CRÓNICAS: Jesús Alegre
CRÓNICAS: Jesús Alegre
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Para el mundo cristiano, Semana Santa evoca el Calvario de Jesús, también llamado Cristo debido a que se le considera el Mesías que profetiza la Biblia en el Antiguo Testamento. Si bien durante estos días se le muestra triste, sufrido, Jesucristo debe haber sido alegre, de ahí su don de gentes complementado por su mensaje siempre claro, profundo, esperanzador.
Imaginemos cuánto cariño y ternura debe haber inspirado como recién nacido a María y a José, a los pastores que llegaron al portal de Belén invitados por los ángeles, a los reyes magos que le conocieron días después. Pensemos cuánta gracia deben haber suscitado sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus travesuras que se cuentan cual leyenda, entre ellas, dar al barro la forma de un pajarito y soplarle para hacerlo volar. A los 12 años de edad, entrando a la adolescencia, Jesús les hizo pasar un gran susto a sus padres cuando, al regresar de Jerusalén luego de la fiesta de la Pascua a la que asistían anualmente, éstos se dieron cuenta de que no estaba en la caravana familiar, por lo que regresaron en su búsqueda; a los tres días le encontraron en el templo, maravillando con sus conocimientos a los doctores de la ley.
Ya adulto, Jesús daba preferencia a los infantes, “dejad que los niños vengan a mí” decía, mientras jugaba con ellos y les consentía. Con los adolescentes debe haber sido muy comprensivo, volviéndose uno más de ellos, como lo hizo con Juan, el menor de sus discípulos.
Su primer milagro lo realizó en Canaán. Mientras asistía a un festejo de boda con sus amigos y su madre, ella se le acercó para indicarle que se había terminado el vino y que hiciera algo para que los anfitriones no quedaran mal. Entonces Jesucristo, dando ejemplo de obediencia a María, lo cual exaltaba el sitial de la mujer, convirtió varias garrafas de agua en vino. El portento incrementó el jolgorio en el que Él debe haber participado muy a gusto, de lo contrario hubiera quedado como un “aguafiestas”.
Se dice que Jesús era de ojos y pelo obscuro, piel tostada por el sol, alto, de contextura fuerte. Gran caminante, expuesto a las inclemencias del medioambiente, jovial, ocurrido, alegre, extremadamente simpático, de gran personalidad y atractivo varonil, debe haber llamado la atención de las mujeres y posiblemente debe haber conquistado el corazón de María Magdalena, como se especula. Y, como toda persona, Jesús tenía hambre, sed, cansancio, sueño, instinto sexual, bendición divina por la cual los seres humanos nos multiplicamos con amor, lo que le permitió comprender mejor las flaquezas de la carne y perdonarlas…
En cuanto a sus “panas” (palabra indígena que significa amigo muy cercano), los 12 apóstoles que le acompañaban en todas sus actividades, es de pensar que se fueron integrando atraídos por su bondad, confianza, camaradería. Ellos no fueron los únicos. Varias mujeres también le seguían: su madre, parientes y amigas como Martha y María de Betania hermanas de Lázaro, María Magdalena “distinguida discípula”. Ellas apoyaban al grupo en detalles como preparar los alimentos o adecuar los lugares donde pernoctarían. Esa gran familia disfrutaba de momentos de ocio, espiritualidad y aprendizaje que les brindaba con alegría su Maestro.
Se cuenta que Pedro era el centro de las chanzas por las consideraciones que tenía con su suegra; que Judas Iscariote se acarreaba otras mofas por haber sido recaudador de impuestos; que a los gemelos Judas y Santiago de Alfeo se les embromaba por su particularidad. Cuánto habrán reído todos ante el disgusto de los fariseos cuando el Maestro les señalaba como “sepulcros blanqueados” pues sólo se daban golpes de pecho mientras llevaban la religión a nivel superficial y según sus intereses. Cuántas carcajadas habrán proferido al evocar las caras de susto que pusieron los comerciantes que desalojaron al apuro el Templo cuando Jesucristo ingresó a los sagrados aposentos con un látigo y derribó mesas y cajones con dinero, mientras les decía: “Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Esta es la única ocasión que se habla de un Jesús disgustado.
El también llamado Nazareno debe haber subyugado a las masas con sus parábolas, que si bien nos parecen muy serias ahora por la trascendencia que se ha dado a su interpretación, en ese entonces debe haber causado hilaridad que Él diga por ejemplo, que nadie puede remendar su traje viejo con un paño nuevo porque aquel se rasgaría; o que a los ricos les será tan difícil entrar en el Reino de los Cielos como a un camello atravesar el ojo de una aguja.
Llenos de recelos por la popularidad del Maestro, de sus enseñanzas, de sus reflexiones, de su ejemplo de vida, los fariseos empezaron a acusarle de perturbar el orden público con sus milagros; de transgredir las costumbres al conversar con prostitutas, comer y beber con pecadores, curar los sábados; de hacer tambalear las tradiciones religiosas al resucitar muertos, absolver los pecados, autoproclamarse “Hijo de Dios”; de conspirar contra Roma con sus palabras, algo que no perdonaban los romanos.
Por todo eso le encarcelaron, torturaron, crucificaron. Al tercer día resucitó, cumpliéndose así las Sagradas Escrituras. Nuevamente exaltando a la mujer, fue María Magdalena la primera en descubrir su tumba vacía, la primera persona ante la cual Jesucristo se presentó y la primera con quien conversó. Después lo hizo ante su madre y sus discípulos, a quienes encargó la misión de llevar su Evangelio a todos los confines del mundo. Luego subió a los Cielos, donde nos espera para juntos alabar a Dios Padre, no en forma protocolaria y ceremoniosa, un Cielo así sería terriblemente aburrido, sino con un festejo desbordante de dicha, paz, amor. Sí, allá nos espera el Jesús alegre, para generosamente compartirnos la felicidad eterna…
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