Un día sin inmigrantes en Estados Unidos
Un día sin inmigrantes en Estados Unidos
– En el país trabajan casi 30 millones de extranjeros, el 20% de toda la población activa. Juntos, con y sin permisos, sostienen sectores claves para la economía nacional. Si un día no estuviesen, como sueña Donald Trump, las consecuencias serían devastadoras
El pasado 3 de febrero hubo un paro de inmigrantes: a lo largo de todo Estados Unidos, numerosos negocios permanecieron cerrados, niños no fueron a la escuela y trabajadores no se reportaron a sus puestos. Fue una protesta contra el Gobierno de Donald Trump, que en menos de tres semanas en el cargo se ha centrado en atacar, criminalizar y aterrorizar a la comunidad migrante con una avalancha de políticas en su contra. La protesta del pasado lunes se viralizó tanto que se ha convocado otra para el 3 de marzo y es probable que sigan haciéndose cada mes. Los organizadores buscan que todos los inmigrantes del país —más de 47,8 millones— se queden en casa durante un día, para así mostrar lo que sería una jornada sin ellos. Porque si el presidente lograse su objetivo, en Estados Unidos no habría inmigrantes: se deportaría a todos los que hayan entrado al país de forma irregular y se revocarían las protecciones legales de aquellos que han logrado regularizar su estatus.
Pero si un día todos los inmigrantes del país desaparecieran, las consecuencias económicas serían devastadoras. Porque Estados Unidos es una nación hecha por inmigrantes. Ya en 2023, cerca de una quinta parte de la población activa era de origen extranjero: de los 160,2 millones de empleados, unos 29,7 millones eran inmigrantes, según la Oficina del Censo. Esa cifra incluye a cualquier trabajador que haya nacido fuera del país: los ciudadanos naturalizados, los residentes permanentes, los refugiados y asilados, los indocumentados. Sobre este último grupo, se sabe que en 2022 eran 8,3 millones, casi el 5% de la población activa entonces, de acuerdo con el Centro de Estudios Pew. Juntos, con y sin permiso para ello, trabajan en todas las industrias y sostienen sectores claves, como el de servicios profesionales y empresariales, en el que suman 4,7 millones de empleados, o el de fabricación, en el que representan el 20,2% del total de trabajadores. Contribuyen con billones de dólares a la economía del país, y si un día no estuviesen, como sueña Trump, el país se quedaría paralizado.
A continuación, se ha imaginado ese escenario.
¿Quién cuida a su bebé?
Carolina no quiere “sonar trágica”, pero si un día todos los inmigrantes del país faltaran, los recién nacidos a los que atiende simplemente no tendrían a nadie que se ocupara de ellos. La colombiana, de 33 años, es una especialista en cuidados neonatales y ofrece sus servicios a padres a lo largo de todo el país. Con acuerdos de tres a seis meses, vive con las familias que la contratan y se ocupa de cuidar a sus bebés desde 12 horas al día hasta 24. Se hace cargo de todo: “Levantarlos, cambiarlos, alimentarlos o bañarlos”, cuenta por teléfono desde Vermont, donde está contratada actualmente.
La colombiana llegó a Estados Unidos en 2017 y ya es ciudadana tras casarse con un estadounidense. Pero si la Administración Trump le revocara su ciudadanía —lo cual a este punto no sería una sorpresa, dado que el presidente ya ha intentado acabar con el derecho a la ciudadanía por nacimiento, por ejemplo—, las familias con las que trabaja estarían devastadas. “Mi ausencia tendría un gran impacto. Se notaría en todo: en su vida cotidiana, a nivel emocional, psicológico, financiero. Porque ellos confían en mí y saben que sus bebés van a estar bien”, asegura.
En 2023, había 5,5 millones de inmigrantes como Carolina trabajando en el sector de servicios educativos, sanitarios y de asistencia social, según cifras de la Oficina del Censo. Se trata de la industria —que al año contribuye 2,3 billones de dólares al PIB nacional— con mayor cantidad de trabajadores de origen extranjero: el 18,4% de todos los empleados inmigrantes en el país laboraban hace dos años en este sector, que también incluye a maestros como Andy y Julia.
