América Latina pasa menos hambre que el promedio mundial por primera vez en una década
América Latina pasa menos hambre que el promedio mundial por primera vez en una década
– Una veintena de países tiene una alta exposición a eventos climáticos extremos y más de 41 millones de latinoamericanos sufren inseguridad alimentaria, según un informe de Naciones Unidas
América Latina da de comer a más de 1.500 millones de personas en el mundo; uno de cada siete. Pero, al menos 41 millones de latinoamericanos pasan hambre. Estas son algunas de las contradicciones que azotan al continente más desigual del mundo. Sin embargo, durante los últimos dos años, esta región ha visto descender -lenta, pero continuamente- su porcentaje de inseguridad alimentaria a límites inferiores al promedio mundial; un 28,2%, frente al 28,9% global. Esta es la primera región del mundo en hacerlo en la última década y la única del mundo que bajó estos indicadores en 2023, según indica el Panorama regional de seguridad alimentaria y la nutrición de 2024, publicado en Santiago de Chile este lunes por cinco agencias de las Naciones Unidas. Cerca de 20 millones de personas dejaron atrás el hambre de 2022 a 2023. A pesar de que estas buenas noticias parecen indicar una tendencia, los expertos alertan de que las deudas son aún muchas y subrayan su preocupación frente a la malnutrición y la obesidad infantil, desafíos urgentes en América Latina y el Caribe.
Mario Lubetkin, subdirector general y representante regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) para América Latina y el Caribe, insiste en acercar la lupa a la hora de hacer una lectura de los datos. Si bien el informe trae datos positivos para la región, esta avanza en la erradicación del hambre a diferentes ritmos. Sudamérica es la subregión que más ha mejorado estos datos, frente a Centroamérica, que se mantiene igual, y el Caribe que retrocede en la materia. El 58,8% de la población en el Caribe vivía en situación de inseguridad alimentaria en 2023, más del doble que en América Central y que en América del Sur. Para el experto, lo que ha inclinado la balanza entre unos y otros es el impacto del cambio climático. “Después de tantos eventos climáticos adversos que han azotado el Caribe y Centroamérica, es como si la región estuviera partida en tres. Y eso no pasaba antes”, narra por teléfono.
El estudio, realizado por la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Programa Mundial de Alimentos y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), hace hincapié precisamente en la relación entre inseguridad alimentaria y cambio climático. Al menos 20 países de la región tienen alta exposición a eventos climáticos extremos, y 14 son vulnerables. Rossana Polastri, directora regional de la división de América Latina y el Caribe del FIDA, pone el foco en este círculo vicioso. “Los fenómenos extremos y la variabilidad climática reducen la productividad agrícola porque dañan los cultivos o afectan a su rendimiento. Si se producen menos alimentos y se dificulta su distribución, los precios se encarecen y las dietas saludables son menos accesibles”, explica por correo. Esta reducción en la disponibilidad y asequibilidad de los alimentos ha llevado a un aumento de la prevalencia del hambre. El informe muestra que, entre 2019 y 2023, el hambre aumentó en 1,5 puntos porcentuales en los países afectados por eventos climáticos extremos. Y es que América Latina y el Caribe es la segunda región del mundo con mayor exposición a fenómenos climáticos extremos, después de Asia.
María Dolores Castro, directora regional del Programa Mundial de Alimentos del continente, fue demoledora en su intervención durante la presentación del informe. “Bolivia vio devastada por los incendios un área similar a Corea del sur. En Brasil, fue de un tamaño similar al de Italia. El huracán Beryl fue devastador y se convirtió en el huracán de categoría 5 más prematuro de la historia. Esto está haciendo que producir alimentos, transportarlos y poner un plato en la mesa sea cada vez más difícil donde ocurren estos fenómenos. Tenemos que prepararnos”.
Como suele pasar, las poblaciones más empobrecidas son las más sacudidas. Son a quienes se les dificulta comer las correctas proporciones de alimentos frescos y dejar a un lado los ultraprocesados. El 27,7% de la población de la región -casi 183 millones de personas- no pudieron permitirse una dieta saludable en 2022. De acuerdo con las últimas cifras de la Cepal, la media diaria para alcanzar una dieta equilibrada en la región ronda los 4,56 dólares. Una cifra que alcanza los 5,16 en el Caribe, mientras que el promedio mundial no llega a 4 (3,96). Este coste es imposible para quienes viven con un salario mínimo en países como Argentina (6 dólares al día), Brasil (8 dólares al día), Perú (8,6 dólares al día) o Colombia (9 dólares al día).
Lubetkin insiste en que el hambre no es el único problema, sino la malnutrición y la obesidad, sobre todo la infantil. “Este es un problema exponencial y relativamente nuevo, antes no se daba”, dice. “Actualmente, casi nueve niños menores de cinco años tiene sobrepeso”. Esta es una cuestión que preocupa especialmente a Karin Hulshof, directora regional de Unicef. “Los niños, niñas y adolescentes enfrentan simultáneamente la desnutrición, la falta de micronutrientes imprescindibles y sobrepeso. Esto refleja la complejidad de la situación”, dijo en la rueda de prensa de la publicación del informe. “Exigimos acciones urgentes y organizadas para mitigar el impacto del cambio climático y fortalecer resistencia de sistemas agrícolas”.
Al ver tan notoriamente la relación entre inseguridad alimentaria y cambio climático, la pregunta es evidente: ¿se está preparando la región lo suficiente para adaptarse a lo que viene? Si bien todos los expertos inciden en los esfuerzos que se han dado en el continente, reclaman que no se están dando con la “premura” necesaria. “No se está a la altura del conjunto de elementos de adaptación y resolución que debería de tener hoy en la región”, añadió Lubetkin, quien nombra varias medidas claves para la resiliencia: producción sostenible, sistemas de alerta temprana, seguros agrícolas, protección social y diversificación de cultivos resistentes. “Tenemos que ir a fondo en todos los componentes del hambre y malnutrición. Y las medidas de respuestas se toman pero no con la inversión y prioridad necesarias”.
Polastri concuerda. “Debemos invertir más y de manera más inteligente”, zanja. Para ella, habría que dirigir los recursos a las áreas rurales, donde más rezagada está la financiación. En el mundo, los pequeños agricultores solamente reciben 0,8% de toda la financiación climática. “América Latina alberga el 40% de la biodiversidad mundial. Los pequeños productores y los pueblos indígenas y afrodescendientes tienen un papel fundamental en la preservación, puesto que conocen multitud de especies locales que tienen una mayor resistencia frente al cambio climático”, argumentó. “Diversificar los sistemas producción incorporando este tipo de semillas y especies nativas es una medida clave para mitigar los riesgos climáticos, pero también para promover el acceso local a una alimentación saludable y balanceada”.
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