Comienza en Venezuela la campaña presidencial más incierta
Comienza en Venezuela la campaña presidencial más incierta
El presidente Nicolás Maduro saluda a la multitud, durante el mitin de lanzamiento oficial de campaña presidencial, en Caracas, (Venezuela), el 4 de julio de 2024. CRISTIAN HERNANDEZ (AP)
– La disputa entre Maduro y Edmundo González se juega entre el continuismo o el comienzo de una transición que ponga fin a 25 años de revolución bolivariana
Venezuela comienza la campaña electoral más incierta. El resultado será importante, porque determinará quién recibe el mandato para gobernar el país en los siguientes cinco años, pero lo es aún más lo que puede ocurrir a continuación.
El chavismo, de aceptar los resultados del 28 de julio, tendría que abandonar un poder que se ha convertido con el tiempo en absoluto: la llamada revolución bolivariana, ideada por Hugo Chávez a finales de los 90, controla todas las instituciones del Estado. Muchos creen que, a día de hoy, no se dan las condiciones para una transición que recupere los valores democráticos de la República y se acepte el turnismo. Estados Unidos y otros países como Colombia y Brasil negocian a contra reloj con Nicolás Maduro un acuerdo en el que quede por escrito que respetaría los resultados en el caso de que le fueran desfavorables.
Por ahora, según las encuestas más fiables, lo son. Edmundo González, el candidato de consenso de la oposición, lidera prácticamente todos los sondeos, en algunos con una diferencia importante. Maduro, después de un mes recorriendo el país, ha recuperado popularidad, que ha pasado del 19% al 25%. De acuerdo a fuentes cercanas al chavismo, el presidente también ha recibido en su despacho números alarmantes para sus intereses, pero todavía cree que puede darles la vuelta. El oficialismo tiene una red de simpatizantes importante conseguida a través del manejo de las ayudas sociales, como las cajas de comida CLAP. Además, la oposición no aparece en los medios locales, es probable que no tenga testigos en todos los colegios electorales y está dispersa en otros dos o tres nombres que le quitarán votos a Edmundo.
Seguidores del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro,
salen a las calles en Caracas, durante el arranque oficial de
las campañas presidenciales.
MIGUEL GUTIERREZ (EFE)
Que algo no va bien para el chavismo lo demuestra que hace dos días Maduro anunciara que retoma las conversaciones con la Casa Blanca. Esto ha dado pie a todo tipo de especulaciones. Hay quien cree que el oficialismo trata de ganar tiempo e incluso de posponer las elecciones. Otros, que busca una salida negociada y una especie de amnistía para sus jerarcas. Jorge Rodríguez, el operador político de Maduro, se reunió el miércoles por videollamada con representantes del Gobierno de Joe Biden y al acabar hizo una declaración en la que no dio muchos detalles concretos de lo hablado. Si las conversaciones son tan preliminares, resulta muy difícil pensar que estas puedan tener alguna incidencia el día de la votación. En paralelo, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, trata de hacer firmar a las partes un documento en el que se comprometan a reconocer los resultados y a no perseguir a los vencidos. Encajar todas estas fichas es un verdadero reto diplomático para todos los implicados. El destino de una nación está en juego.
En un hipotético caso de que el chavismo estuviera dispuesto a compartir el poder con otro actor más se abriría un periodo de incógnitas. Los más pesimistas -o realistas- creen que esto no va a ocurrir bajo ninguna circunstancia. ¿Por qué el oficialismo iba a marcharse, qué ganaría? Sería una forma de pacificar el país, que vive en permanente tensión desde hace 25 años: las partes están enfrentadas y sostienen posturas irreconciliables. Por el camino, el país ha sufrido una crisis económica brutal, lo que ha llevado a emigrar a siete millones de personas. Hablamos del mayor éxodo de la historia de América Latina. El chavismo ha mermado a la oposición con la detención de dirigentes, la inhabilitación de sus figuras más populares -como la de María Corina Machado, que mueve masas, pero que ha tenido que cederle su candidatura a Edmundo-, por lo que ha reducido al mínimo su margen de acción, más propio de un entorno autoritario. A esto se suman las grandes equivocaciones de los opositores, que han pasado años desunidos.
Llegado el caso de un cambio en el Palacio de Miraflores, la base de operaciones de los presidentes venezolanos, Edmundo González tendría por delante una misión gigantesca. De julio a enero seguiría presidiendo el país Maduro: en ese lapso podría pasar cualquier cosa. La Asamblea, donde el chavismo tiene una mayoría abrumadora, tendría un año más de mandato. Y le tocaría navegar entre unas instituciones cooptadas por el chavismo, la más importante de ellas el Ejército, donde impera una mentalidad revolucionaria, algo realmente sorprendente si se tiene en cuenta la historia castrense de la región. Petro intenta hacerle ver a Maduro, según fuentes consultadas, que salir por un tiempo del poder podría servirle al chavismo para reestructurarse en la oposición y regresar más tarde a Miraflores en un contexto de normalidad política similar a la de otros países del entorno. Venezuela abandonaría la condición de paria entre la comunidad internacional.
Los venezolanos, si se atienda a los sondeos, llegan agotados a estas elecciones. El proyecto revolucionario de Chávez vivió picos de prosperidad con el boom del petróleo a principios del 2000, pero después cayó en picado y los problemas se agudizaron después de su muerte, que dio paso a la era de Maduro. La carestía diaria es una losa que hace que el chavismo haya perdido muchos adeptos. Los expertos calculan que representan el 20% de la población, gracias a los cientos de miles de empleados públicos ahí colocados por su militancia y sectores populares todavía muy ideologizados. María Corina Machado y Edmundo, que hasta ayer era un desconocido, han recogido el descontento y son una verdadera amenaza electoral para Maduro. Queda el interrogante de si el presidente saldría por la puerta de Miraflores en caso de una derrota. Faltan 24 días para la votación, pero la respuesta a esa pregunta ronda la cabeza de todo el mundo desde este preciso instante.
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