Las personas con depresión tienen una red del cerebro dos veces mayor que las sanas
Las personas con depresión tienen una red del cerebro dos veces mayor que las sanas
El estudio ha identificado una serie de regiones del cerebro que tienen casi el doble de tamaño en las personas con depresión.
Justin Paget (Getty Images)
– Un sistema de neuroimagen también identifica cambios en las conexiones de esa red asociadas a la ansiedad o la falta de deseo
Aunque hay una serie de síntomas que permiten identificar la depresión, como la falta de energía o la pérdida de interés por la vida, no se sabe bien qué sucede en el cerebro cuando alguien se deprime. Pese a la aparición de técnicas como la resonancia magnética funcional (fMRI), que mide cambios en el flujo sanguíneo del cerebro y los relaciona con distintas funciones, no se han encontrado diferencias importantes en la estructura o en las conexiones de este órgano entre personas sanas y deprimidas. Si se pudiesen identificar los rasgos propios de las personas enfermas, se razona, sería posible entender mejor qué produce la enfermedad y cómo curarla.
Hoy, la revista Nature publica el trabajo de un equipo internacional de científicos liderado por Charles Lynch y Conor Liston, de la Universidad Cornell (EE UU), en el que identifican una serie de regiones del cerebro que tienen casi el doble de tamaño en las personas con depresión. Estas regiones se agrupan en lo que se conoce como red de saliencia frontoestriatal, que conecta áreas más superficiales del cerebro, como la corteza prefrontal, que necesitamos para razonar, con regiones que se encuentran debajo y son fundamentales para la regulación del estado de ánimo o para procesar la información que recogen nuestros sentidos. En conjunto, esta red desempeña un papel crucial identificando y procesando estímulos relevantes (los que son salientes), como el olor de una comida que nos gusta o los indicios de una situación peligrosa, y está implicada en la regulación del comportamiento orientado a objetivos, la toma de decisiones y la adaptación a cambios en el entorno.
Hasta ahora, los estudios con fMRI había hecho comparaciones entre grupos de personas deprimidas y sanas, haciendo medias entre ellas, y no se habían encontrado diferencias importantes entre unos y otros. El equipo de Lynch y Liston obtuvo su novedoso resultado gracias a una técnica innovadora, de mapeo funcional de precisión, con la que se observó a pocos pacientes durante muchas sesiones espaciadas, para poder reconstruir lo que sucede a nivel cerebral durante las épocas buenas y malas de alguien con depresión. “Los estudios tradicionales miran en dos instantes y no te dan una perspectiva total de lo que está pasando. En este estudio se mira en pocos sujetos y se caracteriza muy bien la evolución a lo largo del tiempo”, explica Cesar Caballero-Gaudes, investigador del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje, en San Sebastián. Su equipo proporcionó medidas de la misma calidad y tomadas con el mismo método de personas sanas con las que el grupo de Cornell puedo comparar a sus personas deprimidas.
Con este seguimiento, los científicos quisieron ver si el tamaño de la red era distinto cuando la persona estaba bien y cuando estaba baja de ánimo. Descubrieron que no cambia y que tampoco se puede modificar con tratamientos antidepresivos como la estimulación magnética transcraneal, que aplica campos magnéticos sobre el cuero cabelludo para modular la actividad del cerebro. En todos los casos, el tamaño de la red permaneció estable. Además, escriben los autores, ni la gravedad de la crisis depresiva ni el número de episodios se podía relacionar con diferencias en el tamaño de estas regiones cerebrales. Según comenta Caballero-Gaudes, esta estabilidad “podría tener una utilidad diagnóstica”, porque, “en niños, se observó que los que después desarrollaron síntomas depresivos ya presentaban una expansión de la red de saliencia antes de mostrarlos”.
Se ha visto que el tamaño, la forma o la ubicación de las redes funcionales del cerebro está controlada, en parte, por la genética, pero también por nuestras experiencias o por la influencia ambiental. “Un ejemplo extremo de una influencia ambiental que ayuda a ilustrar esta idea es que diferentes partes del cuerpo tienen una cierta cantidad de espacio dedicado en la corteza motora primaria”, explica Charles Lynch. “Si una persona sufre la amputación de un brazo, la representación del miembro amputado en la corteza motora se contraerá, mientras que el tamaño de la representación del miembro intacto, compensatorio, aumentará”, añade.
El hecho de que la expansión de la red de saliencia esté presente desde etapas tempranas del desarrollo cerebral y varios años antes de los primeros síntomas de depresión sugiere una fuerte base genética, aunque este hallazgo no descarta la posible contribución de factores de estrés o experiencias en la vida temprana. “Esto es algo que esperamos investigar ahora”, indica Lynch. El investigador de Cornell especula con la posibilidad de que tener experiencias procesadas por la red de saliencia demasiado a menudo, como las que nos dan un placer inmediato o la dirección de nuestra atención hacia información relevante, positiva o negativa, podría contribuir a síntomas depresivos, como la falta de deseo o una atención exagerada a aspectos negativos de la vida y a cosas que nos dan miedo.
Aunque el tamaño de la red no variaba con los síntomas de la depresión, un análisis más profundo de algunos pacientes, a los que se observó durante un año y medio, en algún caso con hasta 62 resonancias, permitió ver que sí había cambios funcionales entre los nodos de la red que se podían relacionar con la pérdida de deseo o la ansiedad. Esto, según los autores, sugiere que la red de saliencia juega un papel crucial en la depresión, no tanto por cambios estructurales, sino por cómo sus nodos se comunican durante diferentes estados emocionales.
“Existen múltiples implicaciones clínicas potenciales a largo plazo, pero al mismo tiempo, es importante dejar claro que no esperamos que los escáneres cerebrales se utilicen para diagnosticar la depresión”, apunta Lynch. “Aún queda mucho trabajo por hacer, como determinar cómo de específico es este efecto para la depresión en comparación con otros tipos de enfermedades psiquiátricas”, añade. “Sin embargo”, concluye, “a corto plazo, creemos que sería posible incorporar información sobre cómo están organizadas estas redes funcionales del cerebro en individuos con depresión para ajustar [en tratamientos personalizados] la forma en que aplicamos terapias de estimulación cerebral, como la estimulación magnética transcraneal o la estimulación cerebral profunda”.
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