Los ecuatorianos buscan un presidente que les devuelva su país
Los ecuatorianos buscan un presidente que les devuelva su país
Un soldado hace guardia en la plaza principal del centro de Quito antes de las elecciones presidenciales del domingo.HENRY ROMERO (REUTERS)
– Las elecciones anticipadas que se celebran el domingo están marcadas por el asesinato de uno de los candidatos, un magnicidio que mostró la grave crisis de inseguridad que se vive en Ecuador
Poca gente puede decir que ha estado más cerca de todos los presidentes ecuatorianos de los últimos cien años que la familia Salazar. Desde la Peluquería Amazonas, en los bajos comerciales del palacio de Carondelet, la residencia presidencial, Clara Salazar ha visto cambiar un país desde la Plaza Grande, el kilómetro cero de la capital ecuatoriana, mientras su padre le cortaba el pelo a los vecinos. Recuerda sobre todo la tranquilidad que se respiraba y que siempre había algún despistado que se acordaba de cortarse el pelo a las ocho de la noche, con la ciudad a oscuras. Ahora el cierre se echa a las cinco.
Cuando el sol empieza a ponerse, la plaza se vacía. “La gente corre a su casa por miedo”, explica Salazar mientras le rasura los lados de la cabeza a un niño. Desde los bajos de la casa del presidente hasta el último rincón de Ecuador, la inseguridad es el monotema de este país que se creía a salvo de la violencia y que el domingo votará a su próximo presidente con el miedo en el cuerpo.
En medio del silencio electoral que marca la ley y sin encuestas desde el 10 de agosto, las peluquerías pueden funcionar como termómetro social. Mientras la peluquera Salazar cuenta en voz alta que con el expresidente Rafael Correa todo estaba “mucho mejor” —por lo que votará a la candidata correísta Luisa González— entra por la puerta Alba Castro, de 60 años. La mujer anuncia a voz en grito que viene a poner guapo a su esposo y luego sentencia: “El domingo sepultamos al socialismo que quiere llevarnos al abismo”. Salazar la recibe con una sonrisa (un cliente es un cliente) y responde amable pero sin mover el rictus: “Esperemos al resultado”. La señora Castro no la escucha: “Yo voy a votar por nuestro ángel que está en el cielo: Fernando Villavicencio”.
Si estas elecciones iban desde mayo sobre la posible vuelta del correísmo al poder, ahora van sobre el asesinato a balazos del candidato Fernando Villavicencio a la salida de un mitin el pasado 9 de agosto. Una muerte que mostró a los ecuatorianos lo hondo del pozo de violencia en el que se han ido adentrando en los últimos tres años. Villavicencio no era favorito para pasar a segunda vuelta, aunque se había hecho conocido por sus denuncias contra la corrupción y el crimen organizado, que lo había amenazado de forma directa. Un amigo suyo, el periodista Christian Zurita, sustituirá a Villavicencio el domingo, pero sin tiempo material para cambios, los 13,5 millones de electores verán en la papeleta la cara y el nombre del candidato muerto.
Christian Zurita, candidato presidencial del partido Construye, usa un chaleco antibalas mientras llega al aeropuerto de Quito, el 15 de agosto de 2023. KAREN TORO (BLOOMBERG)
Es imposible medir los efectos del magnicidio en la carrera electoral. Las últimas encuestas publicadas mantenían a Luisa González en cabeza, aunque lejos de una victoria en primera vuelta (en el entorno de un 30%). La incógnita, si las encuestas no fallan, es quién la acompañará a las urnas en octubre de entre los otros siete candidatos. La violenta campaña podría beneficiar al final a Otto Sonnenholzner, exvicepresidente de Lenín Moreno (2017-2021), y a Jan Topic, el llamado Bukele ecuatoriano, precisamente por sus apuestas de mano dura frente a la inseguridad.
A Patricia Toasa no le gustaría que ninguno de los dos llegara a la Presidencia. Desde su puesto móvil de refrescos, dulces y cigarrillos lleva 33 años recorriendo la ciudad. Muchas veces le toca una esquina privilegiada de la Plaza Grande, desde donde ha sido testigo de las entradas y salidas de los más altos cargos del país en Carondelet. Los ha visto a todos, pero solo uno le habló una vez, dice con un brillo en los ojos. Sería un sábado de entre 2007 y 2017.
