómo se llegó a esta guerra de trincheras y por qué resultó tan mortal?
De una guerra móvil a una guerra estática
“Al comienzo de la Primera Guerra Mundial [en agosto de 1914], todos pensaron que sería una guerra rápida como habían sido las guerras anteriores, que no duraría tanto. De hecho, se decía que los soldados estarían en casa para Navidad”, señala Christopher Warren, vicepresidente de Colecciones y curador principal del Museo y Memorial Nacional de la I Guerra Mundial (Kansas City, Estados Unidos), en una entrevista con BBC Mundo.
“Nadie anticipó la guerra de trincheras al inicio del conflicto. Cuando los alemanes invadieron Bélgica con miras a atacar Francia, su idea era evitar todas las fortificaciones francesas que se encontraban en la frontera franco-alemana, evadirlas pasando por Bélgica y dirigirse a París, atacando y destruyendo al Ejército francés antes de dirigir su atención al Ejército de Rusia”, agrega.
Pero las previsiones de los estrategas alemanes no se cumplieron: Francia presentó una mayor resistencia de la que habían anticipado, Reino Unido se incorporó rápidamente al conflicto y Rusia también se movilizó sin demora.
“Entonces, lo que sucedió fue que los alemanes fueron detenidos en su ataque inicial. Los ejércitos francés y británico, así como el alemán intentaron rodearse unos a otros, básicamente tratando de flanquear al adversario. Y siguieron moviéndose hasta que llegaron al Canal de la Mancha, en el mar del Norte.
Una vez que estos ejércitos no tenían más espacio para maniobrar, fue cuando se construyeron las trincheras desde el Canal de la Mancha hasta la frontera con Suiza, unos 760 kilómetros”, explica Warren.
En su arremetida inicial, las fuerzas alemanas lograron llegar hasta unos 50 kilómetros de París. Sin embargo, durante la primera batalla de Marne, en septiembre de 1914, las fuerzas francesas y británicas hicieron retroceder a los alemanes hasta el norte del río Aisne.
Los alemanes se plantaron allí y fue entonces cuando se estableció el llamado frente occidental, que se mantendría casi inamovible durante tres años. Para marzo de 1918, cuando solo faltaban ocho meses para el final de la guerra, el frente apenas se había movido unos 80 kilómetros.
Estrategia defensiva
Pero la falta de terreno para maniobrar y avanzar sin la necesidad de confrontar directamente al enemigo no fue la principal razón para construir trincheras: se debió a la alta letalidad de las nuevas armas de artillería y de las ametralladoras.
“Ellos no podían sacar al enemigo del campo de batalla, por lo que construyeron estas trincheras para proteger a sus hombres de la artillería, de las ametralladoras, así como de las armas de gases mortales. Intentaban mantener a los soldados a salvo al mismo tiempo que procuraban derrotar al enemigo, pero eso nunca funcionó porque la guerra se convirtió en una cuestión defensiva y no ofensiva”, señala Warren.
Los ejércitos habían usado las trincheras en el pasado y en el siglo XVII se convirtieron en una herramienta táctica empleada durante los asedios a estructuras fortificadas. Luego, durante la guerra civil estadounidense empezaron a ser necesarias para que los combatientes se protegieran del cada vez mayor poder de los cañones y de las armas pequeñas.
Pero la capacidad destructiva de las armas usadas en la llamada Gran Guerra era de un nivel completamente distinto.
“El potencial para causar muertes de la artillería y de las ametralladoras usadas en la I Guerra Mundial era algo revolucionario, pues podían derribar a miles de soldados que estaban en campo abierto y sin protección, en una escala nunca antes vista”, comenta Warren.
“En los conflictos anteriores, un hombre con un rifle solamente podía hacer un número limitado de disparos antes de tener que recargar y eso les tomaba tiempo. En cambio, las ametralladoras podían cubrir un territorio grande y bañarlo con balas, lo que hacía mucho más fácil eliminar a muchos más hombres”, añade.
Era tal este potencial destructivo que para finales de 1914, cuando apenas habían transcurrido los primeros cinco meses de guerra, la cifra de heridos y muertos en el frente occidental superaba los 4 millones.
Vida y muerte en las trincheras
Pero la letalidad del armamento moderno no era la única causa de la elevada mortalidad de esta guerra.
