“Canadá siempre quiere verse bien, como un país educado en el que no pasan cosas feas”
“Canadá siempre quiere verse bien, como un país educado en el que no pasan cosas feas”
La obra de Garry Gottfriedson ha sido incluida en antologías publicadas a nivel nacional e internacional.
Por Andrea Díaz Cardona
- A la pregunta ¿de dónde eres?, Garry Gottfriedson no responde con el nombre de un país, como suele ser la costumbre moderna
Él dice, en cambio, “soy de la nación Shuswap”.
Y aunque su comunidad, o nación, está ubicada a tres horas y media en auto desde Vancouver, para él resulta problemático reconocerse simplemente como canadiense.
“Mi identidad como canadiense es secundaria, viene después de mi identidad cultural, de mi identidad indígena”.
Garry tiene 62 años y, como miles de personas pertenecientes a los pueblos originarios, cuando era niño sufrió la crueldad de las escuelas residenciales (internados) manejadas por la Iglesia católica.
Desde 1863 hasta 1998, más de 150.000 niños indígenas fueron separados de sus familias y llevados a esos establecimientos del Estado, como parte de una política de asimilación forzada.
Garry tuvo suerte porque logró sobrevivir gracias al activismo de su familia.
Luego, su propia determinación lo llevó a ser el primer hombre de su comunidad en graduarse como bachiller y en obtener un título universitario, más tarde una maestría y recientemente dos títulos de doctorado honoríficos.
Estudió educación y escritura creativa, dedicó gran parte de su carrera profesional a trabajar en la academia y encontró en la poesía su lugar en el mundo.
Ahora, además de tener nueve libros publicados, celebra que su libro de poemas “Tierra y Lenguaje” ha sido traducido al español, una lengua que él decidió aprender en sus años de secundaria como un acto de rebeldía ante la imposición del inglés y el francés, las lenguas oficiales de Canadá, por encima del Secwépemctsin y el Sylix, las lenguas heredades de sus antepasados.
Garry conversó en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza en esa ciudad mexicana desde el 5 al 8 de septiembre.
¿Cómo es el territorio de tu comunidad y cómo fue crecer allí?
Mi territorio se encuentra en la parte central sur de la provincia de British Columbia. En nuestra lengua llamamos a nuestra tierra secwépemcullucw y tiene muchas características geográficas, desde selva tropical hasta desierto.
Crecí en una familia de ganaderos de rodeo por parte de mi padre, y por parte de mi madre en un contexto cultural muy arraigado, con nuestra cultura suburbana y las enseñanzas de nuestra gente.
Trabajamos con caballos desde muy temprana edad, así que siempre estábamos al aire libre.
Fue una parte realmente buena de mi vida que disfruté mucho.
Fue en ese mismo lugar en donde encontraron las tumbas relacionadas con las escuelas residenciales en 2021, ¿verdad?
Así es. Fue justo en mi comunidad. Encontramos como 215 tumbas.
Y recientemente, escuché de la comunidad, de nuestro jefe en el consejo, que descubrieron más.
Todavía hay mucho trabajo por hacer porque aún hay muchos niños desaparecidos que están siendo digamos “descubiertos”… Supongo que esa es la forma de decirlo.
Entiendo que esos niños, como tú, terminaron en esas escuelas porque sus padres no tuvieron otra opción
Exactamente. Había una ley federal canadiense que estuvo vigente hasta alrededor de 1996 y que establecía que todos los niños indígenas debíamos ir a una escuela residencial.
No teníamos más opción que ir allí.
De hecho, mi madre violó la ley porque decidió que nos sacaría. Esa es una historia muy interesante porque ella desafió abiertamente a Canadá y dijo: “Voy a sacar a mis hijos y los voy a poner en escuelas públicas”.
Pudo haber estado en prisión hasta por 60 años.
¿Y cómo se salvó de ir a la cárcel?
Bueno, porque mis padres se convirtieron en activistas políticos muy fuertes y porque era un tema muy polémico en el país.
Canadá no quiere que el mundo lo vea como un mal país o como una “mala persona”, siempre quiere verse bien, como un país educado en el que no pasan cosas feas.
Así que no querían agitar demasiado las aguas con las comunidades indígenas en ese momento en particular.
¿Te imaginas cómo se hubieran visto ante el mundo si arrestaban a una mujer que tenía 13 hijos y que también estaba luchando por otros niños?
Porque mi madre y mi padre acogieron a otros 39 niños, no solo éramos nosotros.
¿Cómo fue para ti entrar al sistema escolar público, que tampoco estaba enfocado en comunidades indígenas?
Creo que aprendí a adaptarme.
Tuvimos que aprender a actuar de manera diferente en los espacios públicos porque eran muy diferentes a nuestro hogar, y había diferentes reglas una vez salíamos del entorno doméstico
Yo me convertí en alguien callado y tímido, no hablaba mucho, me volví más un oyente, un observador, pero en mi entorno familiar con mis hermanos y hermanas era mucho más extrovertido.
¿Y cómo fue estudiar en una escuela residencial?
Durante los primeros cinco años de mi escolaridad estuve en una escuela residencial en mi comunidad y hubo un gran conflicto entre el catolicismo y nuestras enseñanzas culturales.
El primer año, los más jóvenes tuvimos que quedarnos en la escuela residencial a dormir pero luego cambió: nos dejaban dormir en nuestras casas y nos recogían en un autobús todos los días.
En la escuela había mucho abuso, nos maltrataban físicamente y solo aprendíamos sobre catolicismo y jardinería.
Mis hermanos y hermanas mayores tuvieron que aprender a trabajar en la parte de panadería, o de carpintería. A uno de mis hermanos le cortaron tres de sus dedos.