El presidente Correa acaba de terminar la sabatina y de vuelta al Palacio se paró con Toasa, la llamó compañerita y le dio un beso. “¡Qué presidente me va a besar a mí!”, se carcajea mostrando unos dientes ribeteados de oro. Y ese beso bien le vale su voto eterno, porque aunque Correa se fue a Bélgica en 2017 y no ha vuelto a Ecuador por una condena por cohecho, el expresidente sigue manejando su partido. Votar por González es hacerlo por Correa. Mártir para unos y verdugo para otros, el exvicepresidente sigue protagonizando la política nacional.
Estas elecciones adelantadas llegaron en el mejor momento para el correísmo desde la caída en desgracia de su líder. La disolución de la Asamblea de Ecuador y la convocatoria de elecciones anticipadas que decretó el presidente, Guillermo Lasso, —la llamada muerte cruzada— en el mes de mayo para eludir un juicio político en su contra por supuesta corrupción encontraron al correísmo más fuerte de los últimos años. El movimiento Revolución Ciudadana, que Correa maneja a distancia, acababa de ganar las elecciones locales y regionales de febrero. El expresidente sintió que Lasso le ponía la victoria en bandeja. Esa autosuficiencia se resquebrajó a medias en los últimos días después del asesinato de Villavicencio, donde se vio a un Correa más nervioso que de costumbre. La incertidumbre ya se había apoderado del país.
“¿Por quién votamos?”, pregunta Imelda Chango, de 69 años, mientras le agarra la mano a Reyna Morocho, de 26, vestida de brillos y con una banda que reza: Miss Star Ecuador 2023. Esta miss se pasea por el centro de Quito sacándose fotos con grandes y pequeños porque se está preparando, explica, para el certamen internacional que se celebrará en Barcelona. Chango se encomienda a ella como una aparición y Morocho, como si estuviera ante el jurado del concurso, responde sin jugársela por ningún candidato: “Ecuador está de rodillas, la delincuencia ha llegado a un lugar que no puede ser, alguien tiene que sacarnos de aquí”. La señora Chango se da por satisfecha con la respuesta. “Estamos aterrados, pero hay un Dios en el cielo que nos guiará”, añade.
Quito sigue siendo aún la zona más tranquila del país, aunque la violencia ya comienza a permear sus calles y comercios. El foco más violento está en Guayaquil y en las provincias de la costa, donde la salida del país al Pacífico convierte Ecuador en un territorio apetecido por los grupos narcotraficantes mexicanos y colombianos. En lo que va de 2023, se han registrado 4.574 muertes violentas, mientras que 2022 cerró con la cifra más alta en la historia, con 4.600, el doble que en 2021. Al ritmo actual, para finales de este año podría alcanzar una tasa de criminalidad de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, que lo colocaría entre los países más violentos del mundo.
En Guayaquil, la segunda ciudad del país, el clima es irrespirable. Ashly Silva es madre de cuatro hijos a los que la violencia ha expulsado de su casa en la Isla Trinitaria, al sur de Guayaquil, donde las balaceras y los muertos se cuentan por cientos. Trabaja limpiando casas desde que su marido fue asesinado por las redes del microtráfico hace un año y solo pide un candidato que tenga “temple para enfrentar a los narcotraficantes”, informa Carolina Mella. Aunque no se decanta por ninguno, piensa que el correísmo vive del pasado y que el país tiene que mirar al futuro con un primer objetivo: acabar con las matanzas.
La más que probable segunda vuelta, que se celebraría el 15 octubre, dará nombre al presidente que tendrá que lidiar con un escenario incierto en un espacio corto de tiempo. Estas elecciones no marcan el inicio de una nueva legislatura, sino que el próximo mandatario concluirá el mandato de Lasso, por lo que estará apenas 18 meses en el poder. Poco tiempo para un presidente al que los ecuatorianos le piden nada menos que les devuelva un país que ya no reconocen. El taxista Luis Noboa hace recuento: “Nunca de los nuncas vimos esto. Ni los descuartizamientos, ni los cuerpos colgados, ni las vacunas… ¡Si ni siquiera sabíamos que existía eso de la muerte cruzada!”.
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