CRÓNICAS. Madres de Nuestra Tierra
CRÓNICAS. Madres de Nuestra Tierra
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Fue la mujer indígena la madre de los primeros hispanoamericanos. Muchas veces fue tomada por la fuerza, como botín de guerra, como obsequio al español. Otras se entregó gustosa a ese hijo del dios sol, cuyo cabello dorado y ojos de color cielo le cautivaron. Si bien amó y a veces fue amada, rara vez se convirtió en esposa. Cualquiera fuere el caso asumió las tareas de la casa o del campo como algo natural, en total sumisión.
Los españoles por su parte se volvieron promiscuos y dejaron su simiente por donde pasaron, quizás nunca supieron de la existencia de aquellos hijos mestizos. La madre indígena prodigó todo su amor a ese hijo, con él compartió penas y anhelos, a él le heredó su cultura milenaria, los misterios de los astros, de los dioses, los rituales, el lenguaje de la Pacha Mama.
A la crueldad de la Conquista le acompañó la vorágine de los sentidos. Tratando de poner fin a tal situación, la Corona de España dispuso que se promoviera el matrimonio mixto y que la mujer española acompañara a su marido en el viaje al Nuevo Continente. Blanca y de formación europea, la española fue la madre de los hijos legítimos de aquel español que por medio del matrimonio monogámico ganó prestigio, pudiendo así acceder a cargos públicos.
El cambio social fue notorio. La española se convirtió en la “señora” que manejaba la casa de su esposo asentado en la ciudad como “vecino”. El hogar se convirtió en el eje alrededor del cual giraron los valores de la familia, el honor, el orden, las buenas costumbres, el férreo catolicismo. De español y española nacieron los criollos, en tanto la madre europea distraía añoranzas y llenaba soledades contándoles a sus hijos sobre su lejana Castilla.
Debido a que la población indígena fue decreciendo por abusos y enfermedades, la falta de mano de obra empezó a sentirse. Tratando de aliviar esa necesidad los portugueses trajeron a nuestro continente los primeros esclavos negros. Los reyes españoles hicieron lo mismo, dando preferencia a las etnias del centro de África. En el siglo XVI se contabilizaron 7.500 millones de mujeres indígenas, 42.000 españolas. Se calcula que entre 1500 y 1850 llegaron desde África más de 12 millones de esclavos, la mayoría mujeres.
El varón español en su libertinaje ya no solo tuvo esposa y se amancebó con indias, sino que con la esclava africana engendró mulatos. Ellos heredaron de su madre la tragedia de la esclavitud. Muchas veces la madre africana amamantó al niño blanco, aquel que era hermano del suyo. Sabedora que ninguno le pertenecía se aferró a los dos, fundiéndose en un solo abrazo que acallaba sus gemidos mientras su corazón latía al eco de los tambores de su amada África.
Desde México hasta la Patagonia y desde el Pacífico hasta el Atlántico, América Latina se convirtió en el centro del entrecruzamiento de razas más grande que registra la historia.
El criollo sintió el calor de nuestra Tierra y la amó. El mestizo intuyó que el criollo era su hermano aunque no le haya contado su padre, que el indio también lo era pues su rostro se parecía al suyo, y que el mulato igualmente era su hermano pues lo evidenciaba el matiz de su piel. Del amor maternal de la española, de la indígena y de la esclava africana nació el amor por la Patria, el anhelo de libertad y la decisión de obtenerla a costa de cualquier sacrificio.
Desde entonces, entre sumisión y rebeldía, entre paganismo y cristianismo, entre lo salvaje y lo dócil, entre lo misterioso y lo evidente, el color de nuestra piel ha ido modificándose hasta lucir el tono moreno actual que en diferentes matices nos identifica como hermanos, todos hijos de aquellas Madres de Nuestra Tierra, hermosas, espirituales, valientes, cariñosas, admirables.
Para todas las madres del mundo un afectuoso abrazo y un sonoro ¡Feliz Día de la Madre!
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