CRÓNICAS. “Los Pequeños Inmigrantes”
CRÓNICAS. “Los Pequeños Inmigrantes”
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Al terminar la Primera Guerra Mundial Gran Bretaña experimentaba pobreza, igual sucedió con la mayoría de los países involucrados. Esta circunstancia afectó especialmente a los niños, muchos de ellos quedaron huérfanos, solos, hambrientos, enfermos, harapientos, heridos. Algunos habían sido víctimas de abuso sexual y la explotación de sujetos inescrupulosos. Otros tenían familiares cercanos pero dispersos por la afectación en los hogares o por el éxodo propio de los conflictos bélicos.
En medio de semejante desgracia no faltó gente bondadosa que recogió cuantos niños pudo y los llevó a las iglesias, donde se los acogió con cariño, se les brindó alimento, algo para vestir, algún auxilio de salud, un techo más o menos seguro.
Con el transcurrir de los días los niños fueron trasladados a orfanatos estatales, lo cual agudizó el hacinamiento y las condiciones de escasez que existían en dichos centros debido a que no contaba con medios económicos.
Forzado a buscar una solución, al gobierno británico se le ocurrió algo fácil: “exportarlos” a Australia, Estados Unidos y Canadá, con el argumento de que en esas tierras llenas de un promisorio futuro serían acogidos por familias intachables que les proporcionarían cariño, amparo, estabilidad, educación. La medida, además de inhumana, incurría en una falta: el gobierno nunca comunicó a los familiares de los pocos niños que los tenían que serían enviados al exterior.
A los niños tampoco se les permitió despedirse de los suyos, simplemente los embarcaron hacia un rumbo desconocido al que llegaron cargados de traumas, temores, sufrimientos. Muchos fueron forzados a separarse de sus hermanos.
El grupo que llegó a Canadá lo hizo a bordo de un buque británico. Los niños llegaron a Quebec luego de diez días y de allí fueron repartidos por el inmenso territorio canadiense. El arribo de los huérfanos no sorprendió a Canadá, desde 1869 los recibía y lo seguiría haciendo hasta 1948. La única diferencia en esta vez fue que se les puso el nombre de “Los pequeños inmigrantes”, el menor tenía 4 años de edad y el mayor 16.
A los pocos afortunados les ubicaron con familias que efectivamente les brindaron cariño, amparo, estabilidad y un futuro promisorio. Ellos han podido contar historias de finales felices a sus hijos, nietos y bisnietos.
Otros tuvieron que empezar su vida haciendo “camino al andar” en tierra extraña, junto a personas que no les brindaron un hogar sino que vieron en ellos la solución a la falta de mano de obra, el principal problema de aquella época; el alivio a las duras tareas de las granjas o de las agotadoras tareas domésticas.
Al abuso, maltrato, explotación, humillación, se les sumó la negativa del acceso a la educación, o el simple volver a ver a hermanos o conocidos con los cuales habían arribado a suelo canadiense.
Iguales experiencias tuvieron los niños exportados a Estados Unidos y Australia, de manera que al convertirse en adultos, en los tres países buscaron despejar incógnitas sobre sus familias. Como era lógico, acudieron a las agencias británicas, pero éstas les negaron toda información.
Recién en 1996 esa actitud cambió. Conscientes del derecho de los huérfanos exportados y de sus descendientes a conocer su pasado, nuevos funcionarios les ayudaron y hasta criticaron el proceder de su gobierno. Ellos les abrieron los archivos institucionales y les facilitaron toda clase de información. Algunos de los afectados pudieron viajar a Gran Bretaña y reencontrar a sus familiares, otros prefirieron no hacer esa diligencia por considerar que era demasiado tarde.
Actualmente en el mundo, muchos niños sufren similares o aún más crueles experiencias producto de nuevos conflictos bélicos, intereses económicos, ambiciones, prejuicios raciales, deportaciones y lo peor, ser separados de sus progenitores en forma intencional, para ser encerrados en jaulas donde sufren toda clase de penurias y abusos, o terminan en casas desconocidas o lugares tan inciertos como su futuro.
Ojalá los líderes del mundo y los mandatarios de ciertas naciones que están ejecutando esas prácticas tan espantosas abrieran sus mentes y corazones, para enmendar tales acciones y actuar con comprensión, generosidad, compasión.

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