CRÓNICAS. Novedades sobre la Conquista
CRÓNICAS. Novedades sobre la Conquista
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Luego de escuchar el emocionado grito de ¡Tierra! proferido por Rodrigo de Triana, a bordo de La Pinta navegada por Martín Alonso Pinzón, el Almirante Cristóbal Colón en la nao Santa María ordenó que, junto con La Niña a cargo de Vicente Yáñez Pinzón, las tres carabelas se dirigieran al lugar cuya silueta destacaba en la madrugada. Era nuestra Abya Yala. Colón le puso el nombre de Nuevo Mundo. Y a la tierra, la isla Guanahaní, la llamó San Salvador. Los nativos les recibieron con sorpresa; al verlos blancos y de cabello dorado les creyeron dioses. El cacique Guacanagarí les dio la bienvenida con amistad, alimentos, oro. Era el 12 de Octubre de 1492.
En su exploración por el Caribe, Colón topó con Santo Domingo y la denominó La Española. Tras encallar la Santa María, con su madera construyó el fortín Navidad, por coincidir con la fecha de la celebración. Allí dejó a 35 hombres que no pudieron embarcar al volver a España en enero.
Llegaron en marzo. A cambio de lo que habían dejado en nuestra Abya Yala, aceite de oliva, vino, cebada, trigo, arroz, café, naranjas, cerdos, cabras, ovejas, llevaron maíz, papas, piñas, tomates, cacao, pavos, papagayos, oro, perlas y diez “indios”, como los denominó Colón a quienes pertenecían al pueblo originario, entre ellos dos hijos del cacique Guacanagarí. Todos, por propia voluntad y apadrinados por los reyes Isabel y Fernando y su hijo, el Infante Juan, fueron bautizados. Al uno le pusieron el nombre de Don Fernando de Aragón, al otro Don Juan de Castilla, los demás escogieron los suyos. Don Juan de Castilla se quedó en la corte, aprendió castellano, hasta su muerte fue tratado con mucho afecto y conforme su alcurnia indígena.
De regreso a San Salvador, el Almirante encontró destruido el fortín y lleno de cadáveres. Colón fue a ver a Guacanagarí, lo halló recuperándose de una herida y el poblado en cenizas. El cacique le contó que sus 35 hombres habían abusado de las mujeres, exigido más oro y atenciones, actuado con brutalidad. Así empezó la Conquista.
A medida que ésta avanzaba colmada de concupiscencia, los europeos se toparon con ciudades de arquitectura exótica. A Tenochtitlan la calificaron como “la más hermosa del mundo”; a las del Tahuantinsuyo “subyugantes”, con palacios y templos de paredes recubiertas de oro y techos donde, entremezcladas con la paja, espigas de metal brillaban a la luz del sol. Les admiró el avance de las civilizaciones, conocían astronomía, ciencia, medicina. Los gobernantes impartían un orden social por el cual todos estaban bien alimentados, tenían vivienda, ocupación, vivían en forma sencilla, en libertad, en armonía con la Naturaleza. Dar la palabra valía tanto como el juramento. No había cárceles, los delitos se castigaban con trabajo y tributos.
En esa transición Conquista-Colonización se afianzó el cambio de color en la piel, la explotación, el sometimiento, la humillación, la rapiña de oro, plata, perlas, piedras preciosas. Muchos nativos llegaron a España como esclavos. Jóvenes mestizos adinerados que arribaron enviados por sus familias, acompañando al padre o por propia iniciativa, en las ciudades encontraron belleza pero también indigencia y pillería. Los hijos de princesas o mujeres importantes y padre español con rango militar o gubernamental, fueron recibidos en la corte. Las esposas con linaje llevaron sus propias fortunas y gente a su servicio, las añoranzas las aliviaron al criar a sus hijos en sus tradiciones y recuerdos. Miles de mestizos se incorporaron al medio con sus oficios, habilidades, por matrimonio, brindaron gran aporte sociocultural. Los llegados de América, como desde 1507 empezó a llamarse a nuestro continente, se mantuvieron juntos y solidarios.
Instalada la Colonia en el Nuevo Mundo, varias voces, entre ellas las de fray Bartolomé de las Casas, refirieron a los monarcas las atrocidades que sufrían los indígenas, la violencia y el abuso sexual a sus mujeres, la trágica usurpación de sus tierras y riquezas. Tratando de mitigar la situación de “sus súbditos”, los reyes ordenaron que las españolas acompañaran a sus maridos en su traslado al nuevo continente. Su presencia impuso algún orden, mientras su nostalgia la mitigaron educando a sus hijos en sus costumbres y el catolicismo. Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) se expidieron leyes ecuánimes que fueron registradas en la historia del Derecho Indiano, base de la “Recopilación de las leyes de los Reinos de las Indias” emitida en 1680. No obstante, debido a que la población indígena se estaba extinguiendo, esclavos africanos fueron llevados a América para trabajar principalmente en las minas.
Para entonces el deseo de Independencia ya germinaba de la rebeldía indígena sofocada con la muerte de sus líderes; de la influencia de la Revolución Francesa de 1789; del amor que hacia éstas, “sus tierras”, sentían mestizos y criollos; del derecho de nuestros pueblos a tomar las riendas de su propio destino; de la entrega de sus fortunas a la causa libertaria que hicieron nuestros próceres y héroes; de la obligación común de calmar el sufrimiento de los habitantes. La lucha fue sangrienta, dolorosa, justa. Así nació la Libertad y la autonomía de nuestros países.
Pese a que lo sucedido consta en testimonios, crónicas y más documentos, en los últimos años en España se ha tratado de minimizar la crueldad de la Conquista y la Colonia señalando como cómplices a determinados personajes indígenas, sin comprender las circunstancias de aquellos tiempos en los que sobrevivir era crucial o que se trató de debilidades humanas a cambio de rédito. También se ha tratado de minimizar la sincera entrega a la causa independista de nuestros Libertadores, situándolos como simples aventureros ansiosos de notoriedad, cuando se jugaban la vida con genuino amor patrio, determinación, valentía.
A mediados del presente año aparecieron otras novedades, como decir que el 95% de los conquistadores eran indígenas, falsedad que indigna a los pueblos originarios y a los latinoamericanos en general. O recordar que entre la nobleza y entre la gente común de España circula sangre indígena, verdad que irrita a muchos españoles.
Por sobre estos tópicos, lo cierto es que en ese ir y venir entre el Viejo y el Nuevo Mundo ha habido y hay un intercambio de genes, productos, vocabulario, conocimientos, costumbres, pensamientos, anhelos, sentimientos y más, los cuales enriquecen la evolución del ser humano.
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