Tampoco nos alimentaban lo suficiente, nos daban una cantidad mínima de comida.
Después de pasar por tanto dolor, ¿cuál es tu relación hoy con la Iglesia católica?
No tengo ninguna relación con ellos. Me llevó muchos, muchos años superar mi enojo.
Pero antes de que mi madre muriera, creo que se dio cuenta de que yo tenía muchos problemas de ira relacionados con la Iglesia.
Y una de las cosas que me dijo antes de morir fue “la iglesia en sí y la ceremonia de la iglesia es algo bueno. Lo que está mal es que la gente que está a cargo de ella, que la dirige. Debes entender que hay una distinción allí”.
Una vez que mi madre me explicó eso, lo pensé durante mucho tiempo y me di cuenta de que es verdad.
Así que no me enojé mucho más con la Iglesia, pero sí con la gente que estaba en los internados y que abusaba de nosotros.
El lenguaje ha sido una especie de vehículo que te ha permitido transitar esa rabia, ¿en qué momento de tu vida descubres ese poder o esa herramienta?
Para mí el lenguaje se convirtió en algo más cuando entré a la escuela pública. Estaba en una gran desventaja porque no sabía leer ni escribir, así que estaba muy por detrás de otros niños en la misma escuela.
Y no fue hasta que llegué al décimo grado, como once años después, que realmente aprendí a leer bien, comprendiendo lo que leía.
Fue gracias a una profesora muy buena, llamada Celia Haig-Brown, que se interesó por mí y me incentivó a la lectura.
Cuando descubrí lo que podían hacer las palabras no pude parar de leer porque apareció un mundo completamente nuevo para mí.
¿Y cuándo empezaste a escribir?
Cuando comencé a comprender cómo pensar críticamente y cómo analizar el sistema canadiense bajo el que me vi obligado a vivir.
Empecé a analizar críticamente nuestra situación y a comprender la ira y las corrientes subyacentes que estaban hirviendo dentro de mí.
No tenía un terapeuta, ni un psicólogo al que acudir. No tenía a nadie en la comunidad a quien acudir.
Podía hablar con mis hermanos, mis hermanas, mis primos y otros miembros de la comunidad sobre nuestra experiencia, pero no podíamos articularlo para que pudiera expresarse más allá de la familia o de la comunidad.
Entonces empecé a escribir, comencé a articularlo a través de la escritura creativa.
Y luego escribí un par de libros de historia sobre el proceso colonial. Fui coautor de algunos libros de historia para aportar a la comprensión sobre cómo se desarrollaron estas cosas dentro de Canadá y cómo afectaron a nuestras comunidades.
En ese sentido, ¿crees que el dominio del lenguaje y el acceso mismo a la complejidad del lenguaje pueden verse como una especie de privilegio?
Es una muy buena pregunta porque nunca había pensado en el lenguaje como un privilegio.
El privilegio muchas veces es algo que te dan, y en mi contexto tuve que trabajar muy duro para llegar a donde he llegado porque estuve siempre atrás de los demás estudiantes, incluso en la universidad.
En ese sentido, no lo veo como un privilegio, pero sí como un arma poderosa que se puede usar de una forma muy buena para crear una revolución artística que tenga continuidad.
Como el brasileño Paulo Freire, que utilizó el lenguaje de esa manera y algunos poetas latinoamericanos que hacen lo mismo: usan el lenguaje como una herramienta para poder sacar a la superficie cuestiones que la persona común experimenta, pero que nunca han sido articuladas.
Ahora, en esta etapa de mi vida en la que ya estoy retirado, puedo decir que soy privilegiado por haber pasado por ese proceso. Eso sí lo puedo decir.
En ese proceso ¿por qué decidiste seguir por el camino de la poesía y no por el de otro tipo de escritura?
Empecé a escribir tarde en mi vida y no fue hasta los 30, cuando creo que empecé a escribir poesía.
Conseguí un trabajo en una de las ciudades del sur de British Columbia donde una escritora muy conocida en ese momento llamada Jeanette Armstrong, organizaba todos los viernes por la noche lecturas y ahí algunas personas leían poesía.
Yo no sabía nada de poesía, pero me gustaba ir porque quería estar con mis amigos y disfrutar de las visitas. Era una especie de salida social para mí.
Un viernes Jeanette me dijo que tenía que leer algo. Le dije que no me gustaba, que yo no escribía, así que me dio un libro de una poeta llamada Joy Harjo, que es de la comunidad Creek Muskogee. El título era She Had Some Horses (“Ella tenía unos caballos”).
Y cuando comencé a leerlo en voz alta, oh Dios mío, me enamoré de la poesía por las imágenes. Desde ahí comencé a escribir en pequeños trozos de papel y luego uno de mis amigos empezó a pasar esos escritos a máquina.
Fue así como conseguí una beca de escritura creativa.
Mis amigos, sin decirme, enviaron mis escritos al Instituto Naropa, donde trabajaba Allen Ginsberg y otros poetas muy famosos en ese momento. Me gané la beca, empecé a aprender a escribir poesía y desde entonces he estado escribiendo.
Y ahora, años después, también podemos leerte en español…
Increíble, no esperaba que eso sucediera de ninguna manera, no me lo propuse y ha sido emocionante.
Curiosamente tengo una audiencia más grande en América Latina y a nivel internacional que en Canadá, y ahora que llego al español, me siento como cuando te enamoras por primera vez, te emocionas mucho por estar cerca de esa persona.
Así es para mí ahora mismo que mi trabajo salga en español, como un enamoramiento recién nacido.
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