Qué significaba originalmente la palabra hereje y por qué se convirtió en una condena
Qué significaba originalmente la palabra hereje y por qué se convirtió en una condena
- Los herejes no son lo que solían ser.
Como muchas otras palabras, ‘herejía’ viene del griego. Y como ocurrió con varias, en algún momento se alejó de su significado original.
Pero esta pasó de ser un término esencialmente neutro para convertirse en una condena potencialmente fatal.
Lo curioso es que todo empezó con Jesús de Nazaret, un predicador y líder religioso judío que desafió a las autoridades al declararse el hijo de Dios.
¿Un hereje en el sentido que conocemos hoy?
Herejía viene de la palabra griega haireo, que significa ‘yo elijo’, o haeresis, ‘algo que fue escogido’, particularmente por médicos y filósofos.
“Si pertenecías a una determinada escuela de medicina, digamos que eras seguidor del médico Galeno, pertenecerías a la herejía de Galeno”, explicó la clasicista Catherine Nixey, autora de “Heresy: Jesus Christ and the Other Sons of God” (2024).
El término sencillamente indicaba la elección de una tradición reconocida de pensamiento y práctica a seguir.
Y podía tener connotaciones positivas, pues implicaba que habías usado tu intelecto para tomar decisiones independientes.
Eso no quería decir que no hubiera discusiones, y hasta acaloradas, pero así un hereje platónico no estuviera de acuerdo con uno estoico, lo que se reprochaban eran las ideas, no el hecho de que fueran herejes, pues ambos lo eran.
“La herejía era una elección.
“Pero cuando apareció el cristianismo, la elección instantáneamente se convirtió en algo malo, porque Jesús dijo: ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’. No dijo: ‘Soy uno de los caminos, una de las verdades, una de las vidas’.
“Así que no se permitió más elección”, dijo Nixey.
Con una sola verdad, esa nueva fe que cada vez ganaba más fieles y en cuestión de pocos siglos cautivó al Imperio que inicialmente la rechazó, era imperativo que no hubiera lugar siquiera a la duda.
Pero, ¿cuál era esa verdad?
Muchas verdades
El cristianismo nació en la parte oriental del Imperio romano, una zona en la que no escaseaban las ‘verdades’.
Había una abundancia de dioses; los romanos mismos adoraban a 12 principales y a decenas más y, como politeístas, en principio no veían nada fundamentalmente malo en que hubiera más deidades, así que a los suyos se sumaban varios locales.
Pero el politeísmo no era el problema más grave para la nueva fe cristiana, la mayor amenaza para las autoridades eclesiásticas sería el enemigo interno: los herejes.
Tomó un tiempo para que la palabra absorbiera el significado que tendría, pues no se puede ser hereje, en el sentido cristiano, sin desviarse de una ortodoxia -del griego orthódoxos, “de la opinión o creencia correcta”-, y eso no fue automático.
Al principio, “se contaron tantas historias diferentes sobre Jesús”, señaló Nixey. “Hubo muchas, muchas, muchas versiones diferentes”, incluso algunas que no lo retrataban de una manera tan favorable.
Entre los textos considerados apócrifos, por ejemplo, está el “Evangelio de la Infancia de Tomás”, compuesto a mediados del siglo II d.C., en el que el pequeño Jesús “aniquila a quienes los irritan y destruye a quienes simplemente lo molestan”, cuenta la historiadora.
La situación es tan difícil que “José le dice a María: ‘No lo dejes salir por la puerta, porque todos los que lo provocan morirán'”.
Además de la proliferación de historias, hubo una variedad de interpretaciones, que gestaron “tipos diferentes de cristianismo primitivo”.
Los manuscritos de Nag Hammadi, hallados en 1945 en Egipto, son un ejemplo de esa amplia gama de puntos de vista religiosos de los primeros cristianos.
Los gnósticos, por ejemplo, pensaban que el mundo real era malo, incapaz de contener o derivar de una verdadera divinidad, por eso -según su visión- Jesús no había estado realmente en la Tierra: lo que se vio fue un espectro, como cuenta un artículo de la Universidad de Utah.
Para ellos, los cristianos debían encontrar su propio camino al cielo explorando sus sentimientos personales, sin participar en rituales vacíos que no cuentan con la aprobación clara de Cristo.