Especialmente durante los primeros tiempos de este conflicto, los ejércitos aplicarían antiguas tácticas de combate que ya no eran aconsejables en las nuevas condiciones.
“Ellos intentaban atacar las trincheras del enemigo, pero los soldados no corrían para convertirse en un objetivo más difícil, sino que caminaban a través de la tierra de nadie debido a que en el siglo XIX se solía mantener a los soldados lo más juntos posible para maximizar su poder de fuego al atacar al enemigo. Pero al actuar así se convertían en un objetivo que podía ser barrido con más facilidad por las ametralladoras”, señala Warren.
El experto destaca que la I Guerra Mundial fue el primer gran conflicto en el que murieron más soldados por causa de las heridas sufridas en combate que por enfermedades como la disentería.
Esto, sin embargo, no se debía únicamente a la letalidad de las nuevas armas, sino también a los avances de la medicina que permitían disponer de tratamientos para tratar esas enfermedades.
“Pese a ello, los soldados todavía morían por disentería. También sufrían otras enfermedades como la ‘fiebre de la trinchera’. Podían contraer muchas enfermedades por el contacto con piojos y por la presencia masiva de ratas en las trincheras”, apunta Warren.
Y es que las condiciones de vida dentro de las trincheras con frecuencia no eran las más salubres.
Warren indica que había importantes diferencias entre las trincheras construidas por los alemanes y las hechas por los ingleses y franceses.
“Había dos filosofías diferentes con las trincheras. Los alemanes, que con el impulso inicial en 1914 se habían metido en territorio francés, asumían que estaban allí para quedarse porque ya habían conquistado parte del territorio enemigo. Por eso hicieron sus trincheras muy robustas, incluso usando cemento. En muchos lugares tenían electricidad, teléfonos, etc. Contaban con cuarteles subterráneos y búnkers”, cuenta Warren.
“Los franceses y los británicos tenían una filosofía diferente cuando construyeron sus trincheras. Su idea era que necesitaban sacar a los alemanes de Francia, por lo que debían salir de sus trincheras y atacar. Entonces, no fueron construidas para durar sino como estructuras temporales. Por lo tanto, fueron hechas directamente en la tierra con algunos soportes de madera, sin contar en general con electricidad u elementos por el estilo”, agrega.
Debido a estas razones, en las trincheras de franceses y alemanes las condiciones solían ser más duras que en las alemanas, sobre todo, en la época de lluvias cuando el agua se acumulaba en su interior y los soldados estaban permanentemente expuestos al lodo y a la humedad, lo que a su vez favorecía la aparición de una enfermedad conocida como “pie de trinchera”.
En cualquier caso, según Warren, la vida en las trincheras era horrible. No solamente por las condiciones materiales o por los problemas de higiene, sino también por el efecto psicológico que tenía en los soldados permanecer en un lugar donde cada día eran testigos de la muerte y de la destrucción.
Por suerte para los soldados, por lo general, no tenían que quedarse en la trinchera por meses y años sin interrupción, pues los ejércitos establecieron sistemas de rotación que preveían que un soldado pasara entre dos y cuatro semanas en la trinchera y, luego, fuera sacado de allí y enviado durante algunas semanas a cumplir otras funciones menos duras antes de regresar nuevamente a la trinchera.
De esta forma, los ejércitos enfrentados pasaron unos cuatro años atascados en las trincheras del frente occidental, desde las cuales cada tanto lanzaban ataques contra las trincheras enemigas que, con un enorme costo humano, en ocasiones les permitirían ganar unos metros que muchas veces volvían a perder durante la siguiente ofensiva enemiga.
De acuerdo con Warren, dado que los ejércitos no contaban ni con las tácticas ni con la tecnología para superar esta situación, el atasco en las trincheras se mantuvo básicamente hasta la entrada en combate de las fuerzas estadounidenses, cuya presencia masiva en el campo de batalla fue lo que finalmente permitió hacer retroceder a las fuerzas alemanas y poner fin a la guerra.
El objetivo de los soldados germanos de marchar sobre París no se cumpliría sino muchos años más tarde, durante la II Guerra Mundial, cuando en junio de 1940 las tropas de la Alemania nazi ocuparon la capital francesa, en la que permanecieron cuatro años hasta que la ciudad fue recuperada por las fuerzas aliadas en agosto de 1944.
Unos meses más tarde sería Berlín la que quedaría ocupada y dividida.
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