Las aulas se quedan vacías
Andy es profesor de matemáticas en una escuela secundaria de Queens, Nueva York. Pero el ecuatoriano, de 33 años, que migró a Estados Unidos junto a sus padres cuando tan solo tenía siete, es mucho más que un maestro: “Soy una de las primeras caras que los estudiantes ven cuando llegan a la escuela, y al verlos puedo saber si algo les ha pasado. Y si es el caso, soy la persona que les pregunta si quieren hablar de ello o si necesitan algún tipo de ayuda”, cuenta. En un colegio donde el 90% de los alumnos son hispanos, si un día el país se vaciara de inmigrantes, no solo faltaría Andy, sino que su escuela quedaría desolada.
Él ya obtuvo su ciudadanía, pero Julia, también maestra, aún está empezando la larga odisea hacia ella. La cubana, de 26 años y que prefiere omitir su nombre real, llegó a Estados Unidos hace solo 10 meses. Lo hizo gracias al programa de libertad condicional humanitaria, más conocido como parole. Los beneficiarios de este estatus ingresan al país de forma legal y tienen dos años de estancia y permiso de trabajo. En el caso de los cubanos como Julia, tras estar en el país durante 12 meses, pueden también solicitar la residencia permanente y eventualmente la ciudadanía. Pero para Julia esa posibilidad está en el aire: el Gobierno de Trump ha advertido que está buscando la manera de dejar sin protección legal a quienes hayan migrado al país como parolees, como se conoce a quienes están acogidos al programa.
Esa es la realidad en la que Julia se levanta todos los días y va a trabajar como maestra asistente en un colegio primario de un pequeño pueblo del este de Texas, cerca de la frontera con Luisiana. Es el único centro educativo bilingüe en la zona, la cual Julia describe como “muy republicana”, “muy conservadora”. “En la escuela somos cuatro maestras de origen latino. Somos básicamente el puente entre el estudiante y las familias que no habla aún inglés y el resto de profesores”, cuenta por teléfono.
“En un contexto como el que estamos viviendo, que existan maestros de origen hispano es muy importante para los niños que se están integrando a esta sociedad”, asegura la cubana. “Para que no se sientan solos y se puedan asimilar. Por ejemplo, de mis 14 estudiantes solo un tercio son americanos. Los demás son latinos, y de ellos tengo cuatro que llevan como seis meses en Estados Unidos”, agrega. Y es que en un hipotético día sin inmigrantes, en la escuela de Julia, al igual que en la de Andy, no solo no faltarían algunos maestros: tampoco habría estudiantes.
Se fue la luz y no hay quien la vuelva encender
El segundo sector con mayor cantidad de trabajadores de origen extranjero —4,7 millones en 2023— es el de servicios profesionales, empresariales, administrativos y gestión de residuos y descontaminación. Esta industria es la que más contribuye a la economía estadounidense, por encima de cualquier otra: suma 3,5 billones de dólares al año, es decir, el 13% del PIB del país. En un día sin inmigrantes, este sector se quedaría sin el 22,9% de sus empleados. La basura se acumularía en las calles del país, las empresas quedarían inoperativas sin sus equipos administrativos y cualquier caída en el servicio eléctrico podría provocar un apagón generalizado sin suficientes electricistas para remediarlo.
La construcción se paraliza
Las voces de Ulani y Janet resuenan por encima del rugido de la construcción. “¡Dale, vamos!”, grita Ulani. Junto a Janet, la joven puertorriqueña de 22 años está dirigiendo la entrada y salida de camiones en una obra gigantesca en Brooklyn, donde se está levantando una nueva cárcel del tamaño de una cuadra. Las mujeres son bandereras, o flaggers, por lo que están encargadas de controlar el tráfico, gestionar las entregas de materiales y garantizar la seguridad de tanto los trabajadores como de los peatones y conductores.
“Si un día no estuviésemos, todo esto se pararía”, asegura Ulani una mañana de febrero en la que la temperatura no supera los cero grados. “De hecho, la semana pasada estuve enferma y fue una mierda para el equipo. Todos desempeñamos un papel, todos trabajamos juntos, pero en cuanto falta una persona toda la cadena se viene abajo”, añade. Ulani y Janet, mexicana de 35 años, trabajan 13 horas al día, desde las siete de la mañana, casi todos los días de la semana. Su equipo las “necesita” y “depende” de ellas, dice Janet.
En 2023, el 29% de todos los trabajadores empleados en la construcción eran inmigrantes, con un total de casi 3,3 millones de extranjeros, una cifra que convierte a este sector en el de mayor proporción de trabajadores inmigrantes. Pero en este worksite de Brooklyn, representan del 50% al 60% de la cuadrilla, según uno de los capataces de Ulani y Janet, también migrante. Si él, Ulani, Janet y todos los otros trabajadores extranjeros desaparecieran de un día para otro, la obra colapsaría, como muchas otras.
Pero no se trata solo de las tareas laborales que se quedarían pendientes si no estuviesen. También sufrirían sus compañeros de trabajo: “Los que trabajamos aquí hemos creado un vínculo de hermandad entre todos, si yo no estuviese aquí un día, me echarían en falta”, cuenta Janet. Y sus familias se quedarían sin sustento. “Yo tengo tres hijos, de 3, 11 y 14 años, tengo un esposo, tengo a mi madre y a mis hermanos aquí, todos dependemos del sueldo que ganamos para mantenernos a flote”, agrega la mexicana. Janet llegó a Estados Unidos en 2016 para solicitar asilo y ahora cuenta con una visa que le permite trabajar de forma legal.
La cadena de fabricación descarrila
Faltarían 6,2 millones de empleados del sector de fabricación y el de comercio al por mayor y al por menor en un día sin inmigrantes. Las fábricas se quedarían sin el 20,2% de su plantilla, las tiendas sin el 15,5% y cientos de miles de familias sin cómo llegar a fin de mes. En una industria como la de fabricación, que aporta 2,65 billones de dólares a la economía del país, el 10,3% del PIB nacional, el impacto económico sería considerable.
Hoy no se sirve café ni almuerzo
Son casi las 11 de la mañana y se supone que el ajetreo matutino ya haya pasado, pero Jessica no para. No puede: la camarera venezolana es la única que trabaja en esta pequeña pero bien situada cafetería en la que el flujo de clientes no cesa. En el local ubicado en Downtown Brooklyn, a solo un par de paradas de la isla de Manhattan, solo trabajan tres personas: dos hombres en la cocina y Jessica al frente. “Si no estuviésemos aquí, el restaurante no abriría. No solo porque todos los que trabajamos somos inmigrantes hispanos, pero porque el propio dueño lo es también”, cuenta Jessica mientras sirve cafés y toma órdenes.
Jessica, de 41 años, migró a Estados Unidos desde Caracas hace 15. Durante cinco de esos años estuvo en el país de forma irregular. Ya tienes sus papeles en orden —”gracias a Dios”— y lleva ocho años trabajando en este restaurante. Si un día no pudiese hacerlo, se vería “perjudicada”. “Y nuestras familias también. Nosotros venimos acá y se vive al día. Es difícil, más con la economía como está, que ya casi nadie tiene dinero ahorrado y lo poco que teníamos se ha ido yendo”, señala. Octavio, compañero en cocina, también venezolano, de 49 años, agrega que los migrantes vienen a Estados Unidos a trabajar. “Por eso es que este país triunfa”, sostiene. En su caso, llegó hace 22 años, y durante la mitad de ese tiempo estuvo indocumentado.
Como Jessica y Octavio, en 2023 había tres millones de migrantes trabajando en el sector de ocio y hostelería, o el 10,5% de todos los migrantes en el país. Para aquel entonces, eran el 21% de todos los empleados de esta industria. Sin ellos, los restaurantes del país se quedarían sin meseros, sin cocineros, sin deliveries, sin lavaplatos…
¿Y quién recoge la cosecha?
Existe la idea errónea de que la mayoría de los inmigrantes en Estados Unidos trabaja en la agricultura, sembrando los campos y recogiendo las cosechas. Pero la realidad es que menos de 500.000 inmigrantes están empleados en el sector de la agricultura, silvicultura, pesca y caza, según datos oficiales de 2023, aunque diversas organizaciones apuntan a que esa cifra es realmente mucho más alta.
No obstante, constituyen una parte importante de esa mano de obra: al menos el 20% de los trabajadores en esta industria nacieron en el extranjero, de acuerdo con la Oficina del Censo. Entidades como Farmworker Justice (Justicia Campesina) colocaban ese porcentaje en 68% en 2020. En su Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas de ese año, esta organización encontró que el 44% de ellos eran indocumentados, una cifra que también opinan debe ser un subregistro. Es por ello que, cuando la Administración tantea redadas masivas, los campos se vacían y sus trabajadores tiemblan.
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