Aunque tomó siglos, los gnósticos fueron silenciados y erradicados, pero surgirían enemigos internos aún más peligrosos, notablemente los arrianos, una doctrina mejor organizada y más influyente dispuesta a cuestionar la ortodoxia.
Llegaron a retar nada menos que las decisiones de la Iglesia sobre la naturaleza de la divinidad de Jesús.
Para una institución que estaba ganando cada vez más poder en el mundo, era necesario adoptar una versión única, una verdad que facilitara el reclutamiento de conversos y que separara a “ellos” de “nosotros”, incluso dentro de sus propias filas.
La herejía ya no era una elección.
Alta peligrosidad
En el año 381 d.C., Teodosio I, emperador del Imperio romano oriental, emitió un decreto en el que todos sus súbditos debían suscribir la creencia en la Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
“Autorizamos a los seguidores de esta ley a asumir el título de cristianos ortodoxos; pero en cuanto a los demás, ya que, a nuestro juicio, son locos tontos, decretamos que serán marcados con los nombres ignominiosos de herejes“, dictó el emperador Teodosio.
“El edicto definió la ortodoxia cristiana y puso fin a un animado y amplio debate sobre la naturaleza de la Divinidad; todas las demás interpretaciones fueron ahora declaradas heréticas”, señala el historiador Charles Freeman, autor de “381 d.C.: herejes, paganos y el Estado cristiano”.
“Por primera vez en mil años de civilización grecorromana el libre pensamiento fue suprimido sin ambigüedades”, destaca.
Lo que significaba “elección” bajo el reino de la Iglesia cristiana se transformó en “error”.
Cualquier cuestionamiento o desviación de la ortodoxia era herejía, en su nuevo significado.
“Elegir comenzó a ser visto como un mal. Más que un mal, era malvado”, dijo Nixey.
“En los textos sobre los herejes, a menudo se los representa como serpientes o como insectos. Son cosas que te perjudican. Son un veneno, una gangrena, algo que hay que cortar, quitar y destruir.
“San Agustín tiene una frase memorable. Dice que los herejes son aquellos a quienes la Iglesia evita como una mierda”.
La clasicista observó que aunque al principio, apenas 50 años después de que los cristianos llegaran al poder, pueblos enteros de herejes fueron masacrados en parte del Imperio, y textos como el Código Teodosiano, promulgado en 438 por Teodosio II, son la mayor evidencia de esta persecusión.
“El último libro está repleto de leyes contra los herejes. Dice que serán multados con esta cantidad de oro, serán azotados con plomo y pesas, perderán sus casas, perderán sus trabajos, serán expulsados de las ciudades, serán exiliados.
“Hay amenazas de violencia física, pero la presión social tiene un efecto poderoso, así que una de las primeras cosas que hacen para reprimir a los herejes es amenazar sus medios de vida”.
No obstante, “más tarde, en vísperas de la Inquisición, las cosas intensifican. En ese período, herejía es una palabra extremadamente peligrosa”.
Una transformación más
La acusación de herejía no se limitó a la doctrina puramente religiosa.
Las autoridades, señala Grant Bartley, editor de la revista Philosophy Now en “¿La verdad sobre la herejía?“, tenían razón en temer a los herejes.
Por un lado porque desafían el “‘pensamiento puro acorde con la verdad’ que las autoridades quisieran fomentar”, y por otro porque “si los herejes demuestran que las creencias oficiales y expresadas por la autoridad son erróneas, la autoridad pierde toda justificación”.
Eso explica que los cardenales de la Iglesia católica intentaran silenciar a Galileo.
La idea de que la Tierra gira alrededor del Sol, como aseveró el astrónomo italiano al que la Inquisición tachó de hereje, no ponía en peligro obviamente las almas de las personas, pero contradecía lo que la Iglesia entonces decía que era verdad.
Y eso amenazaba con mellar su poder, que se extendía en todos los campos.
Con el paso de los siglos, la palabra ‘hereje’ empezó a usarse no sólo para describir el desafío a una autoridad religiosa sino a autoridades de otros tipos.
En su segunda acepción en el Diccionario de la lengua española, aparece “Persona que disiente o se aparta de la doctrina o normas de una institución, una organización, una academia, etc.“.
Y no fue la única que cambió.
Su contraparte, ‘ortodoxo’, aparece en el mismo diccionario como “Conforme con la doctrina fundamental de un sistema político, filosófico, etc.” y “Conforme con hábitos o prácticas generalmente admitidos“